Libro: Billie Eilish – Billie Eilish (Penguin Random House/Montena)

Hace pocos días leía en el excelente ensayo de Fred Vermorel titulado Starlust: las fantasias secretas de los fans (Contra, 2021) que la escena fan está, o ha querido estar, bastante desacreditada por parte de la prensa especializada. Vermorel escribe: “Lo cual da fe del incómodo desdén que parece ser hoy en día la actitud generalizada hacia los fans. Los periodistas musicales que carecen de la curiosidad que redime a sus colegas del mainstream, suelen hacer gala de un desprecio simplón”. Esto lo escribía el autor británico en 1985, pero las cosas siguen tal cual. Ese mirar de soslayo al fenómeno fan por considerarse una intrincada red de relaciones enajenadas entre el artista de turno y el admirador es un hecho incuestionable. La categoría de fan es, por lo tanto, bastante denostada, asimilada a procesos de autoreafirmación personal, de histeria, de fetichismo consumista, de adolescencia insobornable, etc.

Público movido por la pasión casi enfermiza por un artista ha existido desde que el pop y rock (sí, roqueros, vosotros también tenéis un fan histérico dentro) fue expandiendo y colonizando un potencial mercado ávido de estímulos. La mediatización o erotización del impulso libidinal es ahora moneda de cambio, aunque bueno, siempre lo fue, pero ahora el mercado que estimula estas redes de economías afectivas guian a un target sobreestimulado. Freud en su ensayo El malestar de la cultura escribió que “La sociedad civilizada se ha visto en la obligación de cerrar los ojos ante muchas transgresiones que, de acuerdo con sus propios estatutos, debería haber perseguido”. La pulsión de muerte era aquello que instaba al “yo” a erosionar la resplandeciente capa de barniz que las sociedades occidentales aplican a sus ordenadas vidas y que tenemos que acatar. Siempre he pensado que la intrahistoria del pop y del rock -como fenómenos occidentales de masas- es casi más fascinante que el producto artístico en sí. Saber cómo los admiradores crean en su mente situaciones ficcionales, cómo el mercado del pop instaura unas expectativas que interpelan al fan, cómo una manifestación artística puede ser devorada por el mainstream en un plis plas. De los Beatles a los Stones, de la Pantoja a Los Planetas. El fan otea el horizonte para restablecer unos horizontes de necesidades pautadas por una industria que “capitaliza” el deseo.

En este precioso libro de fotografías, Billie Eilish demuestra que ella misma se considera un producto objetivable; su intimidad queda violada -se abre una brecha- por la mirada del otro, el fan. Billie no tiene ningún pudor que rastreemos en su pasado, porque al igual que ella cuando era una niña que casi ni se mantenía en pie, sabe que sus fans “quieren ver”. Estamos es la era de la transparencia, querido lector. Observando a la artista norteamericana de pequeña vestida como una princesa, jugando con sus amigas en el parque, gritando y viendo pasar el coche en donde se encuentra Justin Bieber, riendo con sus padres y su hermano Finneas, saludando a sus fans con indumentaria estrambótica, o rendida ante la evidencia de que sus extremidades están demasiado machacadas para la edad que tiene, uno se crea sus propias historias simplemente porque están ahí para (re)escribirlas. Una metaficción que hace que los artistas tengan una razón de ser desde el momento en el que se decide entrar en el juego de las ingobernables competencias del deseo.

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