Explosión Colectiva (Ambigú Axerquía) Córdoba 14/12/24
Lo bueno de cada Explosión Colectiva es que sabes que nunca será la última. Mientras haya combustible en el motor organizativo y kilómetros sonoros por recorrer, nada ni nadie significarán obstáculo alguno para que llevemos a cabo, y pluralizo porque ya somos y nos sentimos parte de ello, uno de los eventos más significativos e interesantes del calendario anual de conciertos en Córdoba, fijado a hierro en el tramo final del año en curso en la agenda de la sala Ambigú Axerquía, hogar y norte del pulmón alternativo de la cultura en la ciudad que una vez fue de las luces y ahora intenta apagar sus sombras a fuerza de esfuerzo y refuerzo cultural, muchas veces sofocado por el ruido imperante y las sombras que insisten en entorpecerlo. El primer síntoma de salubridad es el floreciente eclecticismo de las nuevas bandas que se incorporan a la tribu, seguido por el de la excelencia en las formas y la persistencia en el fondo, y acertadamente secundado por la complicidad de un escenario y unos medios afines a todo lo que salga de la factoría El Colectivo.
Dimos buena cuenta hace unos días de sus intenciones en la entrevista, divertidísima por cierto, con Migue Pérez y Sisco Martínez en estas mismas páginas virtuales, cuando aprovecharon para presentar el segundo volumen, que no es sino la antesala de un tercero ya en ciernes, de un vinilo cuidadísimo de cuya edición deberían hacerse hueco portavoces generalistas. Entre sus surcos se esconden las últimas gemas del pop local en varias de sus vertientes, escorando la veteranía de algunos nombres con el refrescante soplo de la cantera local, en muchos casos ya hecha realidad y carne de directo, porque así es como se crea el callo y se recrea el rayo de la experiencia. Hay que ir por partes en una crónica completada con retazos de mini conciertos (cada banda disponía de un tiempo limitado: Un par de temas, tres en casos concretos, siempre incorporando alguna versión de bandas de la ciudad, esté en activo o no), y explicada en las voces e instrumentos de un ramillete de músicos desbocados en una noche difícilmente olvidable. Y lo escribo desde el mismo frente de batalla, habiendo participado de manera proactiva en el antes, durante y después de un banquete con altas propiedades nutritivas.
La cosa empezó bien: Una banda emergente dando sus primeros pasos y versionando a los Ramones a su manera con una tremenda descarga titulada para la ocasión “Rock en Madrid” no podía pasar desapercibida. Claro que aún era pronto y a esa hora el despiste generalizado de buena parte de los asistentes demoró la afluencia que después pasaría a ser mucho más gruesa de lo habitual. Un par de piezas más estándar, con una rauda y efectiva “Me da igual” como futura piedra de toque presentaron como es debido a Fino Blue y dibujaron próximas apariciones en el mapa del rock afilado que empiezan a controlar con tino.
Morbo Gálico, autocalificados también como banda novel, albergan un alma oscura y canciones retorcidas con un componente de rock gótico –eso sí, pintado de contemporaneidad- que ejecutan con convicción y muchos ensayos. Andan esperando la publicación de su primera colección de canciones y tocan donde los dejan temas que saben a “Cianuro” y otros venenos clásicos con voz cercana al death metal y riffs conjugados en plural. Sus referentes son gente tan poco convencional e igual de proclive a las atmósferas tenebrosas como el gran Txarly Usher, sosias de Txarly Cuevas, un vasco que formó y deformó a su antojo un proyecto llamado La Casa Usher (la literatura otra vez como guía) y que ahora les sirve de inspiración junto a un nombre tan obvio como el de Bauhaus para hacer la cover de recibo. Después de escucharlos, esta ciudad sabe que ya cuenta con unos nuevos príncipes de las tinieblas acechando en cualquier esquina. Bien armados con instrumentos y dejando los colmillos y las venas abiertas para otros menesteres, por supuesto.
El capítulo de sangre fresca, metafóricamente hablando, se completó con dos propuestas tan divergentes en pretensiones como eficaces en intenciones. A Dreadsistance, un combo de rap metal con la insultante juventud de sus miembros como estilete, los mueve tanto la necesidad de dar un toque de atención a la tontuna colectiva, y por eso llaman “Gilipollas” a todo individuo que ejerza tal condición, como la de reivindicar a figuras recientes de la cultura alternativa de un país en estado cultural precario. Así, hacen sonar el “Banzai” con el que Gata Cattana, cuya prematura desaparición la convirtió antes de tiempo en el monumento que ya fue en vida, se posicionaba política e ideológicamente no hace demasiados años. Un listón tal vez demasiado alto, aunque adaptado al aún limitado rango estilístico de la banda, que tuvo una continuación más lógica de lo aparente en el indie rock cultivado de Niño Bravo, un grupo de letras cuidadas y meticuloso en los escasos minutos que se le concedieron, con títulos llamativos como “El reflejo de tu cuerpo en vaso de cristal”, una breve y rauda muestra de sus capacidades, y la versión de “Quema lo mejor”, que por si hay alguien que no lo sepa, forma parte de la delicada carpeta de canciones escritas por Álvaro Guerrero, otro nombre a descubrir e incluso a descifrar.
