Conciertos

Deleste Festival – Espai Rambleta (Valencia)

 

Desde el pasado sábado Valencia tiene una cita musical más que añadir al calendario de conciertos y festivales. El Deleste Festival celebró su primera edición con dos objetivos claros: el primero, diferenciarse de los festivales al uso, huyendo de la masificación y de los carteles clónicos, y ofreciendo el mejor trato posible a los asistentes; el segundo, obtener la resonancia y el éxito que le permitan consolidarse como un festival anual. Con algunos aspectos mejorables de cara a las siguientes ediciones (lavabos, guardarropía, oferta de comida y bebida), pensamos que se consiguieron ambos.
Soledad Velez (Deleste Festival)

El festival se configuró de forma que hubiera actuaciones musicales a lo largo de todo el sábado, desde las 11 de la mañana hasta bien entrada la madrugada. La matinal, con entrada gratuita para quien quisiera acudir, quedó algo deslucida por la lluvia. La idea era destinar un espacio para conciertos de bandas locales, y otro para actividades infantiles, pero el mal tiempo hizo que coincidiéramos todos en el hall del edificio, improvisado escenario de las actuaciones mañaneras. Mientras esperaban la hora de acudir al concierto infantil de Templeton en el espacio Tuc Tuc, pudimos contemplar la insólita imagen de un corro de papás, mamás y críos de poco más de 3 años asistiendo sin parpadear a las breves actuaciones de Mear En La Nieve (densos y ruidosos, una constante en todo el festival) y Modelo De Respuesta Polar (con sus canciones oscuras, progresivas, fluyendo como un río hasta el éxtasis final en temas como su reciente “El imposible”). A estas alturas ya estaba claro que quien quisiera disfrutar del concierto debía estar en primera fila, porque desde allí hacia atrás el alboroto era general. Soledad Vélez, que ha fascinado con su primer larga duración este año (Wild Fishing, 2012), tuvo que lidiar con un escenario poco propicio para su propuesta: su extraordinaria oscuridad no consiguió imponerse al parloteo general, ni al ir y venir de niños, pero sí dejó muestras de su talentosa profundidad. Distinto fue el caso de Tórtel, que subió al escenario con banda y fue quién mejor se adaptó al ambiente, de nuevo repleto de críos, con su pop luminoso y divertido, desenfadado y colorista, muy familiar. Parón para comer y hacer acopio de energías para lo que estaba por venir.

Los conciertos vespertinos se celebraron en dos escenarios: el Budweiser, un confortable y amplio auditorio donde todos los asistentes podían estar sentados y con buena visibilidad del escenario, y el Jagermeister, un espacio que también tenía sus comodidades pero más similar a la típica sala pequeña de conciertos. Las actuaciones se fueron alternando en ambos escenarios para que no hubiese coincidencias. Al mismo tiempo, aprovechando el parón de la lluvia, en el exterior se organizó el escenario Red Bull que no se pudo montar por la mañana, con diversos DJs pinchando durante toda la tarde. 
Castlevanians (Deleste Festival)

Abrieron la sesión vespertina Castlevanians, que no tuvieron mucho tiempo para demostrar demasiado. Aún así, los valencianos, que publicarán próximamente un primer disco del que mostraron algunos temas, dejaron una buena muestra de lo que tienen dentro: un ambient-rock que viaja entre lo oscuro y lo luminoso con mucha comodidad. Inauguraron el auditorio Budweiser dando la imagen de una banda con personalidad y, lo más importante, con cosas que mostrar.
Cuchillo (Deleste Festival)

Después les tocó el turno a Cuchillo, en formato trío con el teclista Henrik Agren ya definitivamente confirmado como miembro oficial del grupo. Demostraron que han progresado mucho en su corta trayectoria, absorbiendo una experiencia que les ha llevado a tener un directo realmente interesante. Su folk psicodélico empieza suave, pero se va abriendo camino y acaba estallando en motivos florales y caleidoscópicos, o en intenso y furibundo ruido, dependiendo de la canción. En poco más de media hora sólo tuvieron tiempo de repasar algunos temas de su nuevo disco, Encanto (2012), del que destacaron “Amapola” y “Hora bruja”. Luego avisaron: “vamos a ponernos más oscuros”, pero en esencia no cambió mucho, siguiendo la pauta de psicodelia-luz-ruido. Un brutal y estruendoso final dejó al público boquiabierto y pidiendo más.
Templeton (Deleste Festival)

