Discos

Bent – The Everlasting Blink (Sports records)

Mientras medio mundo musical se desvive por recuperar el sonido de los 80 –ahora rebautizado como electroclash- Bent han decidido dar un salto más en la máquina del tiempo y situarse en los 70 para dar forma a su segundo disco The everlasting blink.

El dúo de Nottingham, formado por Simon Mills y Nail Tollday, sorprendieron en 2000 con un primer largo, titulado Programmed to love, y que fue alabado por la crítica especializada, poniendo algo de clase en el manido mundo del chill-out. Ahora, han vuelto con el que de verdad debería llamarse su primera creación en forma de álbum, ya que el anterior era prácticamente una recopilación de sus Eps, y, sin moverse de los círculos de la música para sobremesa, sí que rozan el terreno de las bandas sonoras al modo de David Holmes.

El aire retro de la era hippie se reconoce desde la primera canción, “King Wisp”, aunque, sobre todo, a la hora de elegir a los colaboradores que ponen la voz en algunos de los cortes de este disco. Para hacernos una idea, dentro de The Everlasting Blink nos podemos encontrar, bien con su propia garganta o a través del sample, con viejos conocidos como John Marsh de The Beloved, Captain and Tenille, Billie Jo Spears o David Essex.

Como muchos de sus contemporáneos en esto de la electrónica, Bent también han decidido utilizar más instrumentos ‘naturales’. Así, por ejemplo, podemos escuchar arpas en “King Wisp” o guitarras más o menos eléctricas en “So long without you”. Pero todo ello, sin olvidarse del sample, alguno tan reconocible como la melodía de “Excercise 3” ‘robada’ de nuestro tradicional “Un rayo de sol”, o los sintetizadores, dicen las malas lenguas que utilizaron entre 30 y 40 de estos últimos.

Sea como sea, Simon y Nail han construido una belleza para los sentidos. Un disco para cerrar los ojos y perderse entre la melancolía y la libertad de melodías simples a la vez que suculentas. Los momentos más grandes, al menos para un servidor, llegan con “Stay the same” con David Essex y un coro entre espacial y tribal, en la lírica “Beautiful otherness” con el gran John Marsh o en el primer single “Magic love”.

Lo que hubiera dado Moby para que The Everlasting Link hubiese sido el sucesor de Play y no ese bodrio de 18.

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