Sidonie + Elefantes + Embusteros (Teatro de la Axerquía – Festival de La Guitarra) Córdoba
Fotos: Raisa McCartney
Esto no es exactamente un Festival de la Guitarra. O al menos, no uno al uso. Después del apabullante cartel y el éxito de público de hace un año, a los principales escenarios cordobeses llegaba una 37ª edición “contaminada” de pop indie, que por esos lares es como nombrar al diablo, dada la cortedad y cerrazón del oyente medio que solo se atiene a nombres y etiquetas como baremo para calificar la calidad de un evento que debería hacerse más grande a través de la diversidad en lugar de ponerse en entredicho por una razón tan peregrina como que el instrumento rockero por excelencia no tiene tanta presencia, o cuanto menos mucho menos evidente, en las bandas elegidas para representarlo. Nada que nos sorprenda a estas alturas, aunque igualmente lamentable. En cualquier caso, como nosotros debemos ir a lo nuestro, o sea, a comprobar si efectivamente la categoría escénica y musical de los grupos en escena era efectivamente tan dispar (ya íbamos con la lección bien aprendida en sentido contrario), acudimos a la primera de las dos citas bautizadas en esta ocasión como Somos Submarinos, un no tan velado homenaje a la banda que todos están pensando, afortunadamente ya casi en perfecto estado operativo y dispuesta a volver al ruedo festivalero en cuanto la ocasión lo demande. Un submundo musical absolutamente fuera de sitio, para algunos; un modelo de riesgo y apetecible apertura, para otros entre los que nos contamos (podemos oír ya las previsibles voces predicando “sí, pero que le cambien el nombre y no digan que es un festival de la guitarra…”). ¿A alguien le apetece hablar de música y nada más que de música?
Hasta para sus propios paisanos cordobeses, la historia de Embusteros parece no tener demasiada trascendencia, tal era la escasísima comparecencia en el Teatro de la Axerquía ante la presentación en su ciudad de las canciones de un disco más que digno como La Verdad, que ha llevado al cuarteto a tocar en salas tan emblemáticas como la madrileña El Sol o firmar en festivales de renombre como Sonorama o B-Side. Injusto, sonando como suenan en directo apañadas piezas pop como “Dejarse llevar”, “Canción de despedida”, “Nada es suficiente” o una potente “Temporal” con la que introdujeron un segundo trabajo que promete mucho más de lo que parece. Suelen incorporar a modo de complemento una algo desangelada versión de “Eloise”, basada en la que hiciera famoso al gran Tino Casal, artista del que se proclaman fans incondicionales (buen gusto el suyo), y tal y como demandaba la ocasión, se prepararon otra en recuerdo a los compañeros heridos, cuyo título habla por sí mismo: “Supersubmarina”, que ya les sonará a todos. Embusteros están aún empezando una carrera que comienza a despegar con los obstáculos habituales, uno de ellos el de intentar a duras penas ser profeta en tu propia tierra. A estos, al menos amigos y parientes esperamos que no les empañen su rol en un evento que debería traerles más beneficios que preocupaciones.
Si a Embusteros no se lo habían puesto fácil, un descuido que provocó que el escenario se quedase sin sonido con su consiguiente reprogramación nos lo puso difícil a los asistentes. Con más de una hora de retraso aparecían Elefantes ante el desaguisado general y la consiguiente emigración de la parte del público no excesivamente convencida, y claro, la cosa ya no fue como debería haber sido. En un grupo de su prestancia, encabezados por un animal escénico como Shuarma, nunca debería hacer mella la merma en un repertorio que combina sus temás de dominio público (“Azul”, “Que yo no lo sabía”, “Abre más ancho el camino”) con otros que pasaron tristemente inadvertidos en su momento, entiéndase así la valía de un pelotazo como “Somos nubes blancas”, normalmente destinado a encabezar el tramo final de sus conciertos con toda la lógica del mundo, o “Al olvido”, ahondando en la brecha de las canciones de amor desesperado en las que parecen haberse especializado. El habitual dramatismo en la voz de su líder quedó eclipsado ocasionalmente en unas versiones más expansivas y cuidadas que la última vez que las escuchamos en un entorno similar, con un mayor protagonismo de las guitarras (menos mal, ¿no?) y el momentazo de la noche con la aparición –esperada, por otra parte- de los miembros de Sidonie para hacer coros y piruetas en “Te quiero”, uno de los mejores temas que interpretan, solo por haber sido escrito por el enorme José Luis Perales, que nunca entrará en la agenda de ciertos avispados programadores de festivales. Claro, no tiene imagen, y Los Del Río sí (modo irónico activado). Entre tanta melaza y limpieza sonora se agradece que intercalen los versos desesperados de “Duele”, obviamente con el efecto aminorado en intensidad respecto a la versión en disco en la que Bunbury la lleva al punto exacto de tristeza, y la luminosidad, nunca mejor dicho, de “Volvió la luz”, un reflejo de lado pop más clásico de los catalanes. “Que todo el mundo sepa que te quiero” y “Lo más pequeño” completaron un resumen apresurado de su discografía que obvió el más que recomendable El Rinoceronte en aras de la pegada con la que acercarse a un público que los acompañó en “Piedad”, otra gran composición agrandada en directo y sobrada de recursos para explicar por qué Elefantes siguen siendo, tras su reciente resurrección, una de las bandas más interesantes de ese territorio innecesariamente ubicado entre el mainstream y la independencia del pop español.
