Kurt Vile – Childish Prodigy (Matador Records)

Una de las características más acusadas de la música del siglo XXI es la generalización de la superación del músico a la restricción de la pertenencia a una banda para pasar a abarcar múltiples proyectos, muchos de existencia meramente ad hoc, en los que desarrollar simultáneamente distintos trabajos con los que volcar diferentes inquietudes. Muchas de las mentes más creativas de estos años están firmando excelentes e influyentes discos más allá de la banda con la que desarrollan habitualmente su trabajo. Desde Noah Lennox a Thom Yorke, y por pasando por Alan Sparkhawk, Spencer Krug, Jason Molina, Jónsi, Conor Oberst, Jack White y tantos otros, cada vez resulta más importante enterarnos cual es la máscara con la que se nos presenta en cada momento el músico al que atendemos.

El jovencísimo Kurt Vile ya dispone de varios trajes con los que irse al baile cada noche. Desde los destacables The War on Drugs, donde lidera el grupo junto al cantante Adam Granduciel, o su proyecto en compañía con los The Violators, su banda de acompañamiento habitual, hasta el que nos ocupa esta vez, de nombre homónimo, y evidentemente el más personal y fructífero. Tanto fondo de armario se refleja en la variedad de estilos de la que hace gala el disco y también en el modo de grabarlo. Los The Violators aparