Especial: Recordando a The Jazz Butcher
De anomalías felices, o como muchos dicen, “artistas malditos”, el pop británico, sobre todo a partir de la explosión punk, ha ido bien sobrado. Se me ocurren un buen puñado de nombres que merecen tal apelativo. Todos absolutamente entrañables: Robyn Hitchcock, Dan Treacy, Nikki Sudden, Vic Goddard, Kirsty McColl… la lista podría llegar a ser interminable.
Entre ellos, es especialmente recuperable, por lo inédito de su discurso y sobre todo, su fino sentido del humor, The Jazz Butcher. También conocido como The Jazz Butcher Conspiracy y sobre todo, alias utilizado por básicamente una sola persona: Pat Fish. Cuya desaparición hace pocos días lamentablemente motiva, más que ninguna otra cosa, estas líneas.
Tan british como las tazas de té o el pan de jengibre, dotado de un especialmente irónico sentido del humor y una visión jocosa de la música pop que jamás fue realmente entendida, Patrick Huntrods, más conocido como Pat Fish era algo así como un Jonathan Richman versión gentleman. Un ser adorable, querido y respetado por la comunidad del underground pop. La noticia de su repentina muerte a los 64 años, dos días después de que tuviera que cancelar una actuación por encontrarse mal, ha dejado en shock a todo aquél que tuvo el placer de encontrarse con una personalidad tan atrayente como la suya, ya fuera a través de sus siempre chisporroteantes e inteligentes canciones, o en persona.
Nacido en Londres, criado en Northampton y licenciado en Filosofía en Oxford, Fish tuvo claro que la música era lo suyo desde bien pronto. Su personalidad iconoclasta e irreverente hizo que nada de lo que hiciera fuera exactamente encuadrable en ninguna corriente artística, no obstante, cuando empezó a usar el apelativo de The Jazz Butcher, algo que, como decíamos, puede considerarse como su alter-ego más que una banda per se, podría decirse que formó parte de aquella vanguardia independiente que poblaba el Reino Unido a través de diversos pequeños sellos que en plan guerrilla se hicieron con el corazón de la juventud de entonces.
El primer concierto de la banda que formó junto a su colega Peter Millson (o Max Eider, como le gustaba que le llamaran) tuvo lugar en 1982. Desde el primer momento, demostraron que no estaban hechos para el encasillamiento. Ni siquiera entre la variopinta paleta que desplegaba el ya incalculable amasijo de bandas que militaban en la independencia. Pat, sí, tenía como referentes a The Velvet Underground, The Modern Lovers o el primer Dylan, pero también amaba el swing y el vodevil y tenía un excéntrico sentido de la ironía que acababa plasmado en canciones de sentido y género esquivo, hechas para gente inteligente y con ganas de aventura.
En cuanto a la música en sentido estricto, Fish, al finalizar su período de estudios en Oxford con una carrera de filosofía que no le llevaba a ningún lado, se vio obligado a volver a casa de sus padres, sin oficio ni beneficio. Empezó a trastear con una grabadora de dos pistas en la que empezó a bocetar sus ideas, en las cuales él tocaba todos los instrumentos. Sorprendentemente, cayó en las manos de David “Elvis” Barker, capo de Glass Records, que se avino a patrocinar la grabación y posterior publicación de Bath Of Bacon, un primer lp que puede considerarse de Fish en prácticamente en solitario y en el que se divisa perfectamente la personalidad que iría perfilando en obras posteriores.
Tras este llegaría A Scandal In Bohemia, ya con una formación más sólida, que incluye a Eider y a otros. El disco es un perfecto compendio de pop desinhibido, todo un clásico de su época, que incluye joyas imperecederas como “Southern Mark Smith”, “Girlfriend” o “Soul happy hour”. Un disco por el que no pasa el tiempo y que hoy se sigue escuchando como la deliciosa anomalía que es. Puro hedonismo hecho canciones que empieza a darles un nombre de cara a la prensa y al público, que les salida como pequeño fenómeno underground.
Llegan, por tanto, los conciertos y la banda graba el más pulido Sex And Travel (1985), que les sigue situando como brillante acto de culto, aunque por supuesto no logran con ello tomar al asalto las listas de éxitos. Una pena, porque canciones como “Big saturday” lo hubieran merecido. Sin embargo, su base de fans va creciendo y Pat y sus secuaces giran sin cesar, haciendo de lo que les gusta un medio de vida.
Eso no evita las tensiones, debidas a la vertiginosa vida en la carretera y la creciente afición al bebercio de unos y otros. Por eso, tras la edición del magnífico Distressed Gentlefolk y del mini-lp Conspiracy, Max Eider dice adiós y queda totalmente Fish al control del timón. Firman contrato nada menos que con Creation, una de las principales indies de su país, con la que graban Fishcoteque (1988), disco que mantiene el tipo, aunque no consigue las altas cotas de los anteriores con Glass.
Los noventa entran con fuerza y ellos los saludan con los apreciables Big Planet, Scarey Planet (1989), Cult Of The Basement (1990), que contiene el mini-hit “She’s on drugs”, Condition Blue (1991) e Illuminate (1995), tras los cuales el creciente interés de Pat por la música electrónica -que le llevó a formar la banda Sumosonic– lleva a que el proyecto se diluya, aunque él y Eider lo retoman ocasionalmente para dar conciertos cuando así se lo piden. Incluso graban un nuevo lp en 2000, Rotten Soul.
Las últimas noticias discográficas de The Jazz Butcher las trajo un álbum grabado a través de crowfunding y ciertamente a la altura de su legado, The Last Of The Gentleman Adventures (2012) y sobre todo, el acuerdo alcanzado por Fish con Fire Records para la reedición de la mayor parte de su discografía a través de dos sabrosos box-sets, The Wasted Years y The Violent Years, que recuperan remasterizada la totalidad de su obra, digamos, clásica.
De esta forma, la carrera del carnicero gozaba de una madurez excelente, con frecuentes giras europeas que paseaban su legado por escenarios no demasiado grandes, pero sí rendidos a su encanto. Imprescindibles fueron para muchos de nosotros, además, las actuaciones en directo de Pat a lo largo y ancho de la pandemia, en las que desplegaba su encantadora personalidad y llenaba, desde el salón de su casa y armado de su elegante guitarra, nuestros corazones de alegría con sus fantásticas canciones. Una lástima que todo eso se vea truncado ahora de forma tan prematura con la muerte de un ser que no, no engordará el olimpo del rock, pero sí forma ya parte del imaginario más genuino de una forma de entender el pop, que sin él no hubiera sido ni la mitad de divertida.
Que lo pases bien a donde quiera que vayas, Pat.
Os dejamos una pequeña playlist para que os acerquéis a la obra de The Jazz Butcher: