Especial: Discos desenterrados (I)

Durante bastante tiempo he ido compartiendo por redes sociales fotografías de algunos de mis vinilos junto a comentarios que iba haciendo al respecto, a modo de pequeñas reseñas. Es una especie de labor de recuperación que me impongo, sobre todo de aquellos álbumes a los que considero que el tiempo ha enterrado en el último cajón de la cómoda de la abuela, guardada en el desván. Son discos a los que no se ha hecho la justicia debida, ni por el público ni por una crítica que sigue muchas veces los dictados de una industria que ha ignorado sistemáticamente los productos que no cumplían unos estándares. No olvidemos que esto es arte y que hacer un ejercicio de arqueología, sobre todo cuando se trata de bonitas ediciones originales en vinilo, nos llevará siempre a lugares bellos. Lo importante es que toda esta música no se quede ahí, criando polvo. Justo es recuperarla para que, entre toda la maraña de nuevas producciones que nos asaltan día a día, dejemos un hueco al pasado. Un pasado que muchas veces nos servirá para valorar mejor el presente, en todos los sentidos. Además, en todas estas obras que, de algún modo, quedaron fuera de los focos o aunque en su día tuvieran cierto éxito, hoy están olvidadas, siempre encontraremos un placer infinito. Si merece la pena, prometo más entregas, pero de momento, ahí van estos diez discos desenterrados:

The Plimsouls – Everywhere At Once (Geffen, 1983):

El por qué este disco no fue un éxito rotundo, sobre todo con el apoyo de una discográfica por entonces tan potente como Geffen, es algo que escapa a toda lógica. Quizá demasiado enérgicos para la FM americana o demasiado pop para ser metidos en el cajón del NRA junto a bandas como REM o Green On Red, The Plimsouls fueron constantemente ninguneados, pero el caso es que lo que Peter Case y sus secuaces lograron acumular aquí no lo supera cualquiera (y eso que venían de firmar tres años antes un debut soberbio). Que canciones con la luminosidad pop de «A million miles away», «How long will it take», la fantástica puesta al día del garage rock de «Lie, beg, borrow and steal» o la sensibilidad de «Oldest story in the world» no significaran fama y fortuna para sus autores confirma que estamos ante uno de esos casos de inmensa mala suerte de los que están llenas las estanterías de los coleccionistas. Yo pienso que esto era digno de número uno a ambos lados del Atlántico. Pónganselo en bucle y no se arrepentirán.

John Phillips – John, The Wolf King Of LA (ABC/Dunhill, 1970)

John Phillips, como muchos ya sabréis, fue miembro y el principal compositor -junto a su esposa Michelle- de The Mamas And The Papas, así como todo un monstruo (esto no lo sabréis tantos) a juzgar por la autobiografía de su hija Mackenzie, a la que, sí damos crédito a lo que dice en ella, metió él mismo en el mundo de las drogas y sometió a todo tipo de abusos. De todas formas, esa etapa de su vida no se corresponde con la de la de éste su primer disco en solitario, aparecido justo en el momento en que tanto su banda como su matrimonio se iban a pique. Un disco poco conocido, que sin embargo fue escogido por la prestigiosa revista inglesa ShortList como uno de los “50 coolest albums ever”, merced a la alta calidad de unas canciones de las que alguno de sus antiguos compañeros dijo que si hubieran acabado siendo un disco de los MATP, hubiera sido su obra maestra (o algo así). Y es que a John no le acompañaba la voz. En los discos del grupo siempre se contentaba con hacer tímidos coros y aquí su voz está deliberadamente puesta , por él mismo, en un segundo plano, dejando que la deslumbrante banda que le acompañaba, formada por miembros de la banda de Elvis, como James Burton, o del famoso Wrecking Crew, con Hal Blaine a los parches, hiciera su alucinante trabajo. Pero lo que es cierto es que las interpretaciones, tanto la suya cantando como las del resto de músicos, son soberbias y las canciones, así lo merecen. En la primera cara “April Anne” o “Topanga Canyon” dan clara muestra de ello, pero, curiosamente, es la segunda cara la que se lleva la palma con barbaridades como “Captain”, “Let It bleed, Genevieve” o el single “Mississipi”, todas ellas prueban que este magnífico disco debería entrar en seria competencia con los de Gram Parsons y sus Flying Burrito Brothers por el trono de pioneros del country rock, del que es más que un claro exponente.

John Kongos ?– Confusions About A Goldfish (Dawn/Janus, 1969)
El del sudafricano John Kongos fue uno de esos casos de one hit wonder del que estuvieron tan llenos los años dorados del pop. Desapareció tras dejar dos magníficos discos a su nombre (sin contar un primero aparecido mucho antes a nombre de Johnny Kongos) y sobre todo un par de singles que se posicionaron de forma más que prominente en las listas británicas: “He’s gonna step on you again” y “Tokolshe man”. Kongos, que ya había experimentado cierto éxito como artista pop para teens en su país, había emigrado al swingin’ London para probar suerte. Allí formó la banda Floribunda Rose, que luego derivarían en los más psicodélicos Scrugg y tras estas aventuras firmó el que sería su primer álbum en solitario -el que nos ocupa- que se sitúa justo en la antesala de su éxito con los dos mencionados singles. Confusions About A Goldfish, aparecido en 1970 en la disquera independiente Dawn, es un disco digno de recuperación precisamente por su peculiaridad, dado que es equidistante entre pop y folk de una forma muy naïve, quizá demasiado inocente para que fuera entendido en una época en que tenía que competir con otros actos mejor perfilados para sonar en la radio. De todas formas, el encanto de sus canciones era indudable, desde la vertiginosa canción titular, la sucesión de aciertos melódicos asombra por la facilidad con la que se asientan en nuestra memoria a base de dulces arreglos barrocos (“At this moment”, “Deserts of mountains of man”, “Go Home”), orfebrerías de tinte melancólico (“Seat by the window”), arrebatadas bravatas llenas de jolgorio (“Flim Flam Pharisee”) o soleadas delicias (“It was easy”, “Coming back to you”). Todo ello conforma uno de esos discos fuera del espacio y tiempo en que se crearon, con un encanto pop atemporal, pero vaya, incapaz de causar impacto en su momento. Debo decir que yo no llegué a él sólo, sino que fue gracias al fantástico libro «Los 100 mejores discos del rock» (Ed. La Máscara, 1993) de Juan Vitoria, con el que tantas y tantas cosas descubrimos algunos. Gracias por ello, Juan!

Mick Farren ?– Vampires Stole My Lunch Money (Logo, 1978)
Vamos con algo sucio y callejero. Mick Farren era todo un personaje que lideró una de las bandas más singulares entre las aparecidas en la década de los 60 en el Reino Unido. The Deviants practicaban un rock psicodélico, terrorista y proto-punk a varias galaxias de distancia de las fantasías de ácido y de flores que perpetraban sus coetáneos. Tras tres elepés, a cada cual más freak, la banda se disgregó y Farren, tras grabar un discreto disco en solitario en 1970, se dedicó principalmente al periodismo y escritura underground. No obstante, un vocalista marrullero y de voz cortante cual una lija como él no podía quedar desaprovechado cuando los jóvenes de las crestas empezaron a campar a sus anchas por Londres. Vampires Stole My Lunch Money, co-producido y co-escrito casi en su totalidad por su colega Larry Wallis, de los no menos terroristas Pink Fairies, es ese eslabón perdido entre el freak beat, el pub rock y el punk, al que nunca se le ha dado el suficiente crédito quizá por el hecho de haber llegado demasiado tarde -finales de 1978- a una escena ya más preocupada por los devaneos nuevaoleros de gente como Elvis Costello que de una rodaja d que más bien recordaba a los trabajos que The Dictators habían grabado en Nueva York a mediados de los setenta. Vampires queda, sin embargo, como excelente testimonio de unos tiempos que ya no podrían regresar. Con todo el desparpajo y la lengua sucia de que era capaz, Farren escupe cada frase sobre las perfectas bases de rock callejero e incandescente que prepararon todos los implicados, entre los que además de Wallis encontramos también a Wilko Johnson y Chrissie Hynde. Todos ellos juntan aquí un buen montón de temazos que empezando por la salvaje versión del “Trouble coming everyday” de Zappa que abre el disco, se dirigen en progresión geométrica hacia el desenfreno etílico y gamberro: “Half price drinks”, “I want a drink”, “Bela Lugosi”, “Fast Eddie”, o la traca final con el spoken word de “(I Know From) Self destruction” y “Drunk in the morning”, configuran un disco soberbio que deberían atesorar todos los aficionados al punk rock, pues contiene toda su esencia

 

Clarence Reid ?– Running Water (Alston, 1973)

Clarence Reid es un personaje mucho más fundamental en la historia del soul respecto a lo que inicialmente pueda parecer. Importante compositor (por poner un ejemplo, el clásico de Betty Wright “Clean up woman”, es suyo), productor, showman y por supuesto, intérprete, es considerado una gran influencia para el hip hop gracias, sobretodo, al peculiar happening paródico y de contenido altamente sexual que perpetraba bajo el apelativo por el que sería más conocido en su vida: Blowfly. No obstante, no todo fue chufla. El hombre logró hacer tres fantásticos discos de lo más serio bajo su propio nombre. Discos de southern soul sudoroso y resplandeciente, de los cuales los dos primeros, Dancing With Nobody But You (1969) y este Running Water (1973), pueden ser considerados perfectamente obras maestras. En concreto, este segundo álbum, aparecido casi sumultáneamente que su alter-ego Blowfly, contiene todos los ingredientes que hacen a este artista uno de los verdaderamente grandes de la música negra: irresistibles hits repletos de groove (“Livin’ toghether is keeping us appart”t), chulescas peroratas callejeras (“It’s good enough for daddy”), tórridos baladones (“Please accept my call”) o directamente, imponentes incitaciones al baile (“Ruby”), dispuestas en un conjunto apabullantemente bien cohesionado, repleto de personalidad y de la maestría que sólo los más grandes pueden tener. Su personaje «sucio» acabó fagocitándole, pero el legado soul que dejó este hombre, pese a ser corto, es francamente alucinante.

Scott Fagan ?– South Atlantic Blues (ATCO, 1968)

De algún sitio le tenía que venir a Stephen Merritt (sí, el de Magnetic Fields) tanto talento. Su padre es éste que véis en la portada de este fantástico clásico perdido que es South Atlantic Blues, uno de esos discos que incomprensiblemente se perdieron bajo la sobreexposición de la música pop en los años sesenta del siglo pasado. Un disco magnífico, en que Scott Fagan despliega un estilo propio, entre el pop barroco, el folk, la psicodelia o el soul, a través de una pericia escribiendo canciones que le hizo ser objeto de la atención de grandes dioses de la composición de éxitos como Doc Pomus y Mort Schuman o Bert Berns. Lamentablemente, perdió la oportunidad de oro de fichar por Apple Records (la discográfica de los Beatles) y se tuvo que contentar con la más modesta ATCO, que no promocionó el disco y acabó al poco en cubetas de saldo. Una pena, porque es realmente un hallazgo que ofrece poca fisura, navegando entre la euforia y una oscuridad melancólica que le aproxima a obras como Astral Weeks, de Van Morrison, con una producción ambiciosa y el arma secreta de la voz de Scott, que era portentosa y reconocible. No obstante, no todo cayó en saco roto: el prestigioso pintor Jasper Johns se obsesionó con el disco y pintó tres obras llamadas Scott Fagan Record, que acabaron expuestas en sitios tan cucos como el Met o el Moma de su ciudad, New York, lo cual ayudó a reivindicar en cierto modo su figura, pero nunca logró despuntar realmente en la música y aunque grabó otro disco y escribió un musical, se retiró a vivir en plan hippy a las islas vírgenes. Lo de que es el padre del autor de 69 Love Songs, curiosamente, no se supo hasta poco después de la publicación de este disco de MF y éste no conoció a su padre biológico hasta 2013, llegando a proyectar éste un disco de versiones de canciones de su famoso hijo, algo que no llegó a materializarse (seguramente por lo oportunista e innecesario del asunto). South Atlantic Blues se ha reeditado con el paso del tiempo y un maduro Scott Fagan ha venido, incluso, a Europa a presentarlo en directo. Hoy goza de su estatus de lost classic, al menos para algunos enteradillos…

