Leonard Cohen – You Want It Darker (Sony)

Parece que el donjuán ha muerto por fin. Ya iba siendo hora; 39 años después de lo previsto por Leonard Cohen en aquel turbulento Death of a Ladies’ Man que produjo Phil Spector y tras el cual no volvieron a verse. Y un poco menos desde que publicara una colección de poemas homónima en la que destapó el enigma mejor sepultado de la lírica contemporánea: cómo canta (o algo así) un escritor. «El poema es la Constitución del país interior», dice, y si su pronuncia merece clamores y suspiros del pueblo, que sea por su propia apreciación de los hechos, no la del poeta. «Nunca sobreactúes las palabras. Nunca intentes levitar sobre el suelo cuando hables de volar». Así explica Cohen, con pedagogía brutal, la sensación de hoyo fantasma socavado en el alma tras escuchar por primera vez You Want It Darker, su último álbum de estudio.

Cuentan las malas lenguas que el tono de rendición iluminada, destilado en temas como el evangélico “On the Level” o “Leaving the Table”, quiere ser culminación de un retiro artístico anunciado. Nada más lejos de la verdad; se trata sólo de la cúspide del Cohenismo empecinado de siempre, aquel que, sin afectación y con el apoyo literario único de una producción muy refinada (que corre a cargo de su hijo Adam), escudriña por las ondas sonoras en algunos de los grandes temas de la vida. Misticismo, piedad, ambivalencia, remordimiento, resignación. Sólo se descuida uno, quizás el más recurrente en el imaginario pervertido del canadiense: deseo, la libido que ha esperado hasta bien entrada la vejez para apagársele. No te quejarás, Leonard.

En la acrobacia retórica más aturdidora de todas, You Want It Darker, sin haberse molestado siquiera en confesarse, se otorga a sí mismo un perdón sagrado al final de cada canción. Es el egoísmo de ser capaz de curar y no hacerlo, el que sana a Leonard Cohen, el poder de tener un poder y no usarlo. Es no sacrificarse por la redención humana mediante el ejemplo, recitar romances como datos y suyas son las conclusiones. Si al final se logra sacar algo, bien. Y si no, bueno, siempre nos quedará Dylan.

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