Marisol PJ (Sala Hangar) Córdoba 06/06/25
La historia de Marisol PJ dista de ser la misma, ni tan siquiera parecida, de la de los dos referentes artísticos a los que apunta su nombre de guerra. Si acaso mucho más próxima a la primera, porque se arrima a orillas folclóricas para pensar y hacer sus canciones y las canta con el mismo desparpajo que la malagueña. Y también porque apenas empieza a recorrer las sinuosas sendas de una industria maldita y llena de fantasmas a los que ahuyenta vistiéndose de novia humilde y llenando de flores un escenario revestido de ilusión. En este nuevo viaje, una renovación artística y personal que es más un sueño que un empeño, la acompañan una maleta llena de música, una conciencia de espacio y tiempo y unos músicos hermanos y adscritos a la causa de la empatía. Ella ha grabado un disco repleto de miedos y medios, atravesado por un sol silvestre que la guía desde el nombre y la impulsa a nuevos mundos, imaginados y vividos con los pies en el suelo, en cuyo corazón late la raíz y en cuyos ojos se proyecta la ventana del progreso. Si en el cielo habita una parte de la tierra debe ser verdad eso que dicen de la vida eterna, la posteridad y otras cuitas. Antes de proclamar sus certidumbres se viste de dudas, les pega un bocado voraz a los nervios y asegura que cuando alguien cree que ha llegado su momento debe haber alguna razón para que todo vaya bien.
La historia de Chicuelina, el disco que la trae hasta aquí, es la de su abuela materna, la que la crió y le dio el soplo de vida y las instrucciones precisas para que esta noche se suba a una de las tarimas más apreciadas de la ciudad a defender su nombre y su recuerdo. Le ha costado un lustro, pandemia mediante, moldear una idea que la fortuna arrastró hacia el camino correcto: Encontrar a la persona que era la idónea desde el principio sin que ella misma lo supiera. “A Manuel Cabezalí, productor del disco, lo conocí por mi anterior banda La Inesperada Sol Dual, en el festival de Adamuz con el grupo Cabriolets, donde estaba Bimba Bosé y Manuel tocaba la guitarra. Esa noche no tuvimos mucho contacto pero en cuanto le escribí y le mandé mis canciones le gustaron mucho y me dijo que estaría súper feliz de poder trabajar conmigo”. Un orgullo que compensa los esfuerzos que conlleva la autofinanciación y equilibra dolores de cabeza y desniveles financieros. “Lo volvería a hacer mil veces más, era lo que quería conseguir y estoy muy orgullosa, aunque me gustaría haber grabado más canciones. Yo quería que fueran once pero el presupuesto era el que era”. Al final fueron nueve, un número más redondo de lo que parece teniendo en cuenta las intenciones. “Las canciones tienen el sentido de volver a mis raíces, al folclore de mi pueblo –yo soy de Aguilar de la Frontera-. Desde pequeña se escuchaba copla en mi casa, mi madre escuchaba mucho a Marifé de Triana, a Antonio Molina… A raíz de eso empecé desde muy pequeña a tener una inquietud muy grande hacia la música, el cine, el teatro. En casa hacíamos teatrillos, éramos seis hermanos. Este disco es bastante individualista en el sentido de no haber hecho otra cosa que ser yo misma, ni más ni menos. Plasmar esos sonidos con la electrónica, que me encanta fusionarla, y no porque ahora esté de moda”.
