Bill Callahan – REALITY (Drag City)

“And we’re coming out of dreams/ As we’re coming back to dreams/yeah, we’re coming out of dreams/Dreams are thoughts in lotus and chains”.

Bill Callahan se ha esfumado. Creo que estará habitando en algún espacio entre las notas de alguna canción. Desaparecer. El arte de la fuga.

Los versos de arriba pertenecen a “First Bird”, y es como el despertar a esa pesadilla pandémica que sólo se nos permitía soñar, aunque sabíamos que estábamos encadenados a una sombra cavernaria. El que un día fue Smog desliza preciosos versos con su voz robusta, declamando una letanía en espera de los primeros rayos de sol.

Reality (Drag City, 2022) es el decimonoveno disco de una artista que cada vez se hace más necesario. Este mundo es muy feo, pero Bill -o mejor, su fantasma—lo hace más habitable. Un disco lleno de canciones que tienen un poder casi curativo. “Everyway” es como una brisa matutina cantada por Van Morrison, espartana, esencial, como un grito primario. Un nuevo día amanecerá y con él una nueva ilusión. “I feel something coming on” y la steel guitar atraviesa nuestro sistema nervioso y lo zarandea.

“Bowevil” vendría a ser la banda sonora de una película de Kelly Reichardt. La guitarra marca el ritmo marcial, y un coro a lo Bad Seeds, a lo lejos va enseñándonos la senda para llegar al hogar prometido. A nuestro lugar en el mundo. Siempre en fuga; siempre regresando.

Las notas repetitivas – ¿kraut campestre? – de “Partition” va urdiendo un mantra primigenio, mientras Callahan declama versos oblicuos donde aparecen Adán, Dios, cerdos…y todo se torna en una sinfonía bendecida por Sun Ra.

 “I started writing your death song long before you were gone” susurra al comienzo de “Lily”: el proceso creativo de un hombre que quiere volver a la esencia de las cosas, al estadillo primero. Ride the wind…y el silencio se cuela en las grietas de la melodía más hermosa, de igual forma que en “Naked Souls” teje una letanía de simbología pagana extraña, ribeteada por guitarras furiosas.

“Coyote” tiene las hechuras de la mejor Joni Mitchell. Un piano va pespunteando el sueño de los que sí -aún- quieren soñar y no quieren despertar de él; el amor se puede materializar en algo hermoso, táctil, algo que puedas nombrar mientras te comes a dentelladas, como un coyote, cada sílaba. Una de las cumbres de la carrera de Bill Callahan es esta.

Los acordes morosos, extáticos a lo Low conforman “Drainface”, con unos cambios de ritmos inesperados, y tonalidades jazzísticas, para luego volver a la contemplación placentera con el blues de “Natural Information” en la que nuestro hombre se siente afortunado de vivir su paternidad en armonía. Una brillante oda a la vida postcovid. Más muestras de amor: “The horse recognizes your astounding everlasting beauty” canta el de Silver Spring en la fronteriza y coheniana “The Horse”. Y si los planetas cantan para Bill es porque les compone las mejores melodías: “The Planets” es el plan de fuga perfecto. Desaparecer. Se cierra esta obra maestra con “Last Night At The Party” a ritmo de vals interestelar, y pienso que la vida podría llegar a ser así de bonita. Esperar a que al final de la fiesta alguien te rescate y te lleve de la mano a la oscuridad.

Escucha Bill Callahan – Reality

 

 

 

 

 

 

 

 

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