Tori Sparks + Calamento + El Rubio (Luz de Gas) Barcelona 23/02/17
Aquí bien que nos ponemos a tocar ese bueno y viejo rock & roll como si tuviéramos la más mínima idea de lo que es bailar el lindy hop con un negro y una cinta de decoro y segregación de por medio, pero que venga un guiri a tocarnos nuestro flamenquito… ¡Cuidao!
También es cierto que el mundo anglosajón lleva décadas infligiendo un complejo de inferioridad cultural y artística totalmente injustificado sobre el resto del planeta, y una merecida necesidad de dignificación, una confianza tardía en la posibilidad de calibrar lo nacional en el mismo nivel que lo internacional, comienza a hacerse oír por fin en las Españas. Pero oye, tampoco hay que ser crueles, ¿no? Y con Tori Sparks, mucho menos. Antes de zambullirse en la misma leyenda del tiempo con la que Camarón tendió una oportunidad de viaje espacio-temporal a Lorca, dio aviso: «Si a alguien del público le gusta el flamenco de verdad, lo siento». Y justo cuando estábamos a punto de condenarla, la redimimos de todos sus pecados e impertinencias, presentes y futuras, por una única razón; no hay nada más flamenco que lo que se dice honestamente.
Tori Sparks canta y gesticula por farruca con esa actitud made in America que la hace parecer dueña de todo el mundo libre. Le da un sorbo a la petaca y afirma que nadie sobrevive al amor, «para que no digáis que soy optimista», entre versiones más o menos afortunadas de Los Amaya y el «20 Años» dedicado a los cubanos y al estilo Diego el Cigala, a cuyo concierto en el Teatre Grec barcelonés hace unos años debe gran parte de la inspiración del álbum que presentaba en Luz de Gas, titulado La Huerta.
Tori vino tan y tan bien acompañada que no se dio cuenta del bienintencionado tiro en el pie que se estaba disparando a sí misma; Calamento y El Rubio ya constituían una banda de acompañamiento (por mucho que se negara a designarlos como tal) sobre la que ella se habría de esforzar en vano por salir a la superficie, pero más tarde aparecieron los invitados sorpresa (Julio de los Chavis y Ramón Giménez de Ojos de Brujo), rugiendo como tigres al zapatear nervudo de El Yiyo, y ya no hubo «Kashmir» de Led Zeppelin ni gospel que la redimiera; la sangre es la que corre por las venas, y no hay más.