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God is an Astronaut + Oh Hiroshima (Sala Mon) Madrid 15/05/22

Una de las más clásicas polémicas creadas por la audiencia y la crítica en torno a los artistas musicales, es si estos deben evolucionar su sonoridad hasta prácticamente convertirla en otra diferente; o si por el contrario, debe quedar la esencia suficiente de los orígenes para reconocer su obra como propia. El caso de God is an Astronaut vendría como anillo al dedo para ejemplificar esta discusión.

Empeñados en afilar su sonido, compactarlo, oscurecerlo y virarlo hacia la frontalidad más violenta desde que vio la luz Epitaph (18), han hipotecado por ello gran parte de su heterogeneidad, belleza, sutilidad y emoción más conmovedora. Entiéndanme: el cambio en sí mismo ni es bueno, ni es malo; sencillamente cuesta mucho pensar que ambas facetas formen parte de la misma banda.

Con el lanzamiento el pasado año de Ghost Tapes #10 (21), su propuesta se ha escorado aún más hacia esa radicalidad pesada. Es por esto que, pese a anunciar su gira como la celebración de 20 años de carrera, el peso del show recayó sobre su nueva reformulación estilística. El resultado desde luego no es negativo, al revés: los irlandeses nunca han sonado tan cohesionados, seguros de sí mismos y arrasadores, pero, eso sí, quien se espere volver a revivir sensaciones pasadas basadas en evocadores pasajes de teclados o atmósferas conmovedoras, tienen poco donde rascar. Y es que obras tan notables para quien les escribe como Age of the Fifth Sun (10), Origins (13) o Incluso –sí, incluso- su extraordinario disco homónimo brillaron por su ausencia.

Quienes se sientan más cercanos a su nueva reencarnación disfrutaron de un set list hecho a su medida, donde resultaron especialmente bestiales “Spectres” y “Mortal Coil”. No falto, eso sí, su pleitesía habitual hacia su gran obra maestra, All is Violence, All Is Bright (05), destacando el binomio que formaron el tema titular y la siempre descomunal “Suicide by a star”. No me gustó tanto el endurecimiento gratuito que infligieron al final de “Forever Lost”, de la mano de los guitarrazos de un recuperado para el combo Jamie Dean, algo pasado de vueltas como ya acostumbraba, pero solventísimo en su trabajo como agitador de masas o perfilando certeros punteos propios del math rock.

El núcleo duro formado por los hermanos Kinsella tocó tan entusiasta y efectivo como acostumbra, mientras Lloyd Hanney se encargaba de insuflar ritmos rocosos a sus recientes apisonadoras sónicas.

Por mi parte, eché de menos los pasajes de piano y las texturas tan bellas como cimbreantes de antaño (impensable hace tiempo imaginar un show suyo sin “Fragile”, “Fire flies and empty skies” o “Echoes”), si bien disfruté rescates de su estimulante disco debut, The End of the Beginning (02), cuando la electrónica dibujaba matices nutritivos a su paleta artística. Buenísimas tanto “From dust to dusk” como ese final apotéosico con una audiencia del todo rendida a sus pies mientras brillaba repleta de vivacidad “Route 666”, perfecto broche a una noche donde God is an astronaut reafirmaron su condición de banda puntera dentro de las sonoridades más post-metal que post-rock. Un cambio que, por cierto, acompaña a no pocos artistas adscritos a estas latitudes musicales.

Anteriormente, Oh Hiroshima se habían convertido por derecho propio en la gran sorpresa de la velada. Los suecos, que presentaban su reciente Myriad (22), si bien en estudio no logran atraparme emocionalmente suscitándome una cierta distancia, sobre las tablas arroparon su sonido de una calidez y sensibilidad encomiables, justo lo que, a mi parecer, les falta en parte a día de hoy a los protagonistas de la noche.

Fotos God is an Astronaut: Silvia Moreno 

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