Daniel Romano, el genio incontinente que ha publicado 8 discos en dos meses
¿Conocen a alguien capaz de poner en circulación la friolera de ocho discos en tan sólo dos meses? Yo, desde luego, no. Ni siquiera Prince o Frank Zappa en sus tiempos de mayor efervescencia creativa fueron capaces de algo así, aunque también es verdad que ahora las cosas se han puesto más fáciles a nivel de autoedición. Uno sólo tiene que subir lo que tiene grabado a un bandcamp, et voilá.
Eso es lo que ha hecho el canadiense Daniel Romano, músico que ya antes de esto era especialmente prolífico, pero no tanto. Miércoles tras miércoles, durante este tiempo en que el mundo ha estado encerrado en casa, en lugar de la consabida emisión en directo o de grabarse a sí mismo tocando con un sonido desastroso en su comedor, ha decidido ir subiendo disco a disco y lo que es más sorprendente, a cada cual mejor y más diverso: tenemos un fantástico disco en directo, uno de versiones y seis (¡seis!) que se componen de material nuevo. Una auténtica barbaridad y un alarde de incontinencia creativa y editora que hace preguntarse qué es lo que tendrá este hombre guardado en sus discos duros para que pueda soltar canciones con tanta facilidad.
Obviamente, todo esto es peligroso. Los talentos se secan, no son eternos. Uno no puede eternamente estar componiendo canciones brillantes si lo hace como si de una ametralladora se tratara, en algún momento se tropezará con la repetición y la desidia en su camino y probablemente, ya no haya vuelta atrás. Ya lo demostró hace muchos años Calamaro (aunque no es en absoluto santo de la devoción que este que suscribe, pero sí es el caso más paralelo que se me ocurre) con sus discos Honestidad Brutal (1999) y El Salmón (2000). El primero era un doble cd que aprovechaba al máximo la capacidad de ese formato, por lo que podríamos decir que era un disco con duración de cuádruple en términos vinílicos y, sin embargo, estaba más que bien.
No podríamos decir lo mismo de el paquete de cinco cds que sacó al año siguiente y tituló El Salmón, con absolutamente todo lo que había pasado por su cabeza y había podido grabar en el espacio de un año. Un empastre y una paja mental considerable de la que le costó recuperarse en términos de prestigio como cantautor. Y es que nadie es dios.
No obstante, lo que Romano ha ido soltando durante estos meses, sorprendentemente, goza de una cohesión que convierte este acto en algo totalmente inédito en la historia del rock. Cada uno de los discos, vistos de forma separada, podría saludarse como una obra realmente sólida para los estándares anuales de la escena discográfica mundial. Es quizá algo que podría obrar el milagro de apartar los obstáculos que han ido impidiendo que un tipo de semejante talento se convierta en algo más que un secreto a voces a los ojos del mundo. Un récord que sólo por el hecho de la proeza en sí, merecería ser reivindicado como algo insólito y digno de poner su nombre en la palestra. Pero, lamentablemente, dudo que eso pase. Y él, además, es plenamente consciente de ello.
Daniel Romano procede de una familia de Welland (Ontario) enraizada en la música. Sus padres eran músicos amantes de la tradición norteamericana y él se crió, por tanto, escuchando las grandes voces del folk, blues y country. No obstante sus inicios, como buen chaval de su generación, tuvieron lugar junto a su hermano en una agrupación de hardcore llamada Attack In Black, con la que experimentó sus primeros éxitos, experiencias discográficas y sobre todo, un aprendizaje de los rudimentos del estudio de grabación que le serviría después para encauzar su talento de la forma que lo ha hecho. Su deriva hacia la americana no tardó en llegar y de una forma de lo más purista, además: tras su aventura con el trío folk Daniel, Fred & Julie, el disco Working For The Music Man (2010) le puso en la palestra como un renovador de la tradición del country y el bluegrass, algo que iría afianzando a lo largo de sus siguientes discos, algunos tan mayúsculos como Sleep Beneath The Willow (2011) o Come Cry With Me (2013).