Templeton, sin embargo, no consiguieron una conexión tan profunda. Su propuesta musical es interesante, se mueven en su estilo con soltura y personalidad, pero no acaba de verse una simbiosis clara entre su música, abrumadora, con aristas, emocionante en su mayor parte, y unas letras tal vez demasiado obvias, soportadas además con voces que quizás resultarían más adecuadas para un estilo pop más sencillo y directo. En todo caso ese contraste es también su mayor virtud, y es lo que ellos ofrecen y lo que les ha llevado a su status actual. Los arreglos de cuerda (a pesar de algunos problemillas en el sonido del violín, al principio de “Los días”), los desarrollos instrumentales, y los juguetones duelos a cuatro manos en los teclados, resultaron a la postre lo más interesante de su actuación. Destacable “Entre los sicomoros”, de su último álbum, El Murmullo (2012).  
Beach Beach (Deleste Festival)

Tras la actuación de Templeton, el evento se trasladó al espacio Jaggermeister, donde nos esperaban los mallorquines Beach Beach. Cuenta la leyenda que estos mallorquines tocaron una vez 57 canciones en un ratito. No, en serio: lo de Beach Beach es energía al servicio del espectáculo. Energía y actitud. Entre irónicas y crípticas afirmaciones sobre las supuestas aficiones jazzísticas del presidente balear José Ramón Bauzá (creo que no muchos las captamos y quizá por eso acabaron explicándolo todo), el cuarteto abrió el Jägermeister (el escenario) con alegría. Su punk-rock frenético y voluminoso terminó de espabilar al personal para lo que se venía.
Josh T. Pearson (Deleste Festival)

De nuevo de vuelta al auditorio, nos esperaba el primero de los platos fuertes del Deleste: Josh T. Pearson. El público se agolpaba, muy cívicamente, en las dos entradas laterales al auditorio Budweisser para ver qué es lo que tenía que decir este americano con ínfulas de cowboy, pelo largo y barba que ha vivido más de un drama de fin de año. El texano se presentó vestido completamente de negro, lo que hacía destacar aún más la hebilla de ganadero y el crucifijo dorado que colgaba de su cuello. Y solo en el escenario con su acústica, claro.

Tenía mucho que decir. Además de paella, Pearson había comido lengua y se despachó con unos cuantos chistes horribles -muy de la América profunda- entre canción y canción (mamadas, Willy Nelson,… lo normal); éstos no son más que la terapia necesaria para poder cantar sobre unas heridas que se enternecen de nuevo en cada interpretación. Bromeó y rió con un público que respetó escrupulosamente la actuación del norteamericano (“less talking, Valencia. Less talking”, avisó al principio), y toda la distensión del parloteo se tradujo en intensidad con el comienzo de cada tema. No fueron muchos, ya que este hijo de predicador tiene la extraña habilidad de alargar las composiciones hasta el infinito sin que éstas pierdan un ápice de devastadora constricción emocional: así lo demostró con “Sweetheart I ain’t your christ”, “Woman when I’ve raised hell”, “Sorry with a song” o “Country dumb”. Controlando en todo momento el ritmo de cada historia, llevándola de la tormenta a la calma sólo con su afilada mano derecha y su voz, Pearson nos dejó los ojos como platos y las entrañas del revés. Memorable.
McEnroe (Deleste Festival)

Sin apenas levantarnos del sillón asistimos a los preparativos del concierto de McEnroe. En este caso el éxito sorprendió a la propia banda, cuyos miembros no cesaban de agradecer, sorprendidos, la tremenda reacción del público a cada una de sus canciones. Llegaron incluso a decir que “en su puta vida” habían recibido tantos aplausos. Lógicamente dedicaron la mayor parte de su actuación a repasar los temas de su último (y muy recomendable) álbum, Las Orillas (2012), entre ellas su brillante single “La cara noroeste”. No obstante hubo tiempo también de recordar algún tema de su asimismo recomendable Tu nunca morirás (2009), y de hecho diría que “Tormentas” fue una de las canciones más celebradas por el público. Reflejando la gran forma vocal e instrumental que atraviesa el grupo, cada tema era como un viaje que empezaba plácido y que acababa haciendo saltar a la gente de sus asientos, reventando tímpanos y corazones con sus espectaculares progresiones hacia la apoteosis final de guitarras, bombos y platillos. Su apuesta por la distorsión salió redonda, y que la misma estructura se repitiera una y otra vez no rebajó para nada la excitación general, antes al contrario. Pero no sólo de oscuridad y densidad viven los “Delesters” (¿se dirá así?), así que canciones más sencillas y tranquilas como “Las mareas” también se vieron arropadas por el público con palmas y movimientos laterales de cabeza y hombros. Con todo el auditorio de pie, aplaudiendo, fueron los únicos que tuvieron que volver a salir al escenario tras despedirse, aunque fuera para explicar que no podían hacer bises porque el horario del resto de actuaciones no lo permitía. Si atendemos a las expectativas previas, al menos por parte de los que los veían por primera vez, posiblemente McEnroe fueron los triunfadores del evento.
Nudozurdo (Deleste Festival)

Las pocas ganas con las que la gente abandonó el auditorio pronto se convirtieron en caras de felicidad. ¿Hay alguien que todavía se sorprenda por lo de Nudozurdo? Los madrileños tienen probablemente el directo del momento en este país. Y lo tienen desde hace tiempo pero ahora, con tres discos y un EP, cuentan además con un banquillo capaz de tumbar a cualquiera; desde el Jägermeister casi tiran abajo La Rambleta con un setlist que, de menos a más, encajó temas de todas sus referencias hasta el momento.

