Damien Jurado – Sala Apolo (Barcelona)

Un hombre corpulentísimo sube al escenario y, incómodo de algún modo con la posición de su silla, se mueve un poco hacia delante, como si quisiera acercarse aún más al público en el improvisado patio de butacas en el que se ha convertido la Sala Apolo esta noche.
A lo largo de ella intercalará canciones de Brothers And Sisters Of The Eternal Son con otras más conocidas, cada una finalizada con un aplauso igual de unánime. Damien Jurado gusta al público, y lo más importante, el público le gusta a él. Porque sí, su música es sobresaliente, pero de cantautores brillantes hay muchos, incluso de cantautores brillantes que sepan emocionar, pero que sean capaces de alternar estos momentos de piel de gallina folkies con sonrisas y hasta carcajadas constantes entre los asistentes no hay tantos.
Cumple las expectativas: su voz aguda en lucha permanente con su cuerpo y las  seis cuerdas compañeras habituales logran sumir a todos en una calma bucólica pese a la presencia de las sillas y lámparas de plástico, destacando el turno de «Everything Trying» en este sentido -quizás disfrutada el doble por aquellos afortunados que han asistido al espectáculo que es la reciente oscarizada La Grande Bellezza-.
Pero de nuevo lo que sorprende es su manera de superarlas con sus charlas entre canciones: bromea sobre la prensa que lo describe como hombre de pocas palabras -desde luego que no lo es- por responder «no lo sé» a las preguntas que no sabe; sobre aquellos que le cuestionan la decisión de hacer pasar sus giras por sitios como Ourense más allá de Barcelona y Madrid; usa su guitarra como barra para servirse una bebida mientras charla; cuenta como ha ayudado a colocar las sillas de la mitad derecha de la sala porque sentía que era su responsabilidad. Y todos reímos, porque somos fieras amansadas por su canto previo.
Hay una corriente en televisión que defiende que los programas cumplen la función colateral de llevar la gente al estado adecuado para acoger bien los anuncios: pues bien, se podría decir que de esta misma manera cada pieza elegida por el de Seattle ayuda a la buena recepción de sus intermisiones. Al fin y al cabo Damien Jurado es un músico de letras, lo que quiere es contar cosas. Y como buen contador usa todos sus recursos para transmitir lo que busca. Es tal el poder de su condición de artista-amigo que -además de distraer algunas crónicas de sus dones musicales hacia sus cualidades más, digamos, humanas- el verdadero clímax del concierto y la anécdota que todos contarán no se construye alrededor del sonido de alguna de sus obras sino del grito de un espectador que, tras decir su nombre, recibe la dedicatoria de una «Ohio» planteada como último bis.
Damien incluso decide para este momento mover una vez más una silla, la suya como al inicio de la noche, hacia el extremo del vacío escenario, con el consecuente percance técnico. «Well, hi Martín, have you come here alone?«. Todos hemos venido solos y nos marchamos acompañados por él. No podría haber colocado las sillas más cerca.
 

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