Y sin embargo, de repente, en 2016, llegó la reinvención: donde había antes un hombre que aparecía en las portadas de sus discos como un cowboy cósmico a caballo entre Hank Williams y Gram Parsons, ahora Mosey (2016) se presentaba, en una portada en blanco y negro, greñudo y ataviado con chándal. Su contenido, nada o poco que ver con lo anterior. Partiendo de la música americana en un espectro amplio, sus canciones viajaban hacia la psicodelia o la new wave dando forma a toda una reinvención que denotaba sobre todo la suficiente personalidad propia como para acometer una carrera de lo más estimulante.
Y como no, se sucedieron los aciertos. Y con celeridad, además: tras Mosey llegaron discos tan magníficos como el más pop Modern Pressure (2017) o el genial e inesperado Finally Free (2018), quizá su álbum más sobresaliente por contener una muy personal mezcla entre efluvios de folk psicodélico a Nick Drake, Syd Barrett o Vashti Bunyan, junto al ya habitual puente que establece entre el Dylan de la Rolling Thunder Revue y los Who más setenteros. Una maravilla que en absoluto secó el profundo pozo de creatividad de su autor, que ni corto ni perezoso editó al año siguiente (primero sólo a través de Youtube y luego en edición limitada y ahora descatalogada en vinilo) nada menos que dos discos: Neverless y Human Touch sin -sorpresa, sorpresa- caer en absoluto en la repetición ni lo acomodaticio porque, uno más rítmico y el otro más reposado, ambos contienen dianas melódicas dignas de un compositor tan consumado y grabadas además con una pericia a la producción que deja en paños menores a la mayor parte de artistas de similares coordenadas que se escuchan por ahí.
Era, pues, cuanto menos improbable que justo al año siguiente Romano sometiera a sus pocos pero fieles seguidores (muchos de ellos, españoles) a semejante torrente de publicaciones, sobre todo teniendo en cuenta que todas tienen la suficiente enjundia como para ser dignas de una asimilación reposada. Pero nada de eso, semana tras semana, disco nuevo. Sobresaliente tras sobresaliente. El niño empollón sigue empeñado en demostrar que lo sabe todo.
Y nosotros que se lo agradecemos. No olvidemos que ahora tenemos tiempo -muchos de nosotros, otros no tanto- para pararnos a escuchar cosas. Así pues, creo que todo este destape de catálogo oculto, además de resultar una hazaña musical y un exceso que de tan inusual resulta pionero, cumple una función de entretenimiento social como pocos actos de todos los que se han visto en redes sociales a cargo de los más diversos artistas han logrado. Es casi como seguir un serial. Y un serial apasionante, además.
El disco más “oficial” de todos -que sí ha salido en vinilo a través de la web de su sello– está atribuido a Daniel Romano & The Outfit, se llama Okay, Wow y es la más fiel plasmación posible de los atómicos directos que llevaron por medio mundo al canadiense en compañía de dicha formación y que éste que les escribe tuvo la suerte de presenciar en la sala Loco Club de València, mayormente boquiabierto durante el espacio de unos setenta minutos. Un verdadero happening eléctrico en el que desparramaron su repertorio en lo que parecía ser una canción muy larga, puesto que prácticamente iban hilvanados unos temas con otros sin interrupción y en versiones nerviosas y aceleradas. Todo eso viene más que bien reflejado en uno de esos directos que merece la pena tener. Y con portada preciosa, además.
El otro disco “especial” del lote es la versión que, bajo el seudónimo de Bob Dylan & The Plugz se marcan Daniel y The Outfit de Infidels, ese disco ochentero que el de Minnesota grabó en el caribe con ayuda de Mark Knophler y del que muchos de sus seguidores han dicho siempre que pudo haber sido mejor de lo que fue. El tratamiento que aplican estos musicazos atiborrados de músculo rítmico y encabritamiento eléctrico sin duda aporta una frescura al material de Dylan que quizá no lo convierta en un disco mejor, pero sí lo traslada a un universo diferente y enormemente seductor.
