Los Zigarros (Sala Hangar) Córdoba 22/11/19

De una banda de las características de Los Zigarros se pueden decir muchas cosas, y muchas de ellas no tan simples. Aferrados al rock and roll clásico, el que hizo a Tequila, Burning y Rebeldes liderar en distintas épocas un movimiento que en varios sentidos ha estado a punto de finiquitar, y con ánimo de incorporar leves aristas de otros géneros limítrofes, saben que lo suyo es una receta instantánea, una invitación al hedonismo y al disfrute del instante sin mayores pretensiones que las de ser un antídoto infalible contra el aburrimiento. Sus conciertos suelen ser la fiesta correspondiente a dicha intención, y después de grabar tres álbumes de corte similar y suaves complementos, siguen tocando con furia y probada solvencia las canciones que antes han grabado con igual dedicación. Estos valencianos, parcialmente escindidos de los fantásticos Perros del Boogie, han visitado ya Córdoba en varias ocasiones, aunque desde el escenario el espigado capitán de la banda, Ovidi Tormo, no recordara ni siquiera cuándo fue la última vez que sus guitarras desembalaron las cuerdas por estos lares. Cosas de los kilómetros y la fugacidad de los tiempos.

La gira en cuestión está presentando los temas de Apaga La Radio, su tercer disco bajo las mismas coordenadas, y aparte del tema que la titula incluye serios disparos en directo como “Mis amigos”, “¿Qué demonios hago yo aquí?” o “Malas decisiones”, ante los cuales solo cabe dejarse llevar por la impetuosa ola rítmica que arrasa con cualquier posible objeción que se les pueda poner. No salen de unos patrones predeterminados y se dejan contaminar poco de aires nuevos que podrían incluso servirles de trampolín hacia otros públicos que parecen no desear por el momento, pero la potencia de los riffs del hermano Álvaro Tormo, los matices del bajo de Natxo Tamarit y la gozosa batería de Adrián Ribes casi hacen que en cada concierto la audiencia se transporte a otra dimensión, una con brumas de cuero negro y nubes con sabor glam que solo se dispersan cuando suena la siguiente canción. En la sala Hangar encadenaron, como viene siendo habitual, los potentes ripios de “No obstante lo cual” con el orgullo hater de “Odiar me gusta” y el despecho de “Desde que ya no eres mía”. La prueba de que no solo de tralla viven los valencianos, también les funciona el motor a menos revoluciones de “Tenías que haberla visto bailar” y “Tenía que probar”. Sin embargo, su auténtica fuerza está en la capacidad de hacer moverse a las piedras y en las letras despreocupadas de “Resaca”, “No sé lo que me pasa”, “Cayendo por el agujero” o su pequeño clásico “A todo que sí”, y la rendición absoluta a ese habitual fin de bolo que une casi sin solución de continuidad los himnos “Dispárame”, “Hablar, hablar, hablar” y “Dentro de la ley”, sendos zarpazos de sonido garagero puesto al día, más aseado y desacomplejado en su esplendor melódico. Solo a un grupo como este se le podría ocurrir llamar a las cosas por su nombre al proclamar algo como “Voy a bailar encima de ti” y versionar un clásico del surf-rock como “Wipeout” como otra de sus ocultas señas de identidad.

Entre sensaciones alcohólicas, lujuria desacomplejada y ansia por devorar el momento se mueve su esquema sonoro, sin la menor complicación ni efecto secundario. A día de hoy, Los Zigarros son una apuesta segura en vivo si de disfrutar el aroma de un buen plato clásico se trata. Más de un médico debería prescribir al menos una dosis mínima de su música una vez a la semana. O mejor, al día. Por donde pasan dejan una sonrisa de oreja que perdura durante unas cuantas horas.

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