Coque Malla (Sala Hangar) Córdoba 12/03/16
No es “El último hombre en la Tierra”, como reza el título de su nuevo disco y de una de sus mejores canciones, ni tampoco el más alto, algo obvio cuando lo ves salir el último a escena tras los pasos de su bien engrasada banda. Pero seguramente es uno de los más listos del actual planeta musical, y con el paso de los años un nombre esencial en la maduración, que no madurez, de una carrera sólida, anclada en cada momento al terreno que pisa, y en la creación de unas canciones que han resultado en esta última hornada absolutamente esenciales. Coque Malla, un músico en cuerpo y alma que ha sido incomprendido como tantos otros en este absurdo circo que es a veces el rock español, ha conseguido el respeto de propios y extraños a medida que ha ido grabando discos con el corazón y la cabeza, y a veces incluso con mucho alma, como es el caso más reciente. Era hora de oírlo defender en directo una obra en la que cree él y cada vez mucha más gente, y es un placer saber ya con toda seguridad que el fantasma de los Ronaldos queda definitivamente oscurecido por una realidad, la de un compositor libre e inspiradísimo, que no solo cumple cualquier expectativa, sino que la supera con creces.
A “La señal” con la que la banda, formada por Toni Brunet a las guitarras, Héctor Rojo al bajo, David Lads a los teclados y Gabriel Marijuán a la batería (fantásticos lugartenientes, sobra decirlo) irrumpe en escena le sigue el arrebato soul de la fantástica “Escúchame” y el rock and roll que siempre ha formado parte del ADN de Malla, el de “She’s my baby”, primera mirada atrás de un set list anclado casi por los cuatro costados a su última obra, en la que “Lo hago por ti” podría ser el gancho más evidente con su etapa anterior, la más eléctrica y apta para su público tradicional. La estremecedora letra de “Me dejó marchar” y el ritmo contenido de “Santo, santo” son solo algunos avisos de que esto es un concierto de altibajos emocionales, de trampolines que te zambullen en el vacío y de inmersiones en un currículo importante y de tonos delicados (“Lo intenta” sigue siendo uno de los mejores temas que ha compuesto nunca, y la melodía de “Una moneda” suena tan bella como la primera vez que la escuchamos), algo más oscuros, como el sombrero y el resto de la indumentaria que luce durante toda la actuación, pero plenamente adaptados al sonido y las ideas actuales del que una vez fue solo el chico malo del aula en el que se impartían los rudimentos del rock en nuestro idioma. Como alumno aventajado que siempre fue, ahora graba maravillas como “Cachorro de león” y “Todo el mundo arde” y las entrega intercalando guitarras acústicas y eléctricas sobre sus hombros, y susurra pequeñas confesiones que pueden servir incluso a quien no está habituado a escuchar más que el sonido de su propia voz (y no queremos insistir demasiado en la pena que provoca ver a tu alrededor, en el fragor de un concierto tan emocional como este, a gente que está allí “porque tenía que estar”, a la que solo le interesa disparar la cámara de su móvil y esperar a que caiga la única canción que conocen), como hace en “El cambio interior” y en “Despierto”, otra mirada a aquel fantástico álbum llamado Termonuclear que significó su confirmación definitiva a los ojos y los oídos de muchos aún incrédulos ante lo sólido de su propuesta. Como él mismo dice, es precioso, por inusual, disfrutar del silencio previo al disfrute de escuchar cosas tan bonitas como las que cuenta.
En la nueva y parece que definitiva onda por la que su buen hacer discurre, suenan también piezas de hace unos años, como “Berlín” o “Hace tiempo”, una ranchera levemente rockerizada que contrasta con “At the movies”, un tema que compuso con su admirada amiga Alondra Bentley –otro valor seguro de la escena- para el canal TCM y que siempre mereció una mayor difusión. El particular homenaje a su segunda vocación, la de actor, ejercida durante años y para la que también reserva uno de los bises, “My beautiful monster” –escrita para la película Bite, cine de terror casi de culto dirigido por Alberto Sciamma-, casi presagia el recuerdo a David Bowie, una de sus referencias de base, en una correcta revisión de “Heroes” lo suficientemente elocuente acerca de quiénes y cómo lo han educado en esto de la música. Y claro, la concesión “ronaldiana” de “No puedo vivir sin ti” sabría a poco, así que incorpora poco antes del final un “Guárdalo” rabioso que sirve poco menos que para poner las cosas en su sitio. Con todo lo aquí contado y lo vivido en la sala Hangar de Córdoba con un sonido potentísimo, no haría falta aclarar mucho más. Salvo que el amigo Coque Malla ya no necesita muchos amplificadores para demostrar que es uno de los grandes roqueros de un país profundamente desagradecido y demasiadas veces sordo. A nosotros nos basta con saberlo.