Jim Ford ?– Harlan County (Sundown/White Whale, 1969)
El “mejor disco del que jamás has oído hablar”, como algunos lo han llamado. Y es que esta obra maestra del country soul con acento redneck es sin duda una de esas maravillas que por haber caído en desgracia cuando debieron ser laureadas, han pasado totalmente desapercibidas incluso para los que se las dan de entendidos. Hay discos que se empeñan en ocultarse y este es uno de ellos. Procedente del sur profundo, de Kentucky (y precisamente del condado minero al que hace referencia el título de este trabajo), Jim Ford dedicó el inicio de su carrera sobretodo a escribir material para otros. Suya es “Nikki Hoeky”, compuesta inicialmente para P.J. Proby y más tarde interpretada por Aretha. Así pasaba el tiempo en LA, tratando de abrirse paso en el complejo mundo de la canción, hasta que entabló amistad con Jerry Perenchio, representante de nada menos que Marlon Brando y The Monkees, que abrumado por su talento le ofreció la posibilidad de grabar un lp completo con libertad creativa y un plantel de músicos solo al alcance de unos cuantos en aquellos tiempos. El resultado se llamó Harlan County y podéis estar seguros de que es uno de los mejores alardes de majestuosidad soul que podréis escuchar en voz de un blanco. Sus canciones gozan todas de un groove y una energía que las hace tremendamente especiales. Es parecido al efecto que desprenden Dan Penn, Tony Joe White o Bobby Gentry (con la que mantuvo un romance y se ha dicho que fue el autor real de su “Ode to Billy Joe”), pero con un acento mucho más enraizado en sus dos extremos: una vibra de funk y rhythm and blues que ríase usted de los músicos de Nueva Orleans y un acento hillbilly que delataba su origen de sureño destripaterrones, circunstancia seguramente determinante para que éste soberbio trabajo cayera en la ignorancia y el olvido más injustos que el mundo del rock haya conocido jamás. La colección de 10 canciones que en poco menos de media hora despacha aquí Jim es de una magnitud a la altura de obras eternamente laureadas, que quizá no lleguen a su altura. Hay que descubrirlo para creerlo

Arthur Verocai ?– Arthur Verocai (Continental, 1972/)
La joya de la corona. Uno de esos lp perdidos en el olvido que la escena hip hop vino a rescatar a través de los samplers. Un disco genial que en su momento pasó desapercibido, pero que puede ser considerado perfectamente una obra cumbre de la música popular brasileira (por no decir del pop, en general) pues su combinación genuina de jazz, bossa-nova, funk y folk psicodélico resulta tremendamente visionaria e inspiradora. Verocai era un importante arreglista, productor y director musical de la televisión brasileña, pero poco se sabía de su faceta como intérprete hasta que en 1972 decidió publicar su debut, este Arthur Verocai que lamentablemente fue condenado a la ignorancia más absoluta hasta que como decía los samplers del Hip-hop obraron su magia. Objeto de deseo de todo digger que se precie y pinchado hasta el desgaste por todo dj con gusto, al fin el sello británico Mr. Bongo ha puesto en circulación una reedición magnífica, un gatefold fiel reproducción del original, del que es uno de esos discos que cualquiera debería tener para que su discoteca estuviera completa. Es, al fin y al cabo, uno de esos discos dotados de una espiritualidad que le toca a uno de un modo profundo cuando los descubre. La ensoñación de una maravilla como la inaugural “Caboclo” no es si no la antesala de un banquete de delicias entre las que se encuentra el elegante groove jazz de “Pelas sombras”, el tropicalismo de “Sylvia” o la exuberancia pop de “Na boca do sol”, en un conjunto carente de fisuras. Palabras mayores y un descubrimiento que os recomiendo profundamente.