“Contigo sin ti” empieza a ganarse un hueco en sus conciertos. Una rara avis dentro del repertorio de la banda de Leo Mateos, un Apocalipsis menos evidente pero igual de desolador que cualquiera de las mejores demoliciones emocionales patrocinadas por Nudozurdo. Fue lo mejor de una primera parte de concierto que también contó con la belleza obvia de “Prueba/Error” y la enferma “Conocí el amor” (eternamente fascinado por el rictus y la interpretación de Leo cuando repite aquello de “el uniforme que llevas es para contar muertos”).

El punto de inflexión lo marcó “Dentro de él”. Acompañada de una maravillosamente excesiva (o viceversa) introducción instrumental, este precioso y temerario homenaje a lo siniestro incluido en su tremendo primer disco acabó por aupar los decibelios más o menos hasta las alpargatas de Dios. Más tarde, “Ha sido divertido” fue el Pippen de Jordan: “El hijo de Dios” es un puñetero himno, pero necesita de una buena presentación. Orgiástica, orgásmica y cualquier otro adjetivo que empiece por “org” e implique un alivio sexual en cualquiera de sus formas. “El hijo de Dios”, en directo, con la maquinaria a pleno rendimiento (ojo a los otros dos señores de Nudozurdo) y el Leopoldo Mateos más mesiánico y enchufado, merece la entrada de un concierto, la de un festival y hasta la de un piso.

Algo parecido ocurre, aunque a menor escala, con “Negativo”, otro de los temas del inspiradísimo Sintética (2008). Con el artilugio de demoler brincando como una lavadora vieja y los indicadores ruidísticos por las nubes, no había mejor cierre. Leo quiso darle al público, convertido en una masa que latía al ritmo de sus propias convulsiones, un alivio final con cañones de confeti y una gran ráfaga de brillante luz. Por eso alargó el clímax de la frase final, “dime cuánto cuesta comprar tu amor”, marcando a sus compañeros con un gesto de su mano derecha cuándo había que apretar el gatillo. Salvajada y lujo.
Fanfarlo (Deleste Festival)

Cuando parecía que después de Nudozurdo no podía haber nada más, llegaron Fanfarlo y consiguieron lo que parecía imposible: que el campo de batalla arrasado que dejaron Leo y los suyos se levantara y se transmutara en abarrotada pista de baile. Su folk épico tiene muchas deudas, efectivamente, con Arcade Fire, pero tras su segundo disco han conseguido dotar a sus canciones de una personalidad propia, con nuevas influencias que abarcan desde The Pogues y Dexy’s Midnight Runners hasta Broken Social Scene. La introducción de más elementos sintéticos (y bailables) de los 80 hace que, sobre todo en directo, los temas exploten hasta sonar como verdaderos hits. Multiplicándose tras sus instrumentos (violines, vientos, generador de samples, sintetizadores…), y sobreponiéndose a unos evidentes problemas vocales de su cantante, desmenuzaron sus dos discos haciendo que la gente bailara como posesa con los temas más marchosos de Rooms Filled With Light (2012), como “Deconstruction” o “Shiny Things”, pero también con los a priori menos moviditos como “Tunguska” y con algunos de su anterior álbum (Reservoir, 2009), entre las que destacamos “The walls are coming down”. La entrega de la banda tuvo una espectacular respuesta entre el público, que coreaba cada estribillo como si le fuera la vida en ello, lo que a su vez retroalimentaba el entusiasmo sobre el escenario, de forma que aquello acabó como una verdadera fiesta y con todo el mundo, los unos y los otros, exhaustos pero felices. Lo cierto es que, tras pasar media tarde entre guitarras distorsionadas, ruido, oscuridad y densos pasajes instrumentales, el pop bailongo, luminoso y deliberadamente facilón (en apariencia, sin embargo) de Fanfarlo nos vino a algunos de maravilla.

Lamentablemente no pudimos vivir el definitivo fin de fiesta, con Jupiter Lion y el posterior desfile de DJ’s (entre ellos DJ Coco), porque el cuerpo, tras 14 horas casi ininterrumpidas de música, ya no daba más de sí.
 
 

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