Pink Floyd – The Early Years 1967 – 1972 (Cre/ation – Pink Floyd Records)

Un amigo me contó un día en petit comité que si te gustan los Rolling Stones, Led Zeppelin y Pink Floyd a la vez, se te aparece Verónica y te mata, que es una forma tonta y educada de decir que ser fan de esos tres simultáneamente es como la derecha y la autocrítica o los callos con yogur de stracciatella: incompatible. Si se pone una en plan musicóloga repelente con bata de estar por casa y categoriza a cada grupo en función del tamaño del ángulo con que se inclinan los cuerpos ante el blues, la oposición triangular se hace más visual y evidente; mientras los primeros se dedicaron a rescatarlo y los segundos a saquearlo, los terceros cogían y lo tiraban directamente a la basura para poder ponerse a hacer su propia movida sin puristas que les toquen ni los cojones ni lo que no suena, que son lo mismo pero no exactamente.

He ahí tanto el principio como el fin de la gracia de Pink Floyd; pertenecer al breve y selecto sindicato de bandas británicas surgidas en los 1960s y no fundamentadas en el blues. Eso y Syd Barrett, calvo y gordo, podando setos y presentándose sin avisar en la grabación de «Shine On You Crazy Diamond», canción que los restos de sus colegas escribieron para él. Eso y Syd Barrett a secas, la verdad, porque, ¿a quién le importa que salga Roger Waters en la portada cuando frivolizan acerca de la presunta esquizofrenia de su amigo de la infancia en la página 97? A poca peña, y sin embargo, ¿quién reivindica con equiparable interés morboso al entrañable ladrón de bragas barrettiano en «Arnold Layne» frente a los cerdos voladores de Waters?

Como mínimo, The Early Years 1967 – 1972: Cre/ation, comprimido de una exhaustiva revisión formato box set de la fugaz etapa auténticamente experimental que convirtió a Pink Floyd en el fenómeno que fue y del que el público mayoritario no tiene suficiente constancia; 28 discos entre pitos y flautas y DVDs y Blu-Rays encomendados en la noble y mal pagada misión de hacer de Syd Barrett algo más que un Brian Wilson en potencia o un iluminado con cerebro de cristal cuyo paso por éste mundo ofrece consuelo a todo gran artista fracasado que se precie.

Porque no es que fuéramos unos débiles cuando dejamos ir la ambición para quedarnos con el Mandrax, ¡nada más lejos! Éramos simplemente demasiado puros y volábamos demasiado alto para éste planeta azul, igual que Syd. Mal de maldito del rock, consuelo de mitómano, que se dice.

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