ConciertosCrónicas

Los Mejillones Tigre (Ambigú Axerquía) Córdoba 17/03/23

El placer de dejarse sorprender por una propuesta fresca y divertida solo puede ser superado por el de quedar atrapado entre sus canciones. Melodías, ritmos, arreglos, punteos… incluso movimientos y, básicamente, espíritu lúdico y ganas de pasarlo bien con la compañía justa de nuevos y viejos fieles. Los Mejillones Tigre, aparte de un suculento y nutritivo plato de origen gallego, es el nombre con el que seis jiennenses locos por la música que les provoca deseos irrefrenables de bailar y compartirla con propios y extraños han decidido adoptar para grabar, girar y alternar. El Fuego agrupa no solo a unos cuantos signos zodiacales, que bien podrían ser comunes a todos y cada uno de ellos, sino también una serie de canciones que los han colocado con este disco por fin en primera línea de ídem para brindarles la oportunidad de presentarlas por todo el país vestidos como si de una orquesta tropical se tratase y hermanando sones caribeños de tradición vetusta, como boogaloo y cumbia, con todo tipo de transgresiones psicodélicas y un rock de garage que los abraza a la década de los setenta con la misma fuerza que los une a varias tradiciones panamericanas. Así son ellos, y así se mostraron ante todos y todas los asistentes, deslumbrados en algún caso, a su concierto en la sala Ambigú Axerquía, siempre con las orejas bien abiertas a cualquier posible terremoto escénico, algo poco apreciado por desgracia en una ciudad que se queja constantemente de la falta de alternativas sin dejar de mirarse al ombligo de la autocomplacencia y el conformismo. Por no decir que ellos y ellas se lo pierden, cosa que queda mucho más elegante.

Allí, otro viernes de fiesta casi privada, alucinamos con la asombrosa capacidad de una banda para abstraerse de la cruel realidad con el fuel de unas canciones engrasadas, diletantes y llenas de mala baba disfrazada de hedonismo. De mover las caderas sin complejo con “Dale candela” (la intro con túnicas y capucha de frailes siniestros no tiene desperdicio alguno), “Ella no quiere bailar”, “40 grados (o más)” o “Sunday guajira” a detenerse a pensar si lo que cuentan y cantan no daría para una reflexión más profunda con “Lamento lisérgico”, “Satán es amor”, “La cumbia del promotor y el trovador” –un tema perfectamente apto para entrar en el catálogo de las grandes canciones de lo que llevamos de año- o la tremenda “Vacaciones en Jonestown”, inspirada por la masacre provocada por la secta del iluminado Jim Jones en USA a finales de los setenta, la década en la que se educaron musicalmente pese a su rabiosa juventud. Maracas, dispositivos de percusión, mínimas líneas de teclado juguetón, guitarras que parecen abrasarse en una playa portorriqueña y base compatible con el pop más amable se revuelcan y culminan en la explosión rítmica de “Mejillones tigre”, “Ayahuasca”, “Vampiro”, “Ayacayé”, “Radiación”, “La avioneta” y especialmente en la “Cumbia de Pascual”, que podría ser la de cualquiera de nosotros, y en “Apocalipsis zombie”, una marcianada que entra por las orejas y las piernas para no permitir ningún tipo de estatismo. Tocan su nuevo disco con afán y destreza, repasan gran parte del anterior y se detienen a explicar que los “Encuentros misticoeróticos con Sheela” pueden desembocar en una bacanal imprevisible o que eso de que “La cumbia es el nuevo punk” solo lo pueden afirmar ellos. Un eslogan que les viene como anillo al dedo, o como yesca al mechero que prenden para hacernos arder en un “Agua de fuego” que precede al culmen de la “Danza del pacharán”, tan amena y digna de disfrute como todas las anteriores. Al final, se han hecho querer tanto que solo podemos pedirles más, aunque tal y como están las cosas, bastante nos han dado ya.

Siempre que aparecen este tipo de bandas, que hacen que un par de horas de música en directo sean un verdadero tesoro, y por desgracia siempre que hay alguien que te dice que prefiere invertir tiempo y economía en otras cosas que se incluyan en su zona de confort  (en resumen, lo de siempre), podemos permitirnos la licencia de decir en voz alta algo que muchos pensamos y no decimos con la frecuencia debida: No son ellos, eres tú. Y otra cosa: Que vivan los Mejillones Tigre, los que se comen y los que se escuchan.

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