Adiós a Sly Stone, el genio entre los genios que llegó antes que Prince
Más allá de las canciones, está el mensaje. Un mensaje de igualdad, de fraternidad, de integración social, que en pocos sitios encuentra mejor su sentido que en el pop. Sobre todo, cuando se mezclan la cultura negra y blanca. Porque más allá de la evidente usurpación que supuso el nacimiento del fenómeno masivo del rock a manos de un chaval de Tupelo que se dedicaba a imitar a los bluesmen negros que pasaban por Memphis, hubo una tendencia de la música negra a integrarse con la cultura de los blancos. Y nadie mejor que Sly Stone, de nombre real Sylvester Stewart, como referente a la hora de establecer ese maridaje entre toda la tradición gospel, blues y soul y el pop blanco. Y no sólo eso, haciéndolo inventó (o perfeccionó, con el permiso de James Brown) todo un mundo nuevo: el funk. Una auténtica revolución que abrió caminos que llegan a nuestros días.
Sus discos y canciones al frente de su banda, The Family Stone, han hecho de su nombre algo grande en la tradición no sólo de la música afroamericana, sino del pop, en general. No obstante, me parece que la dimensión de su legado no se conoce en toda su envergadura. Sin Sly & The Family Stone, no hubiera habido Prince, no habría d’Angelo, no habría Kendrick Lamar.
Uno de los más empeñados en poner la figura de Sly donde le corresponde, es sin duda Ahmir Thompson, es decir, Questlove (The Roots), que ya en su imprescindible documental Summer Of Soul mostró de lo que eran capaces la familia Stone en su mejor momento como banda de directo, pero es que además este año en el festival de Sundance presentaba Sly Lives! (aka The Burden of Black Genius), visible ahora a través de Disney +, un minucioso documental centrado en su figura que intenta destacar la enorme relevancia que ha tenido su obra para la música popular.
En palabras de Questlove: “Woodstock transformó a Sly Stone en un fenómeno, así como en la primera figura dentro del entretenimiento afroamericano que alcanzó tal nivel de celebridad tras el movimiento por los derechos civiles (…) Ray Charles, James Brown o Chuck Berry conocían de manera activa lo que significaba la segregación cuando eran famosos: ya sabes, James Brown no puede cenar en el local donde está actuando. ¿Pero qué ocurre cuando consigues todo lo que siempre has querido? Me di cuenta de que Sly Stone es la primera en un millón de fichas de dominó, o de tácticas de autosabotaje que, a veces intencionadamente, y otras muchas de forma inconsciente, se dan en algunos artistas (…) Quería saber si su vida constituye o no la hoja de ruta para todo artista negro que atraviesa esa carrera de obstáculos y no logra llegar a la meta».
Y es que, seguramente, el tipo de vida que llevó este hombre que nos deja el día 9 de junio de 2025 a la edad de 82 años, fue un auténtico campo minado de cara al éxito y a la relevancia que le eran debidos a su talento. Sus numerosas adicciones, su más que difícil relación con su banda y con la industria de entretenimiento, sólo sirvieron para ir sepultando su nombre más y más entre toda la maraña de jóvenes talentos que él más que nadie había guiado hacia la fórmula de un éxito que jamás pudo disfrutar como es debido.
Nacido en Texas (15 de marzo de 1943), pero criado en Vallejo, California, desde bien pequeño Sly Stone demostró tener unas aptitudes para la música fuera de órbita. Educado, como tantos otros músicos del soul, en la tradición gospel, dominaba ya varios instrumentos desde bien pequeño. Comenzó, claro, en la iglesia, junto a sus hermanas y hermanos, cantando en el coro y tocando, pero pronto empezó a componer sus propias canciones, a aprender el oficio de productor y actuar como Dj en una emisora de radio local.
Paralelamente a eso, Sly había ido formando bandas, primordialmente de doo-wop y de carácter interracial, algo que marcaría su forma de ver las cosas. Como disc-jockey siempre tiró tanto de música blanca, como negra. Y en su faceta de productor en el sello Autumn Records tuvo la oportunidad de producir a bandas como The Beau Brummels o The Mojo Men, alejadas a más no poder del mundo de la música afroamericana. Así pues, su visión al respecto de la integración musical era completamente poliédrica. Y tuvo una idea.
¿Por qué no dar forma a un grupo multirracial, moderno y completamente integrador de los mundos que a él le resultaban naturales, pero nadie parecía querer ver juntos? Mientras pensaba esto, Sly iba montando bandas con amigos y tocando para otros artistas, no obstante, la familia pudo más: con su hermano Freddie, que tiraba por su lado haciendo un poco lo mismo, decidió unir fuerzas y montar algo realmente grande.
Nacía así Sly & The Family Stone, que incluía en su seno otras luminarias, como el bajista Larry Graham o la vocalista Cynthia Robinson. Aunque un primer lp, titulado A Whole New Thing (1967) pasó desapercibido, su sencillo “Dance to the music”, lanzado poco después, comenzó a causar un impacto que, aunque no vino refrendado por los -brillantes, por otro lado- subsiguientes elepés Dance To The Music y Life, ambos de 1968, sí que estallaría definitivamente con Stand!, álbum de 1969 que gracias al sencillo titular u otros como “Everyday people” se posicionó bien alto en las listas y vendió varios millones de copias.
A partir de aquí, la ascendencia fue meteórica. Sly comenzó a ser considerado un genio, un portavoz de su generación que elaboraba himnos dedicados a reforzar la lucha por los derechos civiles como “Don’t call me nigger, whitey” y discos espectacularmente modernos y visionarios como There’s A Riot Goin’ On (1971) o Fresh (1973). No obstante, este éxito y la vida vertiginosa que iba emparejada a él comenzaron a hacer mella en una banda numerosa que albergaba no pocos conflictos en su seno.
Sly Stone no era un líder fácil. Su uso de las drogas y un carácter fuerte generaban innumerables tensiones internas, por no hablar de su falta de compromiso con su carrera: no aparecía en los conciertos, se desmayaba completamente drogado antes de que empezaran, etc. Su fama empezó a ser más de problemático que de genio. Y la banda se disolvió a mediados de los 1970 ‘s.
A partir de entonces, su vida fue una errática sucesión de discos en solitario, reuniones fallidas de la Family, canciones colocadas por aquí y allá, o apariciones estelares que quedaban en nada, todo ello remozado con denuncias, arrestos por drogas y otras lindezas que terminaron sumiéndole en el más absoluto olvido, pese a la inclusión en el Rock and Roll Hall of Fame de Sly & The Family Stone en 1993, su constante reivindicación por otros músicos como Prince, o el homenaje que se hizo a Sly y su banda en los premios Grammy de 2006.
A todas estas cosas, Sly asistió, si lo hizo, esquivo y desganado (en lo de los Grammy, ataviado con un pelo mohicano pintado de amarillo) y comenzó a ser conocido como “el J.D. Salinger del funk”, un ermitaño que pasaba enormemente de la industria e incluso de su propio legado musical. Por eso no deja de ser curioso e irónico que, justo ahora que llega el documental de Questlove para reivindicar su figura como se merece, él decida abandonar el mundo. Un mundo que quizá nunca fue lo suficientemente grande para un talento como el suyo. Y que le echará de menos como lo que fue, la antorcha que iluminó el camino por el que debía caminar la música del futuro. Porque sin él, no lo duden, nada de lo que conocemos hoy, existiría.