Discos

The Wooden Birds – Magnolia (Morr)

Andrew Kenny no es ningún novato. Al frente de American Analog Set publicó un puñado de discos con los que la banda consiguió un cierto éxito, dentro del círculo indie, que les acompañó hasta que en 2005 Kenny se mudara a Nueva York a estudiar y aparcara (¿temporalmente?) este proyecto. Pero a Kenny le va la música y por eso, mientras American Analog Set sigue en dique seco, él se ha ido dedicando a tocar con Ola Podrida, Styrofoam o Broken Social Scene. Y, por supuesto, a lo que más le gusta: componer.

Ahora, cuatro años y un buen puñado de colaboraciones después, ha decidido volver a su casa en Austin (Texas) para grabar todos esos temas que ha ido componiendo, con una nueva banda, The Wooden Birds, que ha creado para la ocasión junto a Chris Michaels, Leslie Sisson, David Wingo y Jody Suarez. El resultado es Magnolia: un disco de doce temas en los que la espina dorsal es básicamente la estructura drónica e hipnótica de las canciones de su banda anterior, aunque traída el terreno del folk intimista.

Así, el resultado son unas canciones con un patrón de ritmos narcóticos acompañados de guitarras rasgadas y punteados tenues, sobre los que sigue luciendo esa voz que tantos compañeros de profesión han alabado: un susurro dulce muy alejado del lamento llorón o el quejido almibarado que puebla algunos otros discos del estilo de lo que se ha dado a llamar slow-core.   Esa voz, apoyada suave y puntualmente por la de Sisson, y los ritmos aletargados y ambientales son la base sobre la que cuenta, con su prosa críptica y poética, y su punzante humor, historias de (des)amor, de (des)ilusiones y de (des)encantos a las que da una vuelta de tuerca tras otra. Imposibles y bonitos romances entre niños, chicas tristes por relaciones que se rompen y vidas incómodas que bordean la locura.

Las típicas historias que suelen encontrarse en un disco de folk, llevadas un poco más allá, con personajes y situaciones que no son tan típicos. Y algunos momentos especialmente brillantes como el tratamiento pop de la melodía de «False alarm», la placidez de «Hometown fantasy boy» o el ritmo casi country de «Seven seventeen», que suponen pequeñas inflexiones en un disco tranquilo, que no triste, y etéreo.  Digamos que de todos los posibles caminos que podría haber seguido Andrew Kenny en su reencarnación musical, este Magnolia es el menos traumático para los fans acérrimos de American Analog Set, y el más continuista: es como si su banda anterior se hubiera pasado al folk. Por supuesto que es una alegría, se trata de un buen disco. Pero claro, a un artista tan inquieto como él, se le debe exigir que transite caminos un poquito menos cómodos.

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