Flamin’Go Beach! 2024 (Camping Los Escullos) Almería
En el calendario primaveral se suelen acumular las citas, y no todas esperadas o deseadas con la misma algarabía. A las musicales, fundamentalmente, nos debemos con especial fervor, y a esas sólo podemos faltar bajo el paraguas de excusas claramente evidentes. Incluso si se adelantan en el calendario por razones meramente logísticas, las mismas que pueden provocar cierto malestar al obligarte a perderte los fastos de la jornada inaugural. Sabido es que desplazarse a un paraje tan maravilloso como, para algunos, remoto, es misión obligada y sumamente placentera cuando se trata de abundar en el disfrute y el descubrimiento de bandas, gentes y entorno no por conocido menos estimulante. A un rincón excepcional de la geografía del Parque Natural del Cabo de Gata, en pleno paisaje almeriense, volvieron a desembarcar un puñado de músicos de similar perfil e idénticas intenciones y el grueso de un público que, en abundantes casos, sigue priorizando la oportunidad de alterne y excesos al alcance de manos y bolsillos a la posibilidad de llevarse a casa el recuerdo de algún bolo memorable o una nueva incorporación a la discoteca, virtual o física. En cualquier caso, y dejando aparte los daños colaterales, el Flamin’Go Beach! del camping de Los Escullos fue una vez más y por encima de todo un punto de encuentro, una ocasión única para que el desierto, el mar y el viento que ajó buena parte del periplo nos inmunizaran de las miserias cotidianas y pusieran en la órbita de algunos nombres recientes de la escena punk rock y garage, nacional e internacional, de los cuales se da buena cuenta en las próximas líneas.
Dicho ha quedado el pesar que produjo en este cronista el hecho de no poder atestiguar cómo los Silly Walks, una de las piedras de toque del panorama francés de nuevo cuño, daban uno de los conciertos más potentes del festival. Están en plena gira por España y seguramente este tipo de escenarios pequeños sean mucho más adecuados para su propuesta, rápida y sin concesiones, y una interacción con el público que los va haciendo célebres. Tampoco Beta Máximo ni Human Toys pudieron entrar en agenda, por lo que el after punk con maquinitas del ubetense y el segundo plato gabacho servido por los parisinos quedaron a la espera de una mejor ocasión para ser reseñados. Nada que no pudiera remediarse en la jornada grande del sábado, todo sea dicho.
Todo el mundo sabe lo que son los órganos sexuales. La clave está en saber cómo, cuándo y con quién utilizarlos. Si aparecen en escena un holandés y una suiza (no, no es un chiste aunque lo parezca) disfrazados de pene y vagina y con sólo una guitarra y una batería mínima como armas de seducción masiva, la clase de educación sexual combina perfectamente con una de descaro sonoro. Un power dúo capaz de hacer preguntas básicas como “Where is my dildo?” o incitar a la masturbación colectiva con disparos básicos y directos que te interpelan “Do it yourself”, “Let’s fuck around” no puede pasar jamás desapercibido. Menos aún si cantan visualmente a una “Vagina dentata”, unos pezones retorcidos en “Nipple twister” o abogan por la diversión sin dobleces en “Fuck all the time”. ¿Se puede ser más básico? Igual no, pero tampoco más divertidos. Ni Bone (uno de los DJs más aplicados del evento, por otra parte) ni Jackie ignoran que estos Sex Organs no son más que la excusa para separar sus respectivos proyectos y quitarle importancia a la manera de hacer música y a la vida en general. Justo a lo que habíamos venido.
De Centroeuropa a La Mancha. Esos son los giros inesperados que apetecen en un espacio como este. Puede que en Toledo, lugar insospechado de procedencia de los Hollywood Sinners, nunca pensaran que alguien pudiera olvidar el folclore local de manera tan obvia como lo hacen estos músicos de mano y recorrido firmes, que cumplieron su misión de media tarde, cuando las celebraciones se combinaban con el descanso de muchos, a base de guitarrazos derivados de su pasión por la pureza punk de Iggy & The Stooges o la militancia beligerante de unos Sonics en pleno auge. El salvajismo de “Wild man”, el trote melódico de “Perfect day” y la base de un disco espléndido como Disastro Garantito los respalda y los aúpa al podio de los ganadores de una apuesta difícil en la que tenían las mejores papeletas. Un entrante perfecto antes del plato principal, cuya digestión tardaremos tiempo en asimilar.
Pero todavía tenían que llegar The Whiffs, una de las bandas más solventes del power pop de ahora y siempre. Procedentes de Missouri, ver cómo despliegan su armatoste de riffs limpios y cohesionados con mensajes de militancia y algún momento de emoción contenida es algo que te reconforta con un tipo de canciones que no por escuchadas mil veces antes dejan de resultar encantadoras. Aprovechando su paso por España, y no es la primera vez, visitaron tan idílico emplazamiento para dejar su aún escasa discografía en el lugar que merece. Apabullan en temas como “Another whiff” o la arquetípica “Scratch’n’sniff”, y se entregan a las raíces beatlemanas de “I don’t wanna know”. Haciéndolo sencillo y efectivo, alentaron y allanaron el terreno como las jóvenes futuras luminarias que ojalá sean.
