Death In Vegas – Death Mask (Drone)
Hace ya bastante tiempo que Death In Vegas dejó de ser Death In Vegas para ser única y exclusivamente el canal de expresión de Richard Fearless. Atrás queda esa época de incipiente electrónica cercana al breakbeat y al dub de Dead Elvis (Concrete, 1997) y su posterior evolución más pop en The Contino Sessions (Concrete, 1999) que marcaron un camino muy claro en lo que sería el sonido de la banda.
Sin embargo, con la salida de Steve Hellier tras el primer álbum y de Tim Holmes tras Satan’s Circus (Drone, 2004), la alternativa entre los discos facturados bajo el nombre de Richard Ferarless o Death In Vegas han ido difuminando una frontera ya inexistente. Abocado a cierto refugio en los sonidos industriales más primitivos y en su progresión hacia el electro-pop, Fearless ha ido desarrollando una innata capacidad para reinventar la música drone.
Sus dos últimos discos comenzaron ese camino en solitario, y ahora, con este Death Mask, la catarsis es completa. Si alguien se acerca a este disco sin ser consciente de la enorme diferencia entre los Death In Vegas de finales de los noventa hasta estos (este), puede llegar a quemarse. Casi un decenio después, el EP “Your Love” (Drone, 2025) adelantaba tres temas que aquí se incluyen sin casi sorpresas.
El sonido se revelaba cómodo entre las ráfagas industriales y ese drone de tintes oscuros para certificar las inquietudes de Fearless. Aun así, este Death Mask abre la puerta a algún que otro gesto de concordia. Frente a la homogeneidad que supuso Trans-Love Energies (Portobello, 2011) y, sobre todo, Transmission (Drone, 2016), en esta nueva entrega se cuelan piezas de impacto. Ahí está el techno sin concesiones de “Lovers” o “Hazels” o el guiño a la cultura de club de “Rosevile” y “Robin’s Ghost”.
El recorrido mantiene el pulso de Fearless a sus propuestas. La idea de una evolución de Death In Vegas es quimérica o, por lo menos, en lo nominal. Pero frente a este hecho, todavía cabe el reconocimiento de que puede llegar a convencer con esta progresión. Eso sí, el tiempo ha jugado en su contra, y esta reaparición se ha hecho demasiado larga como para volver a reengancharse en un sentimiento de pertenencia.
