L.A. Guns – Leopard Skin (Cleopatra Records)
No hay redención para los rockeros ochenteros olvidados. Sólo una última bala oxidada, una botella vacía de cualquier bebida embriagante, y una guitarra que se niega a morir. Así suena Leopard Skin, el disco que L.A. Guns pone sobre la mesa como un tipo que sabe que el amanecer llegará igual, pero aun así se desvela dos días seguidos. Después de un par de años en la morgue del olvido, pisoteados, mal citados y ninguneados como una banda de la cual no se sabe quiénes son sus miembros originales y quienes merecen tener el nombre “real”, como les pasa a las bandas de poca monta, Tracii Guns y compañía decidieron que, si iban a morir, sería gritando.
Y efectivamente, gritan con rabia y poder. Desde el primer zarpazo de «Taste It», el álbum te clava sus uñas filosas en las costillas. La producción suena como si hubieran dejado un amplificador prendido toda la noche en una habitación infestada de la vida cruda, sucia y peligrosa de los barrios bajos de Los Ángeles. Un viaje en un tren descarrilado lleno de dinamita. Las guitarras, en lugar de buscar frescura de la radio pop de 1985, abrazan las cicatrices. Son heridas abiertas que supuran riffs afilados, un homenaje desquiciado a los viejos tiempos en los que el sexo, la velocidad y el volumen eran lo único que importaba. L.A. Guns se codea de nuevo con los fantasmas aun vivos de AC/DC, Guns N’ Roses y, a su manera torcida, Bon Jovi, para cuando quieren suavizar el golpe con un par de baladas, como en “Hit and Run”. «Don’t Give Me Away» suena como la cruda después de perder a la única mujer que realmente te aguantó la mirada en un bar. «Runaway Train» se arrastra como un adicto en la madrugada buscando su próxima dosis de redención, mientras que «Follow The Money» mete el dedo en la llaga de un mundo que mide el valor de un alma por el saldo en su cuenta bancaria.
¿Es perfecto? No. Algunas canciones patinan sobre hielo fino, como un borracho bailando sobre vidrios rotos. Pero incluso esos tropiezos tienen más corazón que la discografía entera de cualquier banda fabricada en los laboratorios del algoritmo actual de Facebook o Tik Tok. El verdadero milagro de Leopard Skin es que logra ser un álbum de madurez sin convertirse en un panfleto aburrido de autoayuda. Phil Lewis y Tracii Guns no sugieren: maldicen, aman, se arrastran y vuelven a levantarse.
No hay moralina aquí, sólo la honesta confesión rockstarera de un par de hombres que se asoman al abismo. Leopard Skin no es un regreso triunfal, es una jodida declaración de guerra contra el olvido. Es el sonido de una banda que sabe que la eternidad no los espera, pero que de todas formas se atreve a tocar la puerta, a patadas.
Escucha L.A. Guns – Leopard Skin