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Cuéntame una canción: «Billie Jean» de Michael Jackson

Era nada menos que el 25 aniversario de Motown. La discográfica que un chaval negro de Detroit había montado con sus propias manos para cambiar por siempre la historia de su pueblo. La empresa que imitando el funcionamiento de las cadenas de montaje de las fábricas de coches de dicha ciudad había logrado ventas millonarias de discos, sin importar el color de la piel ni de los emisores ni de los receptores. Una escudería con un montón de artistas archiconocidos en nómina, de los cuales cinco hermanos procedentes de Indiana habían sido la panacea. Esa noche, los cinco Jacksons (seis, teniendo en cuenta la aparición estelar para la ocasión de Jermaine) se reunieron en el escenario del Pasadena Civic Auditorium para rememorar sus viejos hits ante la vasta audiencia de el especial que iba a ser retransmitido por la cadena NBC a todo el país.

Los Jacksons hicieron lo suyo, para el éxtasis general. Y, de repente, el hermano más pequeño se quedó solo. Vestido de smoking con lentejuelas había llamado claramente la atención, como siempre, sobre el resto. Pero nadie estaba preparado para lo que iba a ocurrir. Michael cogió el micro y aunque no era demasiado proclive a los discursos dijo esto: “Aquellos fueron los viejos buenos tiempos, adoro esas canciones, fueron momentos mágicos con todos mis hermanos, incluido Jermaine, me gustan mucho esas canciones, pero especialmente me gustan las nuevas canciones”.

De repente un bajo martilleante empezó a sonar a la vez que aquél chaval se encasquetaba un sombrero en la cabeza y empezaba a bailar endiabladamente al son de una música que ya era conocida para el público asistente. Thriller, su sexto disco en solitario y segundo a las órdenes de Quincy Jones, tras el bombazo que había sido tres años antes Off The Wall, llevaba en las tiendas algunos meses. Al principio de su lanzamiento, en noviembre de 1982, no causó tanto impacto como se esperaba. Pero con la salida en formato single de la canción que se disponía a interpretar el genio de los Jacksons, la cosa se disparó.

Michael Jackson Billie Jean portada

Con «Billie Jean», una canción con un riff de sintetizador -imitando un bajo- absolutamente irresistible y una enigmática historia sobre una paternidad no deseada que dominaba sobre todo, llegó el éxito masivo. El disco fue número 1 en febrero de 1983 y en marzo de ese año se celebraba el especial de Motown. El público asistente al evento, por tanto, cuando Michael empezó su interpretación, esperaba un número al uso teniendo en cuenta el talentazo que se gastaba el muchacho, pero no estaba en absoluto preparado para lo que presenció, que podemos decir sin temor a equivocarnos demasiado que es la actuación más brillante de un artista pop jamás filmada en televisión.

 

En los cuatro minutos y medio que duró la cosa, Michael volvió literalmente loca a la audiencia. Una forma de bailar absolutamente novedosa, nunca vista, tuvo la culpa. Sobre todo, lo que a partir de ese día se conocería como moonwalk, un paso en el que los pies se deslizan sobre el suelo creando el efecto óptico de un desplazamiento hacia adelante que realmente no sucede. Un paso que ni siquiera inventó él, pero sí que usó en el momento preciso como para que quedara como un sello personal, que jamás le abandonaría a partir de entonces.

Michael Jackson Billie Jean Moonwalk

Pero sin duda, por encima de todos esos detalles, estaba la canción. Una canción atómica, infalible, un claro paradigma de lo que debe ser el pop. Una composición del propio Jackson que sí, bebía de muchas fuentes (algo que él nunca se preocupó en negar), pero tenía tal fuerza y reunía en sí tantas virtudes que puede considerarse una auténtica obra maestra. Una apisonadora sobradamente infecciosa como para convencer a propios y extraños, gente de todas las edades, credos, sexos y opiniones. La música popular reducida a cuatro minutos, ni siquiera el tiempo reducido habitual que suele exigirse al formato de un single para que triunfe en radio. Una canción larga, sí, pero que uno no quiere que termine nunca.

Su productor, Quincy Jones, de hecho, decía que la intro era eterna, excesivamente larga, no acababa de entender el empecinamiento de Michael por ese formato y llegó incluso a sentenciar que “era tan larga que te daba tiempo a afeitarte”. Le rogó abreviarla o incluso dejarla estar, pero sin embargo Jackson no cejó en su empeño. Y es que él no veía sólo la canción, sino muchas cosas más, entre ellas, algo que sería también esencial para su despegue y conversión en el verdadero rey del pop: el videoclip.

El vídeo de la canción, el primero de un artista negro en recibir difusión masiva por parte de la MTV, tuvo un éxito también sin precedentes. El efecto de iluminación de las baldosas del suelo mientras el cantante caminaba por el decorado de una calle desierta causó verdadero furor y aupó aún más la canción a las alturas. El clip, por si fuera poco, más allá de ser una filmación de la interpretación de la canción, fue innovador por contar una historia, algo que se beneficiaba de la excesiva duración de la canción, que dejaba respirar el guion. De esta forma, se probó lo acertado de la visión de Michael, triunfante sobre la de su caduco productor, que no supo ver la verdadera dimensión de una composición que su autor había tenido mucho, pero que mucho tiempo, cociéndose lentamente en el horno.