Ahondando en la herida de un retraso brutal que solo dejó en el recinto a los verdaderamente incondicionales o curiosos en descubrir lo que podría esconderse detrás de los paneles luminosos y la escenografía casi glam que se gastan Sidonie, Marc Ros y su chaqueta roja, Jess Senra y su cuidado desaliño (sombrero incluido), y Axel Pi y su proverbial tendencia al histrionismo se refuerzan en la gira de presentación de su último trabajo con las guitarras de Víctor Valiente y los teclados de Edu Martínez, amén de panderetas, tambores y programaciones que adornan en el cara a cara lo que ya muestran en el estudio, y hacen que su directo sea tan atractivo y emocionante. SI quieren asistir a un concierto por el mero placer de divertirse, además de escuchar canciones bañadas de intrascendencia pero con trasfondo trabajado y pasional, no se pierdan la puesta en escena de los ya consabidos himnos “Fascinado”, “Costa azul” o “Estáis aquí”. Ni habiendo incurrido en incomprensibles altibajos como los de Sierra y Canadá ni basculado entre las montañas de psicodelia de El Fluido García y el reciente pop sintético de El Peor Grupo Del Mundo se les agotan las ideas para entretener a fans y satélites que acaban de una manera u otra rendidos a sus pies. Lo mejor que se puede decir de una banda que salió a un escenario en el que todos presentábamos algún signo de agotamiento es que consiguió convertir la pereza en ilusión.
Y lo hizo como siempre lo ha hecho, entregándose artística y físicamente (Ros se pasea entre el público varias veces a hombros de un miembro del staff y por su cuenta), sudando las canciones y dando una sana impresión de improvisación, de complicidad y de que la vida es muy sencilla cuando haces lo que de verdad te gusta. Las guitarras de “El incendio” y “En mi garganta”, la proclamación de libertad de “Os queremos”, la intensidad de “Siglo XX” o incluso el más pausado ritmo de “Por ti” o “No sé dibujar un perro”, cantada con maneras dylanianas con armónica y acústica y la letra escrita en sucesivos carteles manejados manualmente desde el escenario, podrían dar para mucho por sí solas, pero unidas al efecto dominó que provoca “Un día de mierda”, convertida en salmo sin quererlo ellos, el repunte rockero de “El bosque” y las revisiones de los últimos himnos “Carreteras infinitas” y “Fundido a negro” se transforman en lo que puede que fueran desde el principio: forma de entender la música y el mundo. A día de hoy, Sidonie lo entienden como algo digno de ser disfrutado y exprimido como cada uno disponga. A sus colegas de Supersubmarina les dedicaron un cover de “Granada” al nivel de la original, por no decir que mejor. Llegaron, esperaron, tocaron (desde la intro con “Loser” de Beck hasta el cierre con “Me colé en una fiesta” de Mecano), se divirtieron y se marcharon dejándonos con el buen sabor de boca del tiempo bien aprovechado.
Estamos convocados para la segunda jornada del Somos Submarinos, y a ella acudiremos con las orejas bien despejadas y los prejuicios y las etiquetas en el cajón del olvido, como siempre. Para no herir susceptibilidades, empezaremos diciendo que esto no tiene por qué ser un concierto del Festival de la Guitarra de Córdoba. A ver si así nos ahorramos otro disgusto.