Lo nuevo de Chucho a través de sus canciones: Cap. 10
Próximamente llega el esperado nuevo disco de Chucho, Corazón roto y brillante (Intromúsica). El regreso de la banda de Albacete es un álbum conceptual sobre una ruptura, que nos cuenta la historia de Pere y María a través de sus doce canciones. Antes de escucharlas, conocerás lo que esconde cada una de ellas de la mano de Fernando Alfaro, quien nos irá desvelando en Muzikalia un relato dividido en capítulos, correspondientes a cada una de esas canciones. Llegamos al capítulo 10.
Próximamente, más entregas.
10 > Agente Sebso
Hoy es jueves y le viene a Pere a la memoria aquel serial televisivo basado en la época de la Ley Seca, de título Boardwalk Empire. Aquella escena que vive el agente Sebso, el subalterno corrupto del santurrón y muy inquietante policía coprotagonista del filme y némesis del personaje central, el jefe mafioso de la zona, con cuya captura y defenestración anda el policía obsesionado. La otra obsesión del policía es follarse, de algún modo enfermizo, a la querida del jefe mafioso, de la que cree estar enamorado y a la que pretende salvar. El psicótico, el obseso religioso y atormentadamente recto policía, de algún modo ha descubierto que el agente Sebso lo traiciona, pasando información a los gánsteres. Una soleada mañana primaveral viajan los dos en un coche por los campos arbolados del interior estatal, junto a un río. Después de una curva, en un remanso del ancho caudal hallan, en una escena cuasi fantasmagórica, a una congregación baptista haciendo lo propio, bautizando dentro de esas aguas a los fieles neófitos. Van todos de blanco, o así lo recuerda Pere. Como en trance, el policía psicópata entra a su vez en el río y llama al agente Sebso —que a juzgar por su apellido es judío—: ven, ven, confía en mí… extendiendo su mano. Sebso mira alrededor, vacila, y finalmente decide confiar en su jefe. Y se adentra también, con cuidado, en el río, donde, con todo el ritual cristiano, el jefe lo bautiza, lo capuza largamente en las aguas turbias, finalmente lo ahoga, ante la mirada atónita o alucinada de toda la comunidad religiosa, que los rodea. Y muere así el agente Sebso, confiado, arrojado al vacío.
No, no me esperaba que me hicieras esto. Y todavía no me lo termino de creer y me agarro a tu recuerdo y a tu sonrisa y a todos tus te quiero y tus besos…
—Te quiero —dijo él.
—Yo muchísimo más.
La traición. Cómo vivir ahora y manejarse con ella, cómo gestionarla. «Me dejaste lleno de odio, me tuviste lleno de amor y me dejaste lleno de odio», como a Monstruo. Yo, el puto Monstruo. Amor absoluto y absoluto odio… No. Mal. Esa no es forma de gestionar nada. Y además lo sabes: aún estás enamorado de ella. Y por eso es tan terrible entonces. Pues ¿sabes qué te digo? Que voy a coger todo ese amor, lo sujetaré con las manos y lo levantaré hacia el cielo como una promesa de brillante futuro lleno de gozo y de dicha. No sólo tú María, yo también soy una flor resplandeciente, un radiante insecto al que hay que dejar marchar, al que hay que dejar vivir… Y se ve frente a una larga, larguísima carretera, conduciendo con sus gafas de sol.
Pere entonces intenta llamar a una de sus amigas, alguien tan adorable y lleno de amor que le hace saltar las lágrimas, que le hace saltar las costuras también. Pero no hay línea. Y lo intenta durante horas y piensa que habló con ella antes de ayer… ¿O quizá en realidad no hablaron? ¿O quizá era sólo él quien hablaba a través de una línea virtual, de una línea fantasmal?
Pasa un rato vacío. Baja los escasos tramos de escalera desde su piso a la calle. Sale. Y otra vez se imagina en su coche frente a la larga carretera eterna, con sus gafas de sol puestas, mientras algunas lágrimas curiosas resbalan por debajo, buscando el abrigo de su barba.
Andando por la calle —si hubiera algún bote vacío, Pere le daría una patada, con las manos en los bolsillos— le viene a la cabeza una escena, que siempre le hacía reír:
Una mañana de sábado estaban Pere y María en la cama, felices, eran los primeros tiempos. Habían quedado en que ese fin de semana irían en el coche a visitar a la familia de ella, y así de paso lo conocían a él. María estaba juguetona.
—No me apetece nada de nada… ¡uf! No quiero ir.
—Mmmmm… La verdad es que yo tampoco, pero ¿qué hacemos?
—Voy a llamar —y con el teléfono al oído, mirando de reojo a Pere con una sonrisa burlona, dijo al rato—: ¿Hola? ¿Está mamá? ¿No? …Bueno. Sólo dile que no podemos ir este fin de semana, que Pere está fatal, está con diarrea. No para de ir al váter y es imposible viajar así.
—Jajajajajajaj pero ¿serás cabrona?— dijo él en un susurro explosivo, lleno de divertida felicidad.