De Mike Sun, alias del italiano Michele Maggiulli, ya hemos hablado en alguna ocasión, y de Alice Without Friends, esa delicia de folk psicodélico que ha grabado a una distancia considerable de sus raíces punk. La asociación con su banda y con Mirror, otro alias acertadísimo para una mujer llamada Irene Espejo, va ganando enteros después de sus recientes presentaciones en diversos escenarios de la ciudad, y da para que cada uno repase puntualmente su repertorio, con “Vaivén” y “Lo que siempre pasa” como paradas puntuales y un “Spanish bombs” que en sus manos suena incluso más moderno de lo que ya sonaba en su momento. Es que son los Clash, claro, y a ellos se les debe acercar cualquiera que sepa de dónde viene y hacia dónde va.
Tampoco sorprendía, sobre todo por los lazos de amistad y las horas de estudio compartidas, la espontánea alianza entre los chicos de Volpina y la rumba punk de Tony Tunait, otro de esos nombres que tratan de hacerse hueco en escena a la mejor ocasión. Esta era más que propicia, pues la fusión del pop de manual de los primeros, con “Tampoco es para tanto lo nuestro” como pieza aún destacada a la espera de entregar su nuevo e inminente material, con la afinación anárquica del segundo en “Aún no” resultaron en uno de los momentos más explosivos, valga la expresión, de una noche que de momento culminó en una musculosa versión del “Complejo” de Enemigos, la banda que podría encabezar perfectamente el ideario de unos músicos capitaneados por el jefazo Migue Pérez y escoltados por la batería de Mario Cano, pluriempleado más tarde en los avatares de la percusión de Lady Coulson. Tal vez hablemos ahora de uno de los dúos más apasionados y apasionantes de la nueva escena cordoboide, con Ale Sánchez y Lina Rodríguez escribiéndole al blues desde dentro, con las entrañas sucias y el aplomo intacto después de abrir su propuesta a diversos puntos de la geografía nacional. Se podría decir que lo suyo aún está en ciernes, pero faltaríamos a la verdad si no afirmamos que son una de las puntas de lanza del rock más crudo hecho aquí, y también si no dijéramos que Chitón, con quienes tocaron y retocaron “I don’t think so”, “You are out” y una furiosa versión del “Kick out the jams” de los MC5, son al rock instrumental –o al post rock, al que también se aproximan en ocasiones- lo que el hielo a la ginebra seca. Otro super grupo readaptado para la ocasión con Lina erigida en arrebatada front woman. ¿Presagio de una nueva era?
Antes, la maravillosa endogamia escénica se completaba con dos de los veteranos más ilustres de la región. El británico Paul Barham, probablemente uno de los mejores músicos que no ha visto nacer pero sí crecer esta ciudad, y el francés David Donnier (ojo a los discos que graba este hombre, puro mestizaje desde el conocimiento) se entendieron con sólo mirarse y enchufar sus guitarras, acústica y eléctrica, para tocar un “Shake señora”, otro “The girl who likes orange” que poco tenían que ver entre sí justo antes de sonar –después ya fue otro cantar, nunca mejor dicho- y culminar en un “How’d you like that?” que firmarían tal cual los mismísimos The Kooks. Gente que sabe lo que se hace y cómo hacerlo, lástima que les falten los mimbres precisos para hacerse oír. Pero, qué demonios, para eso estábamos allí, para escucharlos y darles el espacio que merecen y bañarnos en el sudor de un fin de fiesta que deja imágenes y momentos como testigos de una eclosión que ojalá recojan las generaciones venideras.
Poco tiempo para tanto espacio. Materia prima excelente, exquisita en muchos casos, para tan poca trascendencia. Un éxito en toda regla, un bien escasamente apreciado y una ocasión totalmente aprovechada. La Explosión Colectiva nuestra de cada año debe ser prescrita por los mismos doctores que saben dónde está la raíz de la enfermedad, esa que sigue lanzando sus garras sin encontrar nunca el blanco fácil que espera. Hemos aprendido a combatirla, y con estos enfermeros de nuestro lado es imposible vaticinar dolencias de efectos secundarios. Viva El Colectivo. Vivamos todos para contarlo, beberlo y vivirlo.
Fotos Explosión Colectiva: Manuel Torres