The Cabriolets – Close (Warner)

Lo que han hecho Cabriolets con este segundo disco, traduciéndolo al lenguaje social, sería un claro síntoma de falta de personalidad. En mi barrio llaman chaqueteros a los que un día son de un equipo y a la semana siguiente, cuando pierden, son de otro. De alguna forma, Cabriolets me recuerda a eso. La tan manida excusa de la evolución, que tantas veces ha sido la abanderada de desagradables traiciones de estilo en el mundo de la música, cobra en este caso una dimensión totalmente demencial.

Vale que han entrado dos músicos nuevos, y que no hay que acomodarse. Pero el cambio radical entre Demo y Close parece responder más a la filosofía del árbol que mejor cobija que a la de la propia evolución. Tras el viraje desde la electrónica seudo-negra de su debut hasta el tufo a indie-rock de manual de este segundo hay, o bien una importante crisis de identidad, o un sospechoso cambio de estrategia.

Qué puedo decir… Yo no encuentro la “espontaneidad” de la que hablan para justificar el cambio. Y no es que prefiera lo del primer disco, esa especie de batiburrillo sórdido entre Jamiroquai, Marta Sánchez y Justin Timberlake; pero desde luego derrochaba más “espontaneidad” que este Close, A-B-C del indie-rock que sólo levanta el vuelo en momentos de frescura puntuales (“Crepuscular”, “Close”, “Diamonds”).

Es curioso entonces que sea Bimba la que diga que en España la música que se hace es por moda (el folk es una, según ella) y presuma de un estilo con distintivo propio cuando la realidad es que, viendo su historial, el distintivo de Cabriolets es el mismo que el de un barco a la deriva. Y es más curioso aún que lo diga alguien que está en Warner. Por cierto, ¿sabrá Bimba que el productor de su disco (Dany Richter) también hace folk (y muy majo, por cierto)?

Con todo, y a pesar de que cuenta con buenos músicos respaldándolo (Manuel de Havalina, Charlie Bautista, Pablo Serrano, etc.), Close es un disco normalito, nada nuevo bajo el sol. Demasiado previsible, falto de chispa en la mayor parte de su desmesurado minutaje (alrededor de tres cuartos de hora) y muy alejado de la intensidad y la garra que se le presupone a un disco de rock con voluntad de directo.

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