ConciertosCrónicas

Dylan LeBlanc (Sala Clamores) Madrid 15/11/23

Dylan LeBlanc fue acogido, casi unánimemente por prensa y aficionados a la materia, como una de las grandes esperanzas de ese espacio triangular comprendido entre country, folk y americana, cuando el de Louisiana publicó su debut Paupers Field (Rough Trade, 10). El paso del tiempo (y de los discos) se ha encargado de dar y quitar razones, al tiempo de situar al músico en una posición realista y también más madura. Y, si bien el asunto quizá no fuese para tanto, ha confirmado a LeBlanc como un seguro cuando se trata de hacer discos que sigan con tino la estela de Chris Isaak, Neil Young, Townes Van Zandt, Warren Zevon o Pete Seeger.

El vocalista llegaba a Madrid con su magnífico (y recentísimo) nuevo álbum bajo el brazo, Coyote (ATO, 23), acompañado para la ocasión de (impecable) banda completa de cuatro músicos (segundo guitarrista, bajista, batería y teclista). Y, de paso, con la intención de aullar sus canciones al amparo de una Sala Clamores que presentó buena afluencia de público para recibir a un músico de aspecto “canallesco”, un poco al estilo de Johnny Depp. El quinteto firmó una actuación con presencia prioritaria para convincentes medios tiempos marca de la casa, del tipo de “No Promises Broken”, “Stranger Things”, la propia “Coyote”, “Lone Ryder” o “Cautionary Tale”, con esos aires nostálgicos y evocaciones desérticas en las que la voz aguda del músico sigue luciendo como distintivo ineludible, en unas peculiaridades aderezadas con sonido impecable. Un tipo de pasajes intercalado puntualmente con piezas de mayor intensidad y electricidad (del tipo de “Renegade” o “The Crowd Goes Wild”), igual de convincentes que sus hermanas aplacadas y que legitimaron al combo para aplicar ciertas poses tópicas.

Una actuación con mayoría de aciertos claros y consumada por una banda magnífica que, al mismo tiempo y de manera inevitable, fue perdiendo algo de pegada con el paso de los minutos, tras diluirse el impacto inicial y hacerse patente (la por otra parte consabida) reiteración estilística del autor en cuestión. El de Dylan LeBlanc y compañía fue, en definitiva y sin lugar a dudas, un buen concierto, por momentos tornado excelente, que se alargó hasta casi las dos horas y que, de haberse concretado un poco, hubiera dejado un sabor de boca inmejorable. Por aquello (ya saben) de que lo bueno, si breve, dos veces bueno. Y el norteamericano es indudablemente bueno, pero casi seguro que, de haber apostado por un set más corto, su paso por Madrid habría resultado del todo desequilibrante.

Fotos Dylan LeBlanc: Raúl Julián

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