The Bongos ?– Drums Along The Hudson (PVC, 1982)
The Bongos estaban a medio camino entre el power pop y el nuevo rock alternativo americano (lo que se denominaba college rock), un poco como sus compañeros de generación, The Db’s. Y al igual que a estos últimos, la historia debería haberles hecho un hueco más ancho, al menos como el que le ha hecho a otras bandas como The Feelies, de los que no andaban tan alejados ni en calidad, ni en sonido. Procedentes de Hoboken, New Jersey, su líder, Richard Barone, era capaz de componer montones de canciones con gancho inmediato, que entre todos sazonaban con un sonido enérgico, preciso y personal, plagado de guitarras afiladas y vibrantes, a las que la sección rítmica proponía siempre nervio. Editado en la indie Fetish, su ópera prima Drums Along The Hudson debería permanecer sin duda como uno de los discos básicos del rock underground americano de los años ochenta del pasado siglo. Sus surcos no cuentan con fisuras. No en vano se trataba realmente de una compilación de todas las canciones que habían ido sacando en siete pulgadas a lo largo de dos años: la infalible “In the Congo”,”The Bulrushes”, “Automatic doors”,”Three wise men” o la magistral lectura que hacían del “Mambo sun” de T. Rex daban sobrada muestra de la rara mixtura que confeccionaban a base de sonidos beat, nervio punk y nuevaolero traído de ambos lados del atlántico, ciertas dosis de africanismo y bastante ruido vía Velvet Underground, a través de lo cual quedaba bien certificado que ellos eran, o debían haber sido, uno de los eslabones básicos de la evolución del pop de guitarras en su país. Pero la suerte no les acompañó y poco más hicieron, aunque se reunieron brevemente en esta década para grabar otro disco y recuperar algo de la gloria que se les debía. Pero ni así..

Roy Wood ?– Boulders (Harvest, 1973)

Con su banda original,The Move, todavía en activo, Roy Wood dio forma junto a sus compañeros Jeff Lynne y Bev Bevan a ELO (Electric Light Orchestra), un esfuerzo liberador de las obligaciones de la banda principal, donde vertían toda su imaginación. No obstante, el divertimento, tras dos álbumes, comenzó a tomar trazas de algo más serio, con Lynne tomando las riendas y dejando claro que eran demasiados gallos en el mismo gallinero, con lo cual Wood tomó las de Villadiego y se afanó en organizar un nuevo proyecto llamado Wizzard, orientado hacia el glam rock imperante en UK en aquél momento. No obstante, su genio era tan grande, que aún tuvo tiempo para grabar una serie de discos en solitario en que desplegaba su enorme talento autosuficiente a granel. Boulders, aparecido en 1973, fue compuesto, arreglado, grabado y producido enteramente por el, como si de un «one man Phil Spector» se tratase, con la sola ayuda de un todavía desconocido Alan Parsons como ingeniero de sonido. El disco es un compendio de las mejores virtudes compositivas de Wood, aunando momentos que recuperaban el pulso barroquista de los primeros Move (“Nancy sing me a song”, “Dear Elaine”), combinándolos con rock aguerrido más acorde con su contexto (“Rock down low”, o el cincuentón “Rock Medley”) y afortunadas locuras en las que dejaba llevar su calenturienta imaginación como “When grandma plays the banjo”,, suerte de sátira country y descacharrante single que ayudó a aupar el disco a un nada desdeñable puesto 15 de los charts ingleses. En todo caso, un asombroso esfuerzo individual y gran manifestación del genio de uno de los creadores más lamentablemente olvidados de su generación

 

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