Después, tenemos lo que serían discos enteros de material nuevo. Y hay de todo en la villa del señor, como diría mi abuela, pero todo bueno: el primero en llegar fue Visions Of The Higher Dream, una inspiradísima colección que viaja indistintamente hacia las islas del barroquismo, la psicodelia, el folk-rock o el soul sin perder un ápice de coherencia ni brillantez. Un disco más que, escuchado aisladamente del resto, podría hasta calificarse de magistral.
Pero es que eso -atención- podemos decirlo de prácticamente la totalidad del lote: el corto, conciso y poderoso Super Pollen suena encabritado y casi hard rock, pero con melodías y armonías marca de la casa, como también las tiene el más orientado a su un tanto dejada de lado faceta country, un disco titulado Content To Point The Way en el que le encontramos donde lo dejó más o menos en 2015, con una orgía de dobros, pedal steel y demás elementos western que adornan unas canciones, una vez más, magníficas.
El siguiente en la lista es el que probablemente muy pocos de sus seguidores hayan entendido, pero que a mi me ha parecido la verdadera delicia del pack: Forever Love’s Fool, hecho en colaboración con Danny Carey (batería de la banda de metal progresivo Tool) es un acercamiento más que brillante al prog-rock a través de una sola canción de 26 minutos. Pero no se asusten -algunos, los más abiertos- el muchacho no pierde un ápice de su personalidad y aunque le vemos en una faceta inesperada sigue sabiendo sonar a sí mismo. La canción-disco tiene unos acentos rítmicos absolutamente fantásticos y por supuesto, la melodía acaba por imperar, resultando un acercamiento de la música de Romano a los parámetros de Pink Floyd, Caravan, King Crimson o Genesis de lo más interesante.
Sin embargo, Spider Bite, como su propio nombre indica, es un mordisco punk en toda regla. Daniel regresa a su yo hardcoreta de cuando era chinorri y le mete caña a base de bien a través de diez canciones potentes, aceleradas y encabronadas, pero no por ello menos inmediatas, escupidas en cosa de 18 minutos, más o menos.
La vuelta a la normalidad, es decir a la mezcla habitual de influencias sin necesidad de decantarse por un género concreto, llega con Dandelion, otra delicia de tintes psicodélicos, con coros y armonías a lo beatle, canciones como puños y unos arreglos y sonido estratosféricos, que no sé si decir que podría convertirse en el mejor disco que ha entregado hasta la fecha sería algo excesivo ahora mismo, pero desde luego, al escucharlo entran ganas.
Todo esto, en suma, constituye el puzle acelerado de un artista poliédrico, impresionantemente dotado y perfectamente encuadrable en la categoría de genio (y de los grandes, además) que va tan sobrado que no tiene miedo a entregar de forma masiva todo lo que tiene dentro del cajón, porque sabe perfectamente que es bueno. En otro tipo podría ser un ejercicio de arrogancia que acabaría en catástrofe, pero él, mira tú por dónde, tiene razón, además de mojo: todo esto merece la pena sacarlo ¿Y por qué no ahora y todo a la vez? ¿Acaso no lo vamos a disfrutar? Háganse un favor, acudan a todos los enlaces que hemos dejado a lo largo de este artículo y escuchen, escuchen… y ya que estamos, premien la generosidad de este pedazo de artista pagando por alguno de todos estos discos una cantidad voluntaria que le ayude a sobrevivir, ahora que el tema de los conciertos, lo que da de comer a esta gente, está en un mundo incierto. Nadie quiere que alguien así deje de hacer música, ¿verdad? Pues a rascarse el bolsillo, caray.
Un caso digno de estudio, desde luego. Gracias por documentárnoslo tan completo. Muy bueno este tipo.