This Wild Life – Low Tides (Epitaph / [PIAS])

El pop acústico y sus pros y sus contras. ¿Qué es eso del pop acústico o, mejor dicho, qué entiende el oyente medio por tal concepto? Aún ni nosotros ni nadie en su sano oído seremos capaces de definirlo más que a conveniencia y según el momento elegido para escuchar según qué canciones. Las que aúna Low Tides, el nuevo disco de los californianos This Wild Life, pertenecen a esa difusa categoría en la que lo mismo recibes un golpe fatal de melaza con cuerdas en plena cara que encuentras el escalofrío perdido durante la penúltima escucha de tu banda de rock duro favorita. Kevin Jordan y Anthony Del Grosso forman una pareja de momento bien avenida que empalaga y encanta en cantidades equivalentes. Pareja de hecho y cohecho, saben que lo que hacen ha sido ya hecho cientos de veces antes y muchas veces con mejor tino, pero su empeño y pequeños logros los definen como un dúo de luchadores que siguen confiando en su instinto para saber cuáles son los mejores aires que pueden acompañar a sus letras tristes y resacas post sentimentales.

La banda apareció como un meteorito en el firmamento del pop de corte independiente tras grabar una más que resultona versión del “Sleepwalking” de Bring Me The Horizon, a la que dicho sea de paso tampoco muchos le prestamos la atención debida, y en su segundo trabajo tiran del poco oficio que aún atesoran para construir un edificio sonoro mucho más trabajado, acumulando capas y texturas y arreglando la fachada con aderezos traídos de otros lares: Hay violines pomposos en “Just yesterday” y percusiones exóticas en “Red room”, afirmando que ahora no solo graban voces celestiales y punteos amables teóricamente inofensivos, sino que introducen complementos útiles como la voz de Maya Tuttle en “Let it go” o las bases electrónicas de Jasob Suwito, también coproductor del álbum, en “Change my sheets”. Breves apuntes nuevos para el viejo cuaderno de construcción.

En esta ocasión, pese a que la fórmula les sigue funcionando relativamente, la inclinación natural que parecen sentir hacia los remordimientos del corazón y los entornos sombríos que retratan la catástrofe subsiguiente al fin de una relación les hacen caer en afectaciones innecesarias como la de “Falling down” y sofisticar en demasía un sonido –hay crescendos que no les hacen ningún favor- al que no le hace falta artificio alguno para conectar con el oyente menos cercano. Tanta profundidad emocional no puede ser buena, aunque quién sabe, igual es eso precisamente lo que más nos gusta de This Wild Life: su inocente solemnidad.

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