Obviamente, para conseguir esa fricción, más que fusión, lo complicado era dar con alguien que entendiera el concepto. “Eso es verdaderamente un imposible, y yo he tenido esa suerte con Manuel, él confió en mi proyecto y me lo dijo claramente, fue muy sincero”. El siguiente paso era la plasmación y presentación en directo, delante de la gente que la quiere, la respeta y la entiende al mismo nivel, y para ello había que ensayar, esperar las idas y venidas de los músicos y felicitarse por el acuerdo final. “Los músicos que me acompañan son maravillosos. A Joselu (batería) lo conozco desde pequeña, es del pueblo, de mi familia, de mi pandilla prácticamente. Luego está Carlos León (guitarras y sintetizadores), que fue el primero de todos en apuntarse, lo que pasa es que con su nivel de trabajo no ha podido venir a ensayar, aunque tampoco le hace falta. Después Leli (bajo), que fue a través de un contacto, porque yo quería una banda de chicas pero aquí es complicado. Le tiré los tejos a muchas chicas y al final somos tres chicas y dos chicos; y Alicia, la última incorporación, de Santaella, que es un amor de niña”. La unión desemboca en un concepto con vocación universal y válido tanto para salas de conciertos al uso como para teatros de diverso aforo. “Incluso lo veo en algún tipo de festival tipo folk, creo que tiene varias posibilidades. Tiene varias partes y el disco está muy dividido, está la parte más intimista, de más sentimiento e introspección, y luego la parte más divertida, porque yo soy ambas cosas. Empecé a tocar el piano en pandemia, me compré un tecladito. No tenía ni idea pero tenía un mogollón de cosas escritas, y si quería hacerlo me tenía que poner. Me encerré, y le agradezco a la pandemia ese encierro, porque a partir de ahí me creé ese hábito, que es lo complicado. Mis composiciones son así, teclado y voz”. Una decisión creativa que supone ciertas dificultades a la hora de trasladar al directo el pulmón de unas canciones que adquieren otra respiración, un ritmo y un tempo que las ralentiza o acelera en función de la suma de factores. “No ha sido nada fácil, pero creo que es una propuesta muy acorde con el sonido del disco, que es lo que yo quería. Pienso que sí, que está bastante conseguido. Carlos saca los sintetizadores a través de la guitarra, lo cual es nuevo para mí y flipo en colores. No es muy común, pero él es un virtuoso”. De las canciones mejor que hablen ellas mismas, y mucho mejor aún si es sonando en directo por primera vez. No era una autoevaluación, sino una reválida en toda regla.
El latido tribal de “El niño” la hace redoblar y expandirse hacia un campo adornado con teclados y líneas de recuerdos distorsionados por la risa de los tiempos. A Marisol no ha sido la vida la que la ha hecho “Rebelde” sino su pasión por las programaciones y las bases rítmicas contundentes pero discretas. En resumen, una “Chicuelina” que desde lo alto del monte de su infancia decide bajar sin temor al frío ni la tormenta del trayecto. El chill out orgánico de “Mi amiga del alma” la conecta con el folclore en la misma medida que con la tecnología, y la sonrisa melódica de “Ni ayer ni mañana” la despojan de piedras demasiado pesadas y amenazas sin fundamento. La filosofía inversa con que afronta el concierto la hace preguntarse “Por qué” podrían suceder otras muchas cosas que al final no pasan, afortunadamente. Y para eso suenan instrumentos que en el estudio pasaron de puntillas o directamente quedaron ocultos por el tono de la producción, y se cruzan miradas y pasos de baile mientras pasan los minutos y vuela “La vida” al compás de su vestido como si a mitad de camino se le hubieran cruzado Las Grecas y Depeche Mode en una cópula imposible y fantasmagórica.
Hasta llegar a las grandes “Stories” contemporáneas, en las que cuenta más un corazón falso en una pantalla que un beso de puro deseo entre tanto amor borrado de la memoria. Seguramente, y si la suerte no le da la espalda a este proyecto, una de las mejores canciones por las que lo recordaremos. Y si al supuesto arte de preguntar rara vez le corresponde el de saber qué contestar, lo mejor es ejercer la autoconfesión y renunciar a sonrisas forzadas para que el aquí y el “Ahora”, sobre todo si se vive entre las mismas nubes de guitarras y teclados en las que ya vivieron The Cure, sean lo único que merezca la pena. Aprendizaje y redención, lecciones esenciales para abrir cualquier senda con vocación de éxito. Marisol PJ la lleva incrustada en su propia denominación de origen, y es de justicia contarlo y compartirlo.