Michael Jackson Billie Jean vídeo

La melodía acudió a él un día en que durante el descanso de una grabación, salió a dar una vuelta en coche por la ciudad con un amigo. Era tan pegadiza que necesitaba volver al estudio a grabar la idea. En el camino de vuelta, era tal su efervescencia que no cayó en que el Rolls Royce que conducía estaba ardiendo y a punto de explotar, algo de lo que un providencial motorista les avisó a él y su acompañante, salvando sus vidas, según contaría años después el propio Jacko.

Al fin en casa, la idea quedó grabada. Con esa martilleante sección rítmica que todo lo dominaba, obsesiva, persistentemente. Además, la letra que se le ocurrió era también totalmente inusual. Estaba dedicada a las groupies que habían acechado a sus hermanos cuando él todavía era un niño y ellos adolescentes. También hay quien sugiere que hubo un par de historias personales de acoso por parte de fans hacia el cantante que realmente traumatizaron a alguien tan impresionable y sensible como él, pero nada que pueda afirmarse a ciencia cierta.

La historia que contaba era la típica que aparecía en los tabloides sensacionalistas. Una muchacha se empeñaba en decir que su hijo -que, por cierto, tenía sus ojos- era también de la megaestrella de turno. Y él lo único que había hecho con ella era bailar. Una historia compleja, contada además con una poderosa sencillez que captaba inmediatamente a cualquier oyente, la entendiera o no. Era todo tan peculiar que el destino estaba echado: triunfar apoteósicamente o estrellarse. Muchos, como su productor, pensaron que iba a suceder lo segundo, pero Michael estaba totalmente determinado, decidido a salirse con la suya. Y así fue.

Cuando la interpretó ante la histérica audiencia del especial de Motown, single y disco -que como todo el mundo sabe, acabarían vendiendo copias en cifras obscenamente astronómicas- ya eran número uno, pero aquello fue la puntilla. Todo el país, cuando se emitió el evento, cayó rendido a sus pies. Y después el mundo. Cada rincón, por recóndito que fuera. Aquella canción, su impredecible autor, los espectaculares bailes, el efectista vídeo, la historia que encerraba, todo aquello, causó el impacto masivo más bestial jamás conocido en el mundo de la música popular. Y jamás superado por nadie.

«Billie Jean», pese a lo consciente que era su autor de su potencial, ni siquiera fue escogida como primer single de Thriller. El honor fue para «The girl is mine», la canción que había compuesto y grabado junto a su nuevo colega, Paul McCartney (el mismo al cual poco tiempo después dejaría patidifuso comprando a traición los derechos de sus canciones junto a The Beatles)  y que no consiguió hacer despegar al álbum. Sin embargo, con el lanzamiento de «Billie Jean» la cosa se disparó de tal modo que la cabezonería de Michael quedó plenamente justificada. Aquellas persistentes notas de bajo estaban en todas partes. Era imposible escapar.

Su interpretación en el evento celebrativo de Motown fue, cómo no, un empeño más de Jackson. Él y sus hermanos -salvo Jermaine- habían huido de la compañía y no querían saber demasiado de su presidente, Berry Gordy. Michael exigió que se le permitiera cantar su canción solo, aunque no tuviera mucho que ver con todo lo demás que sonó en el espectáculo, que eran mayormente viejos hits. Un sombrero y un paso de baile que, de acuerdo, no había inventado, ya que formaba parte de la cultura break dance, pero al cual supo darle la espectacularidad necesaria, bastaron para obrar la magia. El prodigio más asombroso jamás visto en el mundo del espectáculo. Todo eso se le ocurrió a aquel chaval retraído, torturado y a todas luces, genial. Cuidado con él.

Michael Jackson foto

Con «Billie Jean» no sólo cambió la vida de su autor para jamás volver a ser como era antes, cambió también la faz de la música popular. A partir de su éxito, todas las canciones querían ser la nueva «Billie Jean». Y eso que Jackson tuvo a quien copiar. Se dice que hasta pidió disculpas a Daryll Hall, del mítico dúo Hall & Oates, por plagiar su «I can’t go for that (No can do)», pero la verdad es que la canción era un batiburrillo de muchas cosas que se escuchaban en discotecas o en la radio. El mundo tras la música disco había evolucionado. Habían llegado los ochenta y esto era lo que se cocía. Él supo captarlo todo, resumirlo en una sola canción. Una que duraría para siempre.

Hoy día es todavía imposible resistirse a ella. Aún cuando uno la haya escuchado mil veces, su ritmo, melodía, hechizo, es absolutamente imposible de rehuir. Te pones a bailar sí o sí. Sucumbes. Da igual que sea 1983 o 2021, el efecto sigue siendo el mismo. Cualquier artista vendería su alma a Belcebú por lograr captar lo eterno, hacer algo perdurable con su obra. Él lo logró en tan sólo cuatro minutos. Cuatro minutos de gloria infinita que por supuesto, no quedaron ni mucho menos ahí. Pero esa es otra historia…

 

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