Alcest + Les discrets + Soror Dolorosa – Caracol (Madrid)

La dictadura de la exclusividad y de los carteles montados de manera amorfa a la que nos han sometidos los festivales, hace echar de menos las citas de aquellos conciertos formados por un conjunto de grupos homogéneo y bien armado que nos tenga en vilo noches antes de su celebración.

Qué duda cabe que la tripleta francesa que forma la asociación de Alcest, Les Discrets y Soror Dolorosa en esta gira por nuestro país merece ser considerada una de esas citas excitantes, única y que, después de la exhibición demostrada, pasan a ser imborrables para el que las vive.

Abrieron la velada Soror Dolorosa, defendiendo un post punk derivado en rock gótico que, sin aportar nada nuevo, gozó de una factura inmaculada. Destacó el carisma y voz penetrante de su frontman, Christophe Guenot, con una deuda más que considerable con Andrew Eldritch de Sisters of Mercy a nivel escénico y sonoro, aderezado con trazos tangenciales a lo Joy Division.

Intensos, con un espíritu revivalista lejos de la parodia y con una actitud mucho más blindada que esos grupejos modernos de baratillo aupados por los medios, lograron hipnotizarnos; las armas fatales fueron su bajo saturadísimo, el clásico humo envolvente y canciones como “Crystal Lane” o, sobre todo, ese tema infalible que es “Autumn Wounds”, poseedor de esos punteos tan Juan Valdivia y que, a su vez, el maestro tomó del legado de Fields of the Nephilim.

Los siguientes en llegar al escenario fueron Les Discrets. Quizá los que lograron un sonido más compacto, exquisito durante toda la noche por otro lado. Su propuesta cuenta con la cualidad de redefinir el post-rock y el shoegaze desde postulados oscuros y personales, logrando un prisma artístico magnético que evita el exceso de algodón dulce, pero que puede llegar a indigestarse por reiterativa.

Nadie niega, eso sí, la estructura poderosa e infranqueable de su música, inapelable desde el minuto uno con “L’échappée” y donde los juegos de voces a dúo fueron seña de identidad clave.

Las murallas de guitarras destacaron por encima de cualquier otro aspecto e igualmente dejaron claro que hay que prestar mucha atención a su aún no suficientemente escuchado recién trabajo, Ariettes Oubliées (12) gracias a  momentos como “La traversée”.

Los propios Neige al bajo, cerebro absoluto de Alcest, y ese baterista sobrehumano que es Winterhalter, completaron la formación de Les Discrets antes de ofrecernos el que sería punto álgido de la noche.

Alcest es una de esas bandas que, cuando la descubres, te agita: su peculiar forma de mezclar todos los estados posibles de ánimo que un ser humano puede experimentar y exorcizarlos a través de su música purificadora, se me antoja uno de los rituales sónicos más subyugantes que a día de hoy podemos experimentar. Y así fue.

El comienzo centrado en su maravilloso nuevo trabajo, Les voyages de l’âme (12), no fue tan arrebatador como cabía esperar: la dulce “Autre temps” y la intrincada “Là où naissent les couleurs nouvelles”, en la que Neige, con ese rostro entre enigmático y sereno, mostró por vez primera esa dualidad cantando que le lleva al lamento más agónico desde la armonía más elevada, sonaron ahogadas y faltas de ampulosidad.

Todo cambió cuando llegó “Les iris”, una de las joyas que rescatarían de su inmortal obra maestra Souvenirs d’un autre monde (07). A partir de ahí, la apertura sensorial a este fenómeno de la naturaleza fue completa, logrando la comunión absoluta.

“Les voyages de l’âme”, el tema, hizo asomar el famoso nudo que estrangula la garganta y hace que te sientas intranquilo a la par que orgulloso por esconder sin éxito esas lágrimas que afloran irremediablemente: su progresión alcanza sin piedad hasta el corazón más pétreo.

“Printemps émeraude”, ese tratado de lo que debiera ser el shogaze lejos de las modas lacias, fue la antesala a la inmersión en el abisal Écailles de lune (10), primero con la intensísima “Écailles de lune part I” y después con la reposada tristeza de “Sur l´océan couleur de fer”. Agradezco al destino el rescate de “Le ciel errant”, muy posiblemente el tema más hermoso de Alcest y que más me conmueve, fue la confirmación definitiva de que el set list elegido era magistral.

Antes del bis, inevitablemente ese himno que redefine en sí mismo el black metal, “Percées de Lumiére”, hizo que la sala se viniera abajo. No conozco persona viva que no haya caído rendido ante su escucha. Superior.

Para terminar, tras “Souvenirs d’un autre monde”, cerraría como broche “Summer’s glory” poseedora de un halo de esperanza expansible que sirvió de retirada con la esperanza de que al día siguiente, tras el sueño, quién sabe si nuestra vida cambiaría por fin.

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