Jacobo Serra – Doce (Warner)

Durante la dichosa pandemia, un período de infausto recuerdo cuyas secuelas aún percuten en la psique de muchos artistas, hubo quien prefirió seguir en contacto con su público real y potencial aún a costa de pervertir sus respectivas obras; y hubo también quienes actuaron a la contra, es decir, dotando de la introspección que se le presuponía a aquel tiempo a sus futuras nuevas creaciones. El paso, enorme por otra parte, dado por Jacobo Serra con Doce, su última hornada de canciones vino además marcado por una profunda y consciente transformación personal. Unas circunstancias vitales y profesionales que lo sumieron en una especie de bruma mental tras la que se vislumbraba una mezcla de desesperanza y redención. Esta última conseguida por medio de un retiro a la sierra de Guadarrama, refugio y guía para un nuevo capítulo discográfico que amplía y mejora lo apuntado en su ya inspirado disco anterior, grabado hace seis años y ya casi remoto teniendo en cuenta sus fuentes creativas actuales. Solo hay que saber que se fue a grabarlo parcialmente a Liverpool, con el soporte de la Jazz Orchestra, y que decidió mezclarlo en los mismísimos estudios de Abbey Road, para entender que aquí hay muchas pistas sobre lo que verdaderamente ocurrió en el proceso.

Es Jacobo Serra un músico discreto pero erudito, y decidió que sus últimas incursiones en la música clásica escorada a la electrónica, en el ámbito más intelectual de Max Richter, por poner un ejemplo, lo podrían llevar a hacer un álbum de carácter semi experimental marcado por unos arreglos de viento y cuerdas que lo sitúan con un pie en la vertiente orquestal del pop, con The Divine Comedy como punta de lanza evidente, y otro en las salidas premeditadas de guión, representadas por el deconstructivo concepto de Devendra Banhart. Más de una veintena de músicos le ayudan en la causa, incluyendo al “vetusto” Juanma Latorre, ya responsable de la producción de su disco anterior, y en la confección de un calendario sonoro que lo sitúa en un reloj estacional marcado por cada mes del año. Desde la introspección de “Enero – La búsqueda de lo imposible” hasta la deseada luminosidad final de “Diciembre – Doce”, pasa por varios estados de conciencia y espíritu, rozando palos latinos en “Febrero – Frío y cruz”, cediendo al pop de sintetizadores en “Marzo – La caída de los ídolos” o entregando una especie de tango europeizado en “Mayo – Eterno retorno”.

Son canciones de tristeza y esperanza, de pop elaborado y pomposo, con maravillas como “Noviembre – Te di lo que soy”, un salmo confesional macerado en la escuela de Nick Drake, o el jugoso contraste estival entre “Agosto – El preludio” y “Julio – La gran vida”, cuando lo mismo se baña en los pantanos de New Orleans que se refleja en las raíces cabareteras de “Septiembre – Muerte en Venecia”, demostrando que es un devorador de música arraigada y culta. Cole Porter, Burt Bacharach y otros ilustrísimos de su imaginario personal pululan por toda la grabación (“Junio – Año cero” encajaría perfectamente en él), ofreciendo un balance de perspectiva amplia y calado profundo. A lo mejor el propio Jacobo Serra no es consciente de lo que ha logrado con este disco, pero los oyentes bastante tenemos con asimilar toda su grandeza como para tratar de explicárselo.

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