La respuesta está en la canción (II): Oh! Carol
«Si tú me haces una canción yo te haré otra a cambio». Sirva esta como respuesta o o simplemente como creación simplemente como creación compensatoria en el sentido que fuere, el bueno de Neil Sedaka, un cantante pop tirando a blandito que sin embargo conoció el éxito en las listas norteamericanas a finales de los cincuenta con este tema, nunca pudo imaginar que apenas unos meses más tarde su «Oh! Carol» tendría su correspondiente versión en la voz de la fémina a la que iba dedicada. En realidad se trataba de una inocente y laudatoria composición que coescribió con Howard Greenfield a últimos de 1958 para convertirla por obra y gracia de los misteriosos gustos del público en uno de los sencillos más vendidos de la década.
La onda expansiva alcanzó tales cotas que un grupo vocal canadiense hoy olvidado como The Diamonds la versionaron con muy distinto resultado e influencia en las masas. Hasta España llegó su fama, y aquí el trino romántico se hizo carne en las pieles de Karina y el mismísimo Dúo Dinámico, que finalmente la adaptó y adoptó como una de las imprescindibles de su repertorio. Sin embargo, era obvio en ambos casos que los versos no se dirigían a una ex novia del instituto, como en el caso del original.
Sin medias tintas ni razones para ocultar la verdadera naturaleza de su respuesta, la homenajeada no escatimó recursos para escribir la correspondiente carta-canción, respetando el esquema melódico de su ex novio y dotándola de un singular poder femenino. Ayudaba la voz dulce y las experimentadas trazas escénicas de Carole King (sí, es a ella a quien se refería todo esto), que a esas alturas parecía haber olvidado por completo aquel fervor adolescente que le llevó a formar un grupo de doo wop con su antiguo compañero sentimental, los Linc-Tones.
Carol Klein, el genuino nombre tras la identidad artística, procedía también de Brooklyn, tierra fértil en estrellas del fulgor de Barbra Streisand o Harry Nilsson, entre otras. Y en el cambio de década se estilaban los mensajes edulcorados y las tonadas bañadas en almíbar que, en algunos casos, pecaban de todo menos de inofensivas. No fue este exactamente el caso, pues en la explícita «Oh, Neil», publicada dos años después, la ironía maquillaba cualquier otra connotación, acompañada de la sorpresa («nunca imaginé que me pondrías en una canción») y el desconcertante final en el que un disparo de escopeta apuntilla la frase del abuelo: «Le dije a esa chica que no tocara los registros chicle de Neil Sedaka». ¿Autorreferencia o sátira? Ella acabó convirtiéndose en una estrella, y por eso sabía perfectamente lo que debía hacer.
Hay más, muchos más casos de voces que contestan o completan a otras que escribieron alegremente renglones que un día se verían convenientemente compensados por sus respectivas versiones de los hechos. Este es solo un capítulo más en el necesariamente superficial recorrido que se detendrá en otras insospechadas estaciones. Continuará.