Y continúa con su paseo absurdo. Es una fría tarde casi invernal, la calle ya sobreiluminada por las luces navideñas. Pero Pere, a pesar de ir en mangas de camisa, no tiene frío. Camina por la acera mientras, sorprendiéndose a sí mismo, está escribiendo con sus dedos pulgares… (Vamos a ver: aquí hay un asunto que hemos de reseñar: como tiene gordos los dedos gordos, a veces cuando escribe en ese diminuto teclado de la pantallita, cuando quiere iniciar un nuevo renglón le da sin querer a «borrar» y desaparecen las últimas letras que escribió, entonces las vuelve a poner, pero mal, por los nervios, y al ir a «borrar» pone una «ñ» y al intentar borrarla pone otra y quiere borrar rápido y pone «ñññññññññññ». Y le recuerda a un gesto onomatopéyico, «¡ñññññññeeee…!» con mueca de desagrado, de Javier Cansado, su humorista favorito.)
…con sus dedos pulgares el siguiente mensaje al mundo:
Mensaje navideño para hijosdeputa: vais a llegar a mi edad mucho antes de lo que pensáis. Cuando os queráis dar cuenta, seréis ya casi viejos. Y yo me reiré desde mi tumba.
—Coño, no sé por qué me empeño en verme viejo: hoy día con treinta y pico aún eres joven, joder…
Sus pasos deambulatorios lo dirigen por alguna razón, quizá por inercia o costumbre, al Centro de Salud.
—¿Qué leches hago yo aquí? Si no me duele nada ni me pongo malo desde hace no sé cuánto.
…O he sido quizá yo mismo el que ha encaminado los pasos de Pere hacia esta Casa de Socorro, tan parecida a la mía, a la de la enfermedad y muerte de mi desgraciado y roto corazón, hacia su olor, su bendito olor a alcanfor…
De repente y sin poder evitarlo, por accidente, Pere se ve reflejado al fin en el espejo que ocupa toda una pared del vestíbulo. Y la imagen especular no es la de un tipo de 32 años sino más bien la de uno de 50 y pico. Y cae en la cuenta, como cayó Saulo de su montura ante el resplandor de Yahvé: por mucho que se puso de perfil, no ha podido hacerse invisible al soplo de la Muerte, ni ha podido esquivar la bala. El tiempo corre y no lo vio venir. Lo pasó por alto, el paso del tiempo, lo ignoró, no le iba a pasar a él. Y lo ignoraba también cuando los miraban, a él y a María, ella tan joven, de la mano o besándose, viejas cotillas o jóvenes bigardos, tantas veces y en tan distintos sitios, con una cierta mirada de desaprobación. Él no entendía entonces esas inspecciones o vistazos; ahora, sí. Pere se fija en el espejo. Tiene aún el pelo abundante y de su color de siempre, rubio oscuro o castaño claro, no le ha encanecido apenas. Pero, en cada espacio exento de la tupida barba que ya grisea, por arriba y por debajo, presenta marcadas arrugas que delatan su edad. O que denotan su edad, no hay nada que delatar, demonios. Arrugas como cicatrices, tanto en las comisuras de los ojos como a ambos lados de la nariz, tanto en la frente y el ceño como también en el cuello. Y un color general algo desvaído, cierto desvanecimiento gris y fofez. Quizá eran ciertas entonces, ahora su edad cuadraba, las dos niñas fantasmas, sus dos hijitas, a las que les leía aquel terrible cuento infantil, quizá fue todo esto lo que ocurrió, y esas eran las niñitas que nunca pudieron ser, las que nunca tuvieron él y María, y que eran sin embargo reales, todo lo real que puede un fantasma ser.
AGENTE SEBSO
Miraba por la ventana
al espacio exterior.
Noté que me abrazaban,
pensaba que era el amor.
Miraba por la ventana
al espacio exterior.
Noté que me abrazaban,
pensaba que era el amor,
pero era para arrojarme al vacío.
Sebso, agente Sebso murió,
Sebso, agente Sebso murió
arrojado al vacío.
Tenía un satélite
del tamaño de un radiador,
tenía unos diskettes
en una mesa en el balcón,
algunos con su nombre
y algunos otros no;
quería enviar muy lejos
sus mensajes de amor.
Y el vacío se lo tragó.
Sebso, agente Sebso murió,
Sebso, agente Sebso murió.
El vacío es negro como la traición,
el espacio negro como la traición,
el carbón es negro, gris como el carbón,
y ahora ya eres viejo, vuélvete al montón…
Me dejaste lleno de odio, me dejaste lleno de odio,
me tuviste lleno de amor y me dejaste lleno de odio.
Sebso, agente Sebso
murió;
por eso
ahora yo canto su canción.
Texto: Fernando Alfaro
Ilustración: Erika Seven
«Los personajes y hechos retratados en este relato son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales es pura coincidencia»
Consulta aquí la historia de Pere y María en la que se inspira el nuevo disco de Chucho:
Joder, canción dolorosa. Muchas ganas de oírla