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Daga Voladora – Los Manantiales (Lovemonk)

Cristina Plaza es una figura importante dentro del underground patrio. Su presencia en proyectos como Clovis (junto a Fino Oyonarte), Gran Aparato Eléctrico o Los Eterno atestiguan un currículo de lo más interesante en la escena pop de los últimos años. Lleva años sacando adelante su alter ego artístico como Daga Voladora con el que debutó en el sello norteamericano OSR Tapes en 2016 con Chiu-Chium, para después reforzar su discurso con el magnífico Primer Segundo (Grabaciones Grabofónicas, 2016) en donde tanto se acercaba a los sonidos sintéticos pop a lo Family, como a la alquimia folk en donde mutaba en una Sibylle Baier castiza.

Han pasado los años y la buena impresión que dejó con su último disco se expande aún más si cabe en este Los Manantiales (Lovemonk, 2024), un título que hace referencia -según la propia autora- a las diversas fuentes sonoras en las que se inspira para componer y dar forma a un discurso sonoro que parece que le hayan arrebatado las coordenadas temporales. En Daga Voladora todo parece hecho a escala muy pequeña, casi diminuta, pero que tiene una pegada emocional muy potente. Plaza es de las que piensan que lo bueno, si breve, dos veces bueno, y de este modo parapetada, básicamente, con cajas de ritmos y teclados varios, ella misma produce un disco (mezclado por Oyonarte) que no dura más de media hora, pero que condensa un mundo en sí mismo. Un mundo para mirar con lupa e ir descifrando cada uno de sus detalles.

Abre el trabajo con “Cristinópolis”, una ciudad imaginaria en dónde se pueden comer “pizzas del tamaño de un hangar” que, por momentos me recuerda a la lírica de Sisa y por otro a los ritmos de Broadcast. Esa influencia del grupo de la malograda Trish Keenan reverbera de nuevo en la siguiente “Ceniza Plateada”, con una cadencia motorik y una letra que esconde un misterio por resolver.

La añorada Kiki D’Akí también forma parte de la cartografía sentimental de Daga Voladora, y en “Quise Ser” (una de las más hermosas canciones del disco) hay mucho de ese hechizo de mesa camilla, aderezado por el rasgueo pantanoso de una guitarra. “Lejos De La Multitud” es otra preciosa tonada que tanto puede recuerda a las producciones de Joe Meek en clave lo-fi como al costumbrismo de unas Vainica Doble; “Me Pasará Contigo” parece desplazarse hacia la estética de Esclarecidos (¡esos arreglos de saxo!), y que va cambiando de piel hasta transitar hacia un vals en la línea de un Leonard Cohen ochentero.

Un recuerdo a los detectives Sam Spade y Phillip Marlowe son el leitmotiv narrativo de “Fosforito” que funciona como una juguetona pieza de dub, “Diamante” se desarrolla entre psicodelia, kraut, y dream pop de rayos láser, y el pop de raíz más clásico de “Me Vi Penando” es una de las canciones más bonitas que llevo escuchadas en lo que llevamos de año. Cierra este estupendo disco “Catedral” y unos versos finales que son como un haiku furtivo de gran plasticidad “Cantando bajo la lluvia de agujas de pino/En mi catedral”. Una catedral de juguete, lugar en donde Cristina oficia canciones de ensueño.

Escucha Daga Voladora – Los Manantiales

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