Kendrick Lamar – Mr. Morale & The Big Steppers (PGLang/ Top Dawg/ Aftermath/ Interscope)

Tarde, como siempre. Soy definitivamente incapaz de hacerlo como toca, como está mandado. Tarde, porque escribir sobre un disco publicado hace nada menos que dos meses es poco menos que una locura, por no decir una gilipollez, en estos tiempos sobreinformados de prisas auditivas, de necesidad de enterarse de todo antes que nadie. Y sí, probablemente es que soy gilipollas. Probablemente soy incapaz de asumir las cosas de esa forma. De servir, el primero, hamburguesas del McDonalds en forma de reseña. De escuchar en diagonal, fusilar hojas de promo, “reciclar” sesudos artículos de Pitchfork o The Guardian o inventar efectistas estupideces con ánimo de epatar al personal. No, eso no va conmigo y soy tan rarito que necesito dos meses para asimilar el nuevo disco doble de uno de los artistas más importantes de este siglo y decir algo al respecto. Y no sólo eso: me alegro de ser así. Pero bueno, a lo que vamos…

Mr. Morale & The Big Steppers es el quinto disco de estudio -sin contar bandas sonoras- de Kendrick Lamar. Un tipo hecho a sí mismo que creció en Compton, California, uno de los agujeros más profundos de la costa oeste de los Estados Unidos. Sus rimas, su espectacular estilo al lanzarlas por el micro y sobre todo, una visión poliédrica de la música tanto afroamericana como blanca que ha sabido plasmar de manera magistral en sus discos, le hacen dueño de una carrera meteórica que le ha sentado, exactamente, en la cima del mundo conocido.

La trilogía maestra que forman Good Kid, M.A.A.D. City (2011), To Pimp A Butterfly (2015) y Damn (2017) es algo realmente difícil de superar para cualquier artista. Pero él no es cualquier artista. Eso sí, se lo ha tomado con calma. Sin contar con la B.S.O. de The Black Panther (2018), han pasado cinco años desde que el rapero ofreciera nueva música enlatada al mundo. Cinco años en los que ha tenido lugar una pandemia mundial, se ha centrado en su familia y ha visto crecer su fama y estatus de mito hasta límites insospechados.

Y, por tanto, perfectamente este nuevo álbum podría haber sido víctima de la autoindulgencia de quien se sabe más allá del bien y del mal, de quien probablemente ha perdido contacto con sus raíces, las mismas que le han traído a donde está. Pero, repito, Lamar no es un artista cualquiera. Mr. Morale es, al igual que lo fueron su segundo y tercer discos, doble e intenso. Que no “intensito”. Una obra verdaderamente ambiciosa, que pretende la difícil empresa de dar la visión de su autor de temas que no sólo le atañen a él, sino a la gente de su raza, a la gente que puebla su país, a la gente que puebla el mundo entero. Es un disco global, complejo y que quiere mirar hacia, quizás, demasiados sitios, pero que logra convencer tirando de sinceridad, valentía y por supuesto, genialidad. Porque no olvidemos que este tío podrá estar rodeado de un sinfín de colaboradoras y colaboradores, pero es un puto genio.

El disco juega al escondite desde sus primeros compases. “United in grief” comienza con un falsetto acapella casi gregoriano que representa la paz mental que ha estado intentando buscar, pero entonces viene ese tell them the truth y se desata la tormenta. No hace falta más que un piano de acompañamiento para suministrar toda la fuerza que requiere un flow que se vuelve más vertiginoso según avanza la canción. Juega a la dualidad tormenta-calma, algo que sucederá a lo largo de todo el disco.

Las 18 canciones se dividen en dos secuencias, o discos, si lo escuchas como toca, de 9. La primera está narrada por su esposa, Whitney Alford y se denomina Big Steppers y la segunda Mr. Morale, está narrada por su maestro espiritual (esas cosas que tienen los ricos), Ekhart Tolle. No obstante, a pesar de esta división de apariencia conceptual, el caos temático predomina: la pandemia, la identidad de género, la masculinidad, la infidelidad, la familia, el pueblo afroamericano, la fama, la política de cancelación o la más pura y descarnada introspección, algo que quizá sea, de haber alguno, el tema predominante de un álbum que pretende ser tan global como personal. Ahí es nada.

Que un álbum de Kendrick Lamar sea largo, complejo y de temática dispersa no es ninguna novedad. Ya eran así To Pimp A Butterfly o Damn, pero la diferencia es que, así como estos cuajaban todo eso con una linealidad musical más concreta, Mr. Morale también es de una variedad rayante en la esquizofrenia en ese aspecto. Visita tantos palos que se hace realmente complicado engancharse al disco de forma inmediata. Todo un problema, la verdad, en los tiempos que corren. Y eso que temas con gancho no faltan (“N-95”, “Die hard”, “The heart part 5” y su sampler de Marvin Gaye…), pero aguantar el tipo ante tan abrumadora secuencia de guiños, complejos arreglos, colaboraciones estelares (a destacar, por fantástica e inesperada, la de Beth Gibbons, de Portishead), temas teatralizados (ese diálogo encarnizado de pareja que sucede en “We cry together” con ayuda de la actriz Taylour Paige) y arreglos complejos que van del free jazz a la clásica, pasando por el soul, el pop o el trap, si no se emplean tiempo y paciencia, es misión imposible.

Sólo cuando se escucha de una forma reposada, con el tiempo necesario para que suene hasta el final (73 minutillos de nada), es cuando el complejo puzle que Lamar presenta aquí se nos revela. Y es hermoso, muy hermoso. Cuando uno ve el cuadro completo es cuando realmente esta obra valiente, descarnada, producto de madurez de un autor en estado de gracia, adquiere todo su esplendor. Quizá Mr. Morale no será recordado como el mejor de los discos de Kendrick Lamar, pero sin duda está a la altura de una carrera prodigiosa, que está llevando el hip hop a otro estadio diferente al que tenía hasta ahora. Y no es que el hip hop careciera anteriormente de trascendencia, pero de alguna forma él le está dotando de una madurez y complejidad que antes no tenía. Y no resulta, en esa labor, forzado, pretencioso, ni pretende ser nada ni nadie más que él mismo. Este álbum, de hecho, es una lección magistral de cómo partir la pana siendo tú mismo, sin constreñimiento alguno, sin tapujos. Una obra verdaderamente importante, trascendental, a cargo de uno de los creadores más brillantes de este siglo. Y sí, me ha costado dos meses, pero ha merecido mucho la pena comprobar que tiene cuerda para rato.

Escucha Kendrick Lamar – Mr. Morale & The Big Steppers

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