No sé si sería osado hablar de la nueva Debbie Harry, porque las intenciones no son las mismas ni el linaje ni la cronología similares, pero afirmar que Kate Clover es la nueva reina del punk, sin ser ella nada de eso, podría ser algo más apropiado. Por contexto, hablamos de una artista convencida de que en la música que la había marcado desde niña había y hay algo más. Actitud, lo llaman algunos; convicción, preferimos denominarlo otros. No se podría esperar otra cosa de una mujer que a la vez que terminaba sus estudios de cine bebió el agua de la fuente que abrieron pioneras como Patti Smith y de la que sigue fluyendo el manantial creativo de PJ Harvey y musas por el estilo. Alguien que aprendió a tocar la guitarra en su L.A. natal recreando el “Chinese rocks” de Johnny Thunder y que decidió un buen día que haber tocado con bandas de amplio recorrido local como X, Germs o los fantásticos The Gun Club ya era suficiente bagaje para lanzarse a buscar una banda y grabar por su cuenta. Su Bleed Your Heart Out de hace un par de años es aún disco de cabecera para quienes lo descubrimos incluso después del reciente The Apocalypse Dream, otro absoluto disparo a la entrepierna que es presentado en directo con el apoyo incondicional de una banda comandada por la guitarra versátil de Giuliano Scarfo al frente de unos músicos uniformados. La estética, esa parte fundamental para entender algunas propuestas, no enmascara la potencia y la distorsión de temazos afilados como “No more romance”, “Crimewave”, “Love bomb” o una impresionante “Love you to death”, con el que alcanzan una cumbre ya difícil de superar por cualquiera que los secundara en el escenario. Hasta en el medio tiempo de “Damage control” y la estética retro que reivindican para contextualizarlo todo parece que esta gente viene de otro tiempo y lugar y sólo quieren dejar clara que sus pasiones pueden también ser las nuestras. Una verdadera diva que nunca pretendió serlo, y sin duda alguna el gran concierto de esta edición.
De Los Chicos, encargados de cerrar la noche grande, poco más se puede escribir que no se haya escrito y escuchado ya. La anarquía, el despropósito bien entendido y la capacidad de improvisación de una banda que desde su formación ya era pura intrascendencia siguen resultando envidiables. No olvidemos que son unos veteranos de la escena y que aún son presencia regular en carteles internacionales y saraos de diverso percal e idénticos propósitos. El pub rock y la irrelevancia como herramientas de subversión. No hacen ascos a ningún género que pueda ser susceptible de pasar por su trituradora, y su base de operaciones en Madrid los disgrega a placer por el mundo para transmitir parabienes y buenas vibraciones. Al núcleo original creado por los hermanos Urchaga se han unido y desunido músicos implicados en la misma causa y han conseguido crear un pequeño monstruo que ha sobrevivido a más de veinte años de contratiempos. Como le dan a todo y todo lo hacen bien, si los encuentras tocando en un entorno como este justo a la hora en que la noche empieza a agudizar los sentidos, puedes quedar seriamente tocado por su efectiva mezcla de surf rock, rhythm and blues, soul, country y garage bajo la óptica punk que enfoca todo lo que tocan. No necesitan excusa para presentar disco ni grandes éxitos con los que armar el grueso del repertorio, así que con su “Rockanrolla” básico y sin aditivos o la aproximación a territorios comunes con “Land of a million dances” y otras piezas festivas ya tienen más de medio camino andado. El sudor asomaba ya, pese a lo impropio de la meteorología.
Ni el frío ni la amenaza de lluvia impidieron que el cierre mereciera casi una reseña aparte. La frikada de rigor, esperada y temida a partes iguales, llegó en un mediodía dominical en forma de one-man band de guitarra sacada directamente del taller de reparación del lutier y bombo y platillo golpeados hasta el destrozo. Autocalificado como gypsy band, o flamenco trash –no se sabe qué apelativo da más miedo-, un alicantino apodado Nestter Donuts, descamisado y acompañado a ratos por el saxo de una tal Arancha, nos contaba que un buen día su madre conoció a “Elvis Presley” en plena efervescencia sexual del mito, y además que ignora el título de la canción que va a despanzurrar a continuación o que la masturbación es el camino a la verdadera sabiduría. Un personaje salido directamente del submundo de John Waters, una anomalía de locura asintomática porque es la oligofrenia en sí mismo, que conjuga los arrebatos raciales de Enrique Morente con la demencia de Hasil Adkins y asegura que su novia folla con todos sin arrepentimiento alguno. El descaro y la contundencia de miniaturas ametralladas a destajo (“Infección”, “Cocaína”) no son más que breves declaraciones de un ideario escaso y fulminante. Olvidémonos del virtuosismo y pensemos en el ilusionismo de un intruso absolutamente falto de pretensiones. Con la guitarra volando por los aires y despidiéndose con la misma desidia con la que se presentó, el show debía continuar, aunque por otros derroteros más comunes.
Guitarra, bajo y batería. Potencia y decibelios a tope. Mensajes subliminales de autoafirmación y actitud beligerante. Imagen y decisión. Boston Babies, desde Madrid, son un trío al que se les atribuyó la siempre difícil tarea de cerrar el cartel de un festival con unas características marcadas desde su nacimiento. No inventan nada, ni siquiera reinventan, pero se reprograman con su extraordinaria juventud y una educación sonora basada en referentes punk y glam que generan un cóctel efervescente y equilibrado. Los temas son los de siempre, tratados con el poso debido en “Mullets y cigarrillos”, “Listen” y una “Highway 61” con estilo propio. Una de las revelaciones del último año, agotando entradas en salas de todo el país y depositando muchas de las esperanzas en nuevas generaciones para las que eso del rock’n’roll ya es cosa del pasado. Más atención es lo que falta.
Las mentes mal pensantes del Flamingo’ Beach Festival ya están calentando motores y poniendo la maquinaria en marcha para que la siguiente excursión vuelva a compensar la extenuación con otras dosis de música en vena. En vivo y en crudo. Porque este fin de semana lo recordaremos mucho tiempo, como el del año pasado y el del próximo. Nada puede equipararse a la sensación de ser un poquito más felices durante unas cuantas horas.
Fotos Flamin’Go Beach!: JJ Caballero