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Ainara LeGardon – Ainara LeGardon (Auto)

Asomarse a la carrera de Ainara LeGardon, si uno ha seguido cada uno de sus pasos meditados a la par que intuitivos, es hacerlo al riesgo y a la inquietud de quien salta un abismo sin saber lo que habrá debajo, pero que, de una manera u otra, sabe que caerá de pie por una mera cuestión de confianza y de verdad.

Y en este su sexto trabajo de estudio, el riesgo es doble. Por un lado, el de mutar la lengua del inglés al castellano, lo que siempre supone, más allá de desnudar aún más el mensaje, poner a prueba la capacidad y la disciplina de casar cada uno de los engranajes musicales que componen la propuesta de cualquier artista. Y la bilbaína lo consigue sin traiciones y con un soplo de coherencia y, también, de frescura, entendida desde la novedad apremiante de quien tiene algo que decir y de darse a entender más si cabe. No busquen una maniobra comercial, ese tipo de especulación, si nos atenemos al currículum de la vasca, sería ridícula de considerar en grado sumo. El otro riesgo es el inherente a tener la paciencia y el seso de asimilar una obra exigente con la suficiente dedicación y esmero que estos tiempos instantáneos parecen querer robarnos por decreto.

Y dejando estos devaneos varios que espero me disculpen, vamos al apartado estrictamente musical, al meollo de la cuestión. Ainara LeGardon (17), el disco, asienta sus bases sobre su explícito y clarividente título: es Ainara envasada al vacío, pura y cruda, pero también musculada. Tomando como referente su visionario tercer trabajo, Forgive Me if I Don’t Come Home to Sleep Tonight (09), renacimiento en toda regla que la alejaba en intenciones de sus primeras dos incursiones folk más, digamos de algún modo, ortodoxo y abría una nueva etapa para Ainara Legardon. Dicha etapa continuó con su seminal y urgente We once wished (11) y culminaba hasta ahora con el aventurado, por su mayor juego en el ámbito vocal y percusivo, Every Minute (14), quizá, para quien les escribe, el trabajo que menos magnético me parece.

Con este su disco homónimo encontramos la indagación de su anterior trabajo, pero hay algo que suma irremisiblemente: la intensidad que había quedado concentrada en su grado máximo a través de los surcos de We Once Wished. La letanía oscura y sinuosa de “Como lobos” da paso a la electricidad cavernosa e incisiva de “La Espera” y al taladro inmisericorde de “Frío” –una de mis preferidas -, gran acierto que acerca más que nunca su resultado de estudio a la catarsis de sus irrenunciables directos. Tras el arduo y oscuro pasaje que suponen los siete minutos tensos de “Déjalo” se da paso a la terrorífica e inmensa “La isla (hasta quebrar)” que podría haber sido interpretada por nuestra heroína al final de cualquiera de los episodios de la tercera temporada de Twin Peaks en el Roadhouse. La dislocada “Aunque pierda” hurga en el pulso ardiente de este trabajo, llevando su sonido más al paroxismo que nunca, “No ha sido ni es” sigue la estela, aunque no con tanto filo. Con “Témpano” regresa David Lynch y le hace un contrato vitalicio a esta musaraña tenebrista de las oquedades del alma. Excelencia. “Aquellos” supone un reposo frente a semejante alud de metralla emocional, si bien no hay que dejar de estar alerta ya que “Agota”, con su comatoso pulso y uso prodigioso del silencio construye un tour de force sonoro auténticamente severo para incautos.

Pues bien, todo este recorrido nos lleva hasta una conclusión inevitable: estamos ante el mejor disco de Ainara Legardon, estamos en todas partes y en ninguna. Como siempre, como nunca antes.

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