Los Crudos + Fever Band (Ambigú Axerquía) Córdoba 21/12/19

Es tradición saludable en algunas salas celebrar anualmente el muchas veces sobado término “concierto de Navidad”, y en el templo cordobés del rock y los sonidos alternativos nunca fueron ajenos a ello. En 2019 han decidido convocar a dos bandas veteranas del circuito local, sendas formaciones bregadas en batallas de toda condición y con escenarios dispares asolados a su paso. El rockabilly, la tradición de la música que revolucionó el mundo en los cincuenta, y el punk poco fundamentalista son dos de esas aproximaciones a la cultura del siglo XX que conviven aún en franca armonía con otros géneros y degeneraciones aún por asentar. Una cultura en perpetuo cambio e interacción que estas dos bandas prefieren dejar pasar como si solo fuera con ellos el ímpetu por preservar unos valores y una autenticidad que los ha hecho profetas en su tierra desde hace al menos una década. La veteranía al poder.

El caso de Los Crudos no da lugar a excesivo debate. El rock de garage no se hará más grande en nuestro país gracias a su existencia, ni la elocuente etiqueta de “puto punk roll” que lucen como enseña en sus conciertos los hará pasar a una posteridad que no necesitan en absoluto. Un combo intermitente en sus apariciones que arrastra ya varias idas y venidas de la escena y basa su poderío en la estrafalaria presencia del vocalista Péres y la rudimentaria forma de abordar unos trallazos de efecto inmediato. Un bolo para disfrutar entre cerveza y cerveza, olvidarse de virtuosismos fatuos y pensar que el verdadero sentido de la Navidad está en este tipo de reuniones y no en las familiares no deseadas, aunque el ambiente sea de fraternidad absoluta. El trote comienza con “Irreal” y la falda entreabierta del líder, y continúa con los chutes de colegueo de “Decídete”, “Los chicos del barrio”, “Córtate el pelo” o “Subiendo la pata”, títulos que dicen mucho sobre por dónde van los tiros con esta gente. Orgullo barrial, conciencia del tiempo y el espacio que ocupan y por encima de todo, desafección y entrega. Menos concentrados que de costumbre por el obligado recorte al set list, ironizan con inteligencia sobre los hábitos autoimpuestos en “Vegano”, vuelven a lo básico de sus consignas en “Nena”, saben que lo suyo está definitivamente “Fuera de control” y reconocen que esta ocasión será probablemente su “Mi gran día” en la ronda de bolos que han ofrecido últimamente. Si se llaman así es por algo, y cierto es que lo justifican siempre que tienen ocasión.

La Fever Band es otra agrupación tan básica en sus premisas como eficaz en sus propósitos. Poner a bailar y a no querer salir de la cápsula espacio-temporal a la que trasladan al público en cada concierto no es algo que deba ser menospreciado jamás. Tal vez porque no es fácil que una propuesta como la suya se mantenga durante veinte años contra viento y marea, basada en gran parte en el boca a oreja y a un prestigio ganado a pulso desde que empezaron a girar por España y Portugal y demostraron que eran –y son- uno de los valores más seguros del panorama nacional en cuanto a versionar a los clásicos del rock and roll primigenio se refiere. Sigue estando esa esencia en su ADN, la que les inocularon los maravillosos discos de Gene Vincent, Carl Perkins, Johnny Burnette y el dios Elvis Presley, pero también el ánimo de demostrar que pese a grabar poco, lo hacen con tablas y seguridad en sí mismos. En su disco Killer Pin-Up lo dejan bastante claro: hay homenajes nada velados a sus musas de siempre, que son las de todos, como a la inolvidable “Norma Jean” o a los tiempos en que grabar un disco era poco menos que una forma de ganarse el cielo, igual que otros momentazos del repertorio, más paganos pero igualmente necesarios, como “No nos vamos del bar”, o las féminas en la sombra que ya inspiraron a gran parte de sus reerentes, aquí encarnadas en las curvas rítmicas de “Anabelle” o “María”. La resiliencia de la que hacen gala Miguel Luque, el batería que canta, Faly Sánchez, nombre mítico del rockerío vecinal, y el gran Guillermo González, el contrabajo hecho espectáculo, hacen presagiar que habrá fiebre por vivir y tocar en directo aún por bastante tiempo. En consonancia con el ambiente de celebración, lo mínimo era intentar una especie de jam session con sus compañeros de escenario al final del show, y así sucedió en una acelerada versión de “Sábado a la noche”, con el nunca bien valorado Moris como otro ángel en la sombra velando por el presente y futuro de una dupla de artistas menores solo en trascendencia mediática, pero muy grandes en relevancia sentimental para quienes hemos sido educados en el mismo entorno y valores que ellos. Los buenos y a menudo falsos deseos de paz, amor y prosperidad mejor que sean formulados así, y que las fiestas sean de verdad felices, que también es mucho más fácil con estos invitados.

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