Jake La Botz – They’re Coming For Me (Hi-Style Enterprises)

 El 2019 todavía colea. Aún hay discos que pasamos por alto, quizá porque llegaron demasiado tarde o seguramente, porque el radar de cada cual, por muy atento que uno sea, no da para abarcar ni tan siquiera una pequeña porción del aluvión que, mes a mes, supone la edición discográfica a nivel mundial. El último de Jake La Botz, por poner un ejemplo, es sin duda uno de esas “grandes pérdidas”, que por supuesto, de haber conocido al finalizar el año, hubiera incluido en mis listas personales como uno de los más sobresalientes aciertos del ejercicio.

No obstante, como en ningún lugar está escrito que no debamos hacerlo, ni existe, por tanto, impedimento ni pena capital para aquél que en febrero de 2020 hable de un disco aparecido a mediados de octubre del 19, procederemos a cantar las alabanzas de esta pequeña joya, que las merece y a puñados.

Jake La Botz no sólo canta, es también actor y profesor de meditación, pero lo de cantar lo hace fetén. Tan bien, que ya lleva, a la chita callando, nueve discos a su nombre en un período de veinte años. Pese a ello, no es grande el revuelo que ha causado. Su nombre permanece aún un tanto oculto en los circuítos de la “americana”, gran palabra que todo el mundo usa, y que al final resulta tan superpoblada como sobredimiensionada. Y es una pena, porque sin duda merece mucha más distinción.

El estilo con que más se identifica este cantante, como buen hijo de Chicago, suele ser el blues, pero la verdad es que lo suyo es mucho más complejo. Sin duda es música de procedencia americana, pero de muy diverso pelaje, así, las influencias de los grandes bluesmen, de los que aprendió en sus comienzos, se diluyen ahora maridadas entre ritmos latinos, querencia al rhythm and blues, algo del bluegrass y country, que van infectándole desde que estableció su residencia en Nashville y por supuesto, algo también de rock and roll y pop, que es lo que hace que todo ese batiburrillo resulte tragable incluso para aquellos de nosotros que, aunque aficionados iconoclastas y bienintencionados, no necesariamente bebamos los vientos por todo lo que tenga raíz americana.

Efectivamente, La Botz tiene ese “algo” que hace que no haga falta ser nacido en Oklahoma para entenderle. Este tipo de gesto serio, siempre impecablemente vestido y peinado, que aparece en sus vídeos rasgando pausadamente su guitarra como si con él no fuera la cosa, guarda bajo llave en esa apariencia tan limpia y serena el secreto de una juventud punk atiborrada de drogas, robo y mala actitud, que ya dejó atrás. Musical y estéticamente es una especie de mezcla imposible entre Chris Isaak, el Tom Waits más lírico y Muddy Waters. Un hombre sin complejos que construye su música a base de dejarse llevar por un instinto que le diferencia de toda la maraña que se cobija bajo el manto del mencionado sanbenito de la americana

Lo primero que resalta de este su noveno disco es la enigmática portada, en la que nuestro protagonista se oculta ante una enorme tarta de cumpleaños en cuyos escalones puede leerse “vienen a por mí” (el título del disco), con su rostro, ya de por sí ensombrecido por la falta de luz, nublado asimismo por el escaso humo generado por unas velas recién sopladas. Anuncia la escena, por tanto, un disco lúgubre, oscuro. Y no lo es tanto, sin embargo, cuando uno se aproxima a su audición. Sí hay cierta atmósfera nocturna, cierto misterio, pero en ningún modo es un disco siniestro ni especialmente ampuloso, todo lo contrario, es más bien un dechado de hedonismo musical.

Jake se mueve como pez en el agua por todos los géneros y subgéneros que visita en sus canciones, se le nota disfrutar, haber interiorizado de tal forma el modo en que la tradición se mezcla con su propio estilo a la hora de componer, que ya deben salir como churros esos magníficos híbridos en forma de canción de los que este disco está plagado.

El blues pantanoso de la canción titular sirve de arranque a todo un viaje que va desde los aires mariachi de “Johnnybag the superglue”, al gospel penitenciario de “The bankrobber’s lament”, el sexy soul de “Snow angel”, el funk al más puro estilo Doctor John que trae la jocosa “Hey Bigfoot”, el western swing mestizo de “The terrible game”, la maravillosa balada folk “Grace of the leaves”, ese single infalible que es “Nashville Nashville” o el broche de oro que cuelga la preciosa “Are we saying goodbye”, de nuevo con cierto aire swamp.

El trabajo, además, viene con la garantía de la producción del gran Jimmy Sutton, el artífice de los prodigios de J.D. McPherson y dueño, además, de Hy-Stile, tanto los estudios en que ha sido grabado, como el sello en que se edita este fantástico disco que particularmente a mi me ha descubierto a un artista realmente fascinante en el que sumergirme, pues esto es sólo la punta del iceberg que conforma su nutrida y sobresaliente discografía. Así que si quieren mi consejo, no se lo pierdan, hínquenle el diente ya, o el 2020 se lo tragará.

Escucha Jake La Botz – They’re Coming For Me

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