Destroyer – LABYRINTHITIS (Merge)
Una década después de Kaputt (Merge, 2011), aquella obra maestra que cambió para siempre la carrera de Dan Bejar y su proyecto Destroyer, tras tres capítulos más que notables entre medias: Poison Season (Merge, 2015), ken (Merge, 2017) y Have We Met (Merge, 2020) vuelven para regalarnos otro disco sublime que alcanza por momentos la excelencia de tan referencial entrega, algo que parecía imposible.
Uno que toma su nombre de una enfermedad auditiva que él mismo se autodiagnosticó mirando sus síntomas en Google. Y es que Bejar encara su mitad de siglo en plena forma musical, pero con asuntos que resolver de puertas adentro, enfrentando las crisis existenciales que asoman por unas letras siempre punzantes y que navegan a lo largo de unas canciones de extraordinario nivel, una vez más, y que brillan apegadas al pop de los 80 y principios de los 90, del que siempre se declaró seguidor, con guiños a las texturas oscuras de The Cure y Echo & The Bunnymen o acercándose a los latidos bailables de New Order, (mucho de ellos se percibe en la melodía de las radiantes “Suffer” y “All My Pretty Dresses” o en ese fabuloso adelanto que tanto abrió el apetito como fue “Eat The Wine, Drink The Bread”, así como en los tremendos siete minutos de “The States”, otra de las cimas del álbum, cuyo desarrollo final invita a perder la cabeza bailando al más puro estilo DFA) e incluso recordando a los también canadienses Broken Social Scene en el épico avance de la emocionante apertura que supone “It’s In Your Heart Now”.
No contento con ello, es capaz de acariciar la canción pop perfecta en la crujiente “It Takes A Thief”, con cuerdas que remiten a The Style Council, y un sonido de cencerro que apenas asoma en el estribillo de manera muy puntual. Y es que así son sus largos, una sucesión de detalles y destellos por descubrir a cada escucha, mutantes y cambiantes. Experiencias incapaces de dejar indiferente al oyente, que se descubre extático, congelado en cuerpo y alma. El recitado final de “June”, quizás el single más redondo en un disco sin relleno, subraya esa sensación de ausencia de reglas o guiones, con frases lanzadas al aire a veces sin aparente sentido combinadas con arreglos imposibles, logrando que todo funcione. Estamos ante una miscelánea de efectos alucinógenos y embriagadores, a ratos excesiva y por ello aún más necesaria, que vuelve a mostrar la naturaleza única de un compositor descomunal cuyo nombre debe figurar entre los mejores de la historia reciente del pop, cuyo carácter atrevido y excéntrico le han llevado, por ejemplo, a sacar un sencillo basado en un pintor italiano del que apenas existe información y convertirlo en una bizarra aventura sonora sobre la muerte, que genera perplejidad, asombro y adicción, como es “Tintoretto It’s For You”.
La calma de “The Last Song” sirve como perfecto contrapunto final, iluminando con su corte clásico el cierre de una obra incontestable y que ha de situarle en el podio de este año y de todos.