Beach House + Dustin Wong – La Riviera (Madrid)

Beach House con entradas agotadas hace semanas para sus tres conciertos de esta gira en nuestro país, consiguieron expandir su propio universo en La Riviera de Madrid, al estilo de Insterstellar, la última película de Christopher Nolan, partiendo de la palpable física de las canciones que contienen sus álbumes crearon un universo en constante expansión a lo largo de las casi dos horas que duró el estupendo directo. Y lo hicieron de tal manera que convirtieron sus canciones de estudio en pequeñas marionetas de madera que cobraron vida, convirtiendo esas pequeñas piedras preciosas que atesoramos en la privacidad de nuestras habitaciones en estupendas cuevas rocosas de las que rascar junto a una multitud una y otra vez afinados arpegios de guitarra, teclados oníricos y por encima de todo dictatoriales ritmos de batería que coronaban la potente, potentísima voz de Victoria Legrand. Además los astros se alinearon y pusieron en su favor un público mayoritariamente respetuoso que permitió disfrutar del espectáculo con el rigor que se merecía.

Ella es en gran parte la culpable de que la noche resultara especialmente cautivadora, permitiéndose el lujo incluso de bromear en puntuales momentos aún con el riesgo de desviar nuestra concentración del camino que se nos iba marcando, si bien en ocasiones los comentarios estaban más que justificados como la mención al esfuerzo que supone en estos tristes días acudir a eventos públicos musicales después de los atentados de París; otras tantas el comentario respondía tan sólo a una idea peregrina que atravesaba en ese momento su melenuda cabeza: ahora dedico una canción a la mujeres y me intereso por lo que están bebiendo, ahora le pido bebida a los camareros para alguno de los técnicos. Todo hecho y dicho con la misma osadía con la que completaban canción tras canción tomando como base un repertorio que se centró más en los títulos de sus dos últimos álbumes Depression Cherry (2015) y Thank Your Lucky Stars (2015); lo que así escrito sobre el papel pudiera suponer un doloroso ninguneo a gran parte de sus mejores canciones, las contenidas en Bloom (2012) y Teen Dream (2010), pero que sobre la arena del circo no dolió en absoluto. Claro que todos queríamos escuchar de la voz ardiente de Victoria, de esa especie de Patti Smith rejuvenecida, que entonara nuestras favoritas personales, pero tal era el acierto de la puesta en escena que más ya no se debía pedir. Con un fantástico Alex Scally que servía de fiel escudero a la omnipresente figura de «la Legrand«, que también se atrevió con el bajo en alguna ocasión, entre sombras y jugueteando más que de costumbre con los destellos de luz, el dúo de Baltimore fue dejándose ver a medida que avanzaba el concierto, para marcar el momento en que desperezaron toda su carga de ruido al más puritito estilo shoegaze, como demostraron cuando casi sin esfuerzo, pero con poderoso resultado, encadenaron de un tirón «Myth» «One thing» y «Sparks». Confundiendo presente y pasado y dejándonos con el anhelo de un disco de guitarras estruendosas que nos aleje un tanto de la ensoñación a la que nos tienen acostumbrados, porque demostraron una vez más que son los reyes de la potencia contenida.

Hasta llegar al clímax que se alcanzó en los bises, atravesamos un agradable camino que arrancaron con «Levitation» y al que acompañaron algunos de los mejores temas de este año, aunque no todos. Así no faltaron «PPP» o «Space Song» para terminar el bis con «Irene» acompañados por el simpar Dustin Wong, que hizo las labores de exitoso telonero. Tal vez la mayor o la única pega del concierto es que se quedaron en el tintero muchos temas que dábamos por seguro, y eso a pesar de que pusieron en marcha una encuesta online para decidir de manera democrática parte del cancionero que debían abordar cada noche en esta extensa gira.

Antes de dar paso a los de Baltimore, Dustin Wong obtuvo excelentes resultados jugando con su guitarra eléctrica y lanzando loops que grababa en directo con sus pedales. Un resultado satisfactorio que consiguió en parte a su buena predisposición sobre las tablas. El más mínimo aplauso provocaba en el artista una sonrisa que literalmente le abarcaba de oreja a oreja. Aunque su desmenuzado show en parte hubiera ganado enteros si se nos hubiera mostrado en pantalla qué diablos hacía agachado la mayor parte del tiempo que estuvo en escena mientras toqueteaba sus utensilios. Con todo y con ello al final resultó entretenido de ver y agradable de escuchar, incluso sus simpáticos alaridos en los que se desgañitaba a lo Björk pasada de roscas, consiguieron arrancarnos la sonrisa.

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