Daft Punk – Human After All (Virgin)

Contra viento y marea, y con todo a favor para ser denostados por los “enterradores de estilos”, vuelven Daft Punk. El dúo De Homem-Chhristo/Bangalter ha aportado algo más que dinamismo a la música popular de los últimos años. Sus méritos son varios: primero, haber publicado un artefacto como Homework. Segundo, darle relieve al house, dignificando y reivindicando sus mejores nombres. Tercero, esquivar el culto a la imagen, riéndose del mundo entero. Y el cuarto, bien podría ser este gran Human After All.

Daft Punk no han ido a buscar lo fácil, ni tampoco han modificado su sonido, cosa loable en una época de preeminente y enfermiza obsesión por innovar y “ser artista”, cueste lo que cueste (y esto suele costar la frescura y el sentido del humor). Tampoco han llamado a Oasis ni a cantante alguno para amenizar aquello que es irrecuperable. Ellos innovan con otras herramientas: las de la electrónica casera, sin duda el lado bonito de su música, el aspecto que más brilla en sus producciones, siempre algo rupestres, como de campiña burguiñona.

Es por tanto un disco de observación, de espectadores activos que observan y esbozan desde casa. Oscuridad (”The Brainwasher” o ”Steam Machine”: pesadillas de una realidad fascista); mucha distorsión (descúbrase dónde); un nuevo ”Around The World” (”Robot Rock”: música para ponerse a juguetear en plena calle, comprando en el mercado por ejemplo); crítica social (”Television Rules The Nation”: conviene recordarlo); y, en fin, electrónica de la buena, con distintos apuntes crepusculares (el disco se apaga con mucha ”Emotion”: miel en los labios) y un concepto que quizás se pueda aplicar a la electrónica: el del edutainment (educación+entretenimiento, como Krs-One). Teachers, profesores.

La incorporación de retazos heavy-metal (el techno, y quienes lo escuchan, sólo avanzarán si curiosean en otros géneros); y la creación de un break-beat más directo, alejan al grupo del dance y lo introducen en un mundo industrial en el que todavía es posible bailar. Pero de una forma más dura, menos alegre, aunque tan irónica como siempre. Experimentan, en efecto, y siguen haciendo buena la idea de que es posible hacer música pop(ular) sólo con máquinas, sin caer en el pecado de presentarla con instrumentos, digamos, reales. Pantanoso terreno, este último, en el que caen quienes todavía se avergüenzan de que sobre el escenario “no pase nada” (¡y encima no tienen fotos!). Concisos, han hallado una fórmula única que no conviene soltar. Después de todo, son humanos.

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