Janelle Monáe – The Age Of Pleasure (Wondaland / Bad Boy / Atlantic)
Pocas y pocos podrían igualar el tríptico que forman The Archandroid (2010), The Electric Lady (2013) y Dirty Computer (2018). Janelle Monáe ha puesto su impronta en el pop actual de tal manera que es difícil hablar de la música hecha a principios del siglo XXI sin nombrarla. Con una carrera diversa y libre, que últimamente parecía más centrada en el cine, la verdad es que, pasados ya cinco años desde su último ofrecimiento discográfico largo, empezaba a parecer que hasta para ella misma era difícil superar su marca.
No es de extrañar. Dicho tríptico de álbumes es así de espectacular precisamente porque su autora jamás se ha conformado con repetir lo ya hecho. Inquieta y pluridisciplinar como pocos artistas lo han sido en la historia, sus parámetros creativos siempre han sido inabarcables. Sus muchos aciertos artísticos son fruto de una búsqueda constante que la asemeja bastante a la etapa dorada de Prince, aunque sin la incontinencia productiva que exhibía el de Minneapolis. Cada paso que ha dado, en cualquiera de las varias disciplinas en que se mueve, ha sido calibrado cuidadosamente y casi siempre ha dado en la diana tanto en el fondo, como en la forma.
Por eso el álbum que, justo en las puertas del primer verano enteramente exento de pandemia desde el de 2019, llega ahora a las tiendas y plataformas, es, de nuevo, una obra perfectamente estudiada y medida para volver a situar a Monae en la cresta de una ola que realmente nunca había abandonado. Su estética, su constante actividad en redes sociales, su libertad sexual, sus siempre interesantes declaraciones, su actividad como escritora, así como las excelentes críticas recibidas en su faceta de actriz (si todavía no han visto Glass Onion, ya tardan) la han mantenido siempre en el foco de la actualidad. Vamos, que la modernidad es ella. O debería serlo.
No sorprende, por tanto, que este The Age Of Pleasure sea el ejercicio de libertad, el soplo de aire fresco, que uno aprecia de inmediato tras darle escucha. Es un disco breve, bien ensamblado, con todas las virtudes de sus predecesores condensadas, pero otras añadidas que lo sitúan en el epicentro de 2023 y sobre todo, hecho desde el amor. El amor libre, sin tapujos, sin identidad de género, sin moralinas, ni constreñimientos. Janelle ha escrito un álbum sobre el placer, o mejor dicho, las cosas, personas y sensaciones que a ella le suministran placer, en espera de que quien escuche sienta lo mismo.
Tanto “Float” como “Lipstick lover”, los dos adelantos del álbum (el segundo acompañado de un atómico videoclip que deberíais ver) ya daban pistas más que claras de lo que digo. Ambas son canciones totalmente hedonistas, frescas en su factura y de arreglos suntuosos. Puro placer auditivo. Con una mezcla de estilos que va del dub al pop, “Float” es, como su título, una canción excelente que flota liviana en el aire, de hecho es el comienzo perfecto para este álbum. Un arranque ensoñador que ve continuado su acento jamaicano con “Champagne shit”, una infecciosa composición de esas que incitan al perreo piscinero.
Como siempre, uno tiene que pararse, subir el volumen, a ser posible con unos buenos auriculares, y descubrir todos los matices que esta mujer y su equipo de colaboradores (que esta ocasión incluye a gente como su habitual Nate Wonder, Nana Kwabena o Sensei Bueno) introducen en sólo dos minutos y pico de música. La canción serpentea en mil direcciones, hasta que se ve enlazada con la siguiente, la tórrida “Black sugar beach”, que hará lo mismo con “Phenomenal”. Y es que, en resumidas cuentas, Janelle aquí está haciendo lo mismo – o parecido – que Brian Wilson hizo con su Smile. Una suerte de collage, un cuadro impresionista que retrata la fiesta piscinera que está disfrutando un montón de gente joven, desinhibida sexualmente y multirracial. Un mundo ideal al que se nos abre una puerta de 32 minutos.
The Age Of Pleasure es el disco más breve de Janelle, pero también quizá el más redondo desde The Archandroid precisamente por eso, porque condensa todo el talento de su autora de una forma totalmente certera. Cuanto más se escucha, más se sucumbe a su hipnosis, a ese extraño estado de ensoñación festera y sexy en que sumen a quien atienda canciones tan espectaculares como la citada “Lipstick lover”, “The rush”, “Know better” o la majestuosa “I only have eyes 42”, en la que por cierto interviene el legendario músico y productor jamaicano Derrick Harriott. Todo el conjunto, dispuesto, como decíamos, en secuencia y casi sin separación entre pistas, como un pequeño huracán, constituye sin duda otro paso de gigante en la carrera de la de Atlanta y la mantiene en un podio del que nada ni nadie la puede bajar. Janelle Monae ha hecho el disco del verano perfecto, disfrútenlo.