ConciertosCrónicasDestacada

The House Of Love (16 Toneladas) Valencia 25/09/24

¿Hasta dónde llega la nostalgia? O, mejor dicho ¿Qué alcance pueden tener sus efectos? ¿Puede hacer que nos de todo lo mismo? Es realmente difícil responder a esas preguntas. Sobre todo cuando lo que barajamos es música pop. La música pop, tal como la conocimos, era algo esencialmente joven. Pero el caso es que ha ido envejeciendo con nosotros, hasta convertirse en vintage. Y no, es algo que no podemos aceptar. Son nuestros recuerdos, la esencia de los años de mocedad. Aquellas canciones que nos hicieron, que nos cincelaron. Y no queremos cubrirlas -ni a ellas ni a nosotros- de naftalina.

Preguntas de difícil respuesta, sobre todo cuando el objeto de nuestras nostalgias son las canciones de artistas que no hace tanto que estuvieron en el candelero. Al menos, en cuanto a los estándares que imponen viejas glorias aún activas como Rolling Stones, Neil Young o Bruce Springsteen. Artistas que vivieron su gloria en las décadas de los ochenta o los noventa del siglo pasado y que ahora intentan resucitar. Como es el caso de The House of Love.

Pero claro, uno mira hoy en día a Guy Chadwick y ya no ve al chico pálido que aparecía en la foto de su álbum debut, publicado en 1988. Ve a un señor muy, muy diferente. Y muy, muy mayor. Pero claro, no hay que olvidar que Chadwick ya tenía 33 años cuando aquél bombazo del primer single del grupo, “Shine on” (más tarde regrabado para su segundo álbum) fue lanzado. Es normal, pues, que un señor de 68 años ya no luzca como aquella portada ¿Y acaso importa?

The House Of Love pudieron haber tenido todo. Pudieron ser Oasis, pero una serie de malas decisiones, tensiones internas y todo lo malo que acarrea el negocio musical, pudo con ellos. Tras un primer elepé (quizá el mejor) en la indie Creation, firmaron con la discográfica algo más potente Fontana y fueron a por todas con un segundo elepé -el de la mariposa- que les encumbró. Desde 1990 hasta 1993, cuando se separaron, estuvieron en todos los tabloides. Formaban parte de los más modernos, los más amados. Pero, de repente, la luz se apagó. De hecho, Chadwick (y también su compañero de fatigas, Terry Bikers) consideró que ese fichaje por Fontana fue el peor de sus no pocos errores.

Acabaron tan mal entre ellos debido a esta y otras historias que parecía que no volverían, pero volvieron. Claro, la nostalgia es poderosa. Y sus canciones, sobre todo las grabadas en su etapa con Fontana Records, seguían manteniendo una onda expansiva suficiente como para poder pasar por caja sin necesidad siquiera de decir nada nuevo. Aún así lo dijeron, hace un par de años sacaron el anecdótico A State Of Grace (2022), pero es algo que no ha evitado que para girar por ahí y hallar el suficiente reclamo hayan tenido que acudir a la etiqueta The Fontana Years. La nostalgia, siempre tan dictatorial.

De hecho, es curioso, porque tal como nos contó en la entrevista que publicó Muzikalia hace más o menos un año, a día de hoy Chadwick no necesita de esto para vivir. Se retiró de la música por completo a partir de 1998 y fundó un provechoso negocio que aún hoy regenta, por lo que esto, supuestamente, es por amor al arte. O por una jubilación en algún país sin Brexit. Vaya usted a saber, pero en todo caso todo este rollo que les he soltado es el, a todas luces excesivo, calentamiento para contarles su visita de ayer noche a València, una ciudad por la que la banda no pasaba desde 1990.

De hecho, se esperaba tanta expectación que en un principio el show iba a tener lugar en la sala de mediano aforo Moon, pero al final, no se sabe si por problemas técnicos o por venta de entradas, acabó en la más pequeña (pero de considerable mejor sonido) 16 Toneladas, en el barrio de Campanar de la ciudad del Turia.

Con un público suficiente, pero escaso para lo que cabría esperar de un retorno semejante en una ciudad tan dada al recuerdo musical, la cita era temprana, a las 20.30h de la tarde, con un telonero especial. El joven cantautor canadiense Alex Nicol exhibió, junto a su percusivo bajista, una voz angelical y un cancionero excepcionalmente bien cincelado que lamentablemente -ni siquiera cuando acudió al “Everybody knows this is nowhere” de su compatriota Neil Young para captar la atención- no pudo impedir la mala educación de un público poco fogueado en espectáculos de directo, que incluso le daba la espalda mientras conversaba a la espera de la salida de sus pretéritos y añorados ídolos de juventud.

Una lástima que la gente no tenga curiosidad más allá de lo acontecido en sus años mozos, porque el chaval sin duda merece la pena. Así que, en fin, pasado el trámite del teloneo, la banda, con un Chadwick muy maltratado por la vida, pero visiblemente motivado, salió a recuperar el tiempo perdido. Completan la formación, que ya sólo le tiene a él como miembro original, el joven Harry Osborne al bajo y los veteranos Keith Osborne a la guitarra y Hugo Degenhardt a la batería.

Potente cuarteto, que desde la inicial “Cruel” fue demostrando que podía no sólo defender, sino elevar, aquellas excelentes canciones, a pesar de que su líder no cuente ya con la mejor de las voces. No obstante, Chadwick se esfuerza, ofrece actitud. Y se agradece. Sobre todo porque, en conjunto, y gracias al siempre excelente sonido de la sala, la cosa funciona. Las canciones suenan, de hecho, rejuvenecidas. Con finales extasiantes y una sinergia entre los músicos que se contagia al respetable. Además, el setlist, pese a que el guión obliga a obviar demasiado un disco tan bueno como el debut de The House Of Love, es infalible: suena “In a room”, “Hannah”, la inevitable “Shine on”, “The Beatles and the Stones”, la preciosa “The girl with the loneliest eyes”, un “Burn down the world” abrasivo, como toca, y como colofón la intensa “Don’t know why I love you”.

Demuestran así que no siempre es necesario tirar (exclusivamente) de nostalgia para revivir glorias pasadas. La experiencia, el espíritu, la actitud, la honestidad, son siempre elementos esenciales sin los cuales uno no sale con la sonrisa tan amplia como cabría esperar de un concierto tan deseado. Ellos repartieron justo eso: la dosis precisa de nostalgia, sí, pero también un “aquí estoy yo” que nada presagiaba y fue esa gran sorpresa que convierte un concierto nostálgico en algo pleno de vigencia y emoción. Y eso que aún quedaban ases en la manga: sacaron a pasear su etapa Creation en los bises y sonaron la esencial “Christine”, con un extraordinario tejido de guitarras que siguió en “Destroy the heart” y pegó el reventón absoluto en la psicodélica “Love in a car”, que acabaron tocando todos en formación de coro en torno al bestial batería Hugo Degenhardt, que hizo saltar todo por los aires en un final al que el adjetivo colosal le queda corto. Así que ¿nostalgia? Pues sigo sin tener respuesta, pero retornos así, sí.

Fotos The House Of Love: Susana Godoy

WP-Backgrounds Lite by InoPlugs Web Design and Juwelier Schönmann 1010 Wien