Exploding Star Orchestra – We Are All From Somewhere Else (Thrill Jockey)

Aquellos que piensen que la auténtica revolución musical de los años 90 no tuvo lugar en Seattle sino en Chicago, no en SubPop sino en Touch & Go y Thrill Jockey, están de enhorabuena. Aquellos que piensen que la aparición de bandas como Isotope 217º, Tortoise o Chicago Underground es lo más estimulante que le ha pasado a la música en los últimos quince años, deberían saber que Rob Mazurek ha montado una orquesta con buena parte de la poligámica e inabarcable escena de Chicago.

Además de ocuparse de la corneta y las programaciones, Mazurek ha sido el encargado de componer la obra, reclutar y dirigir a una orquesta con los catorce músicos más dotados y estimulantes de su ciudad. En ella no podían faltar los Tortoise John McEntire (marimba, tubular bells), John Herndon (batería) y Jeff Parker (guitarra), el bajista de Isotope 217º, Matt Lux, el trombón de Jeb Bishop o la flautista Nicole Mitchell, por citar a algunos.

Más allá de la anécdota, este disco se erige como un imprescindible tratado sobre cómo entender el jazz después del jazz. Un monumental trabajo de documentación y buen gusto inspirado, en palabras del propio Rob Mazurek, por luminarias de la altura de compositores como Erik Satie, Luc Ferrari, György Ligeti o el novelista polaco Stanislav Lem.

Estructurado en dos grandes piezas (“Sting Ray and the Beginning of Time” y “Cosmic Tones for Sleep Walking Lovers”) divididas en varios movimientos y separadas por el interludio de “Black Sun”, una pieza para piano de enorme belleza, el disco fluye como un magma envolvente que sabe ser abrasivo pero también elegante y sutil cuando debe serlo.

De esta forma, asombrados, atónitos, por nuestros oídos va desfilando el free jazz de Ornette Coleman (pieza 1, parte 1), los desvaríos cósmicos de la Sun Ra Arkestra (pieza 1, parte 2), la elegancia de Eric Dolphy (pieza 1, parte 4), el cool jazz de Miles Davis (pieza 2, parte 3), el primitivismo del Art Ensemble of Chicago (pieza 2, parte 1), los pasajes atonales propios del Mazurek más experimental (“Psycho-Tropic Electric Eel Dream”) o la matemática minimalista de Steve Reich (pieza 2, parte 2).

Toda una lección de cómo homenajear a los maestros y a la vez estar creando algo nuevo en este fascinante y obligado viaje por la historia del jazz.

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