Maryland (El Perro de Atrás del Coche) Madrid 04/10/24
Existen determinadas bandas que albergas dentro de ti como un tesoro que salvaguardas y sólo muestras en las ocasiones que de verdad merecen la pena. En mi caso, una de ellas es sin duda Maryland. Los de Vigo han trazado una carrera musical realmente increíble en la que cada disco es siempre mejor que el anterior, y en la que la honestidad, la emoción y los sentimientos más puros siguen siendo el faro guía de cada canción que componen los gallegos.
Mucho ha llovido desde que les conocí cuando aún cantaban en inglés, con aquel ya lejano y prometedor Get Cold Feet (11), momento en el que entrevistando a Rubén Castelo, su compositor principal, le comentaba lo mucho que me recordaban a veces a Last Days of April.
Fue a partir de su paso al castellano y de la reestructuración de la banda con Los Años Muertos (13) cuando la cosa mejoró exponencialmente, y desde entonces, tanto Resplandor (18) como Cataratas del Paraíso (22) han ido amplificando su fascinante manera de transmitir a través de su música.
Tocaba despedir su último disco, y esta vez podría verlo defendido en directo; no como la vez que vinieron a presentarlo y tuvieron la mala suerte de coincidir en fechas de Madrid con los japoneses MONO. Recuerdo cómo bromeé en esos momentos con ellos en las redes sociales comentándoles que me jorobaba perderme al mejor grupo de La Tierra en relación a ellos, pero que les había tocado por mala fortuna tocar el mismo día en la capital con el mejor grupo del universo.
Por suerte ya les había visto anteriormente en dos ocasiones de las que salí muy satisfecho, pero, o la memoria me falla, o no les recordaba con un directo tan arrasador como el que dieron el pasado viernes en El Perro de la Parte de Atrás del Coche.
Bien es cierto que la disposición y el tamaño de la sala a la que había ido pocas veces a disfrutarla en directo -por la noche saliendo bastante y muy bien-, me ofrecía ciertas dudas que fueron disipadas desde el inicio del show gracias a un sonido nítido y contundente a partes iguales.
Aquello sonaba como un cañón y nuestro cuarteto de héroes cotidianos comenzaban el viaje con una esquinada “Orion”, desde luego no lo más obvio para zambullirse en el directo, pero que desde el cambio de ritmo del tema a su mitad hasta el final de concierto nos sumergió en una sucesión de temas que mezclaban el mejor powerpop con la herencia musculada del rock alternativo de los 90 en perfecta sincronía complementaria con la dulce y sensible voz de Rubén.
Parecían Weezer amplificados en todas sus virtudes sonoras desde un embudo gigante de metal. La contundente y engrasada base rítmica que componen Álex Penido y Pablo Castelo, junto a la afiladísima y cortante guitarra de Erick Puccioni acompañaban a la perfección esas letras siempre a caballo entre la pérdida y la esperanza compuestas por Rubén Castelo haciendo especial protagonista de la noche a un disco tan grandísimo como Cataratas del Paraíso y tan especial para él como nos comentó a la entregada audiencia.
La banda sonaba acelerada y urgente cuando era necesario (“Hace falta rabia”, “Volver a nacer”, “Una fábula de rock & roll”), tremendamente emocional e inflamada la mayoría de veces (un sueño poder vivir a escasos metros temas tan bonitos como “Sobral” o la belleza dolorosa de “Nuevo Amanecer”) y triunfal en sus pequeños grandes hitos (la redondez insultante de canciones como “Nueva York” o “La caleta del sol”).
Algunos otros momentos para recordar siempre por los presentes serán sin duda el rescate de ese tema tan bello de The New Raemon y Mcenroe que es “Gracia” del que realizan una prodigiosa versión llevada por completo a su terreno y del torrente de emociones corriendo por dentro de nosotros con una interpretación majestuosa de “Mi emperatriz infantil” junto a la irrupción de “El chico de oro”, dos puntales imprescindibles de su última gran obra.
Completamente entregados y conmovidos tanto público como banda, el final nos retrotrajo a algunos de sus temas más celebrados y reconocibles, encadenando “Los años muertos” con “Ave Fénix” con una preciosa coda acústica en la que músicos y público se fundieron en su canto.
Sí, las personas más normales del mundo, al final, son las que parece que pertenecen a otro. La sensibilidad está en peligro de extinción y regalos minúsculos, o gigantes, como lo ocurrido en esa sala en mitad del centro de Madrid, nos permiten seguir adelante con nuestro mundo interior como única mochila irreductible.
Foto Maryland: Raúl del Olmo