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The Reflektor Tapes: reseñamos el documental sobre la gestación y gira del último disco de Arcade Fire

«Somos gente rara». Con esas palabras empieza The Reflektor Tapes, el documental que intenta trasladarnos al proceso de creación y correspondiente gira de lo que fue The Reflektor, ultimo disco de Arcade Fire. Y no sabemos si realmente lo son o pretender parecerlo porque como dicen les gusta Kierkegaard o porque han estado de vacaciones en Haití y quieren insistirnos con todo el material grabado allí.

El realizador Kahlil Joseph, conocido por trabajar con FKA twigs, Flying Lotus o Kendrick Lamar, acompañó a los canadienses durante varios meses para documentar la gestación y el concepto de un álbum con el que quisieron, según sus propias palabras «recuperar la energía y fuerza que tuvieron en sus comienzos».

The Reflektor Tapes no es un documental musical al uso. Es un retrato impresionista que traslada al espectador a multitud de espacios, en ocasiones de forma mareante, para hacerle partícipe de las intenciones de los de Win Butler y compañía, aunque no siempre lo consigue. Estamos ante un ejercicio, en ocasiones agotador, de imágenes entremezcladas, texturas caleidoscópicas y demás, que a pesar de lograr un efecto visual más que logrado, impide que disfrutemos en su plenitud de la fuerza de unas canciones que han convertido a su cuarto disco y su correspondiente gira, en los más exitosos de su carrera.

Un periplo que arranca en Jamaica, tiene una importante parada en Haití, de donde es originaria la familia de Regine Chassagne (las imágenes de su carnaval en blanco y negro grabadas con una cámara infrarroja son espectaculares) y nos lleva al estudio en Montreal y a los multitudinarios shows de Los Angeles y Londres.

Lo mejor de estos 75 minutos es la inquietud artística que demuestran sus protagonistas, en una búsqueda constante para conseguir que su música trascienda sin volverse una banda complaciente ni acomodada. Esto, unido a la obsesión de Chassagne por las percusiones -como su interpretación de «Porno» con dos piedras sobre un bombo, que es muy grande- y sin olvidar los retazos (porque no podemos disfrutar de ni un solo tema al completo) de los temas que se ofrecen en directo, es donde realmente reside mucha de la fuerza de la banda, ya que hubiéramos agradecido más momentos como ese «Wake Up» interpretado en vivo en un hotel haitiano.

Veremos la escenografía de la gira, sus disfraces de cabezudos con los que se entremezclaron entre el público poco antes de un concierto para ser partícipes de la energía que allí se transmitía. Su hombre de espejos… y apreciaremos cómo un simple esbozo en el estudio termina por conformar una de las reconocibles piezas del álbum, que oiremos prácticamente al completo, además de un par de sus anteriores trabajos.

Por lo demás, no ha sido un acierto meter imágenes de directo con la versión en estudio de las canciones por encima, por mucho que quieras intentar transmitir esa traslación. Otros hechos que nos hubieran gustado descubrir son el papel de James Murphy en el proceso de producción (apenas sale unos segundos y sin acreditar), el cameo de Bowie en el tema titular y otras tantas cosas que han quedado solapadas por este empacho de efectismo.

Decir que después de los créditos, una entrevista con el matrimonio Butler y Richard Reed, nos ayuda a entender muchas de esas preguntas que nos hacíamos. Unos minutos que podrían haberse insertado acertadamente en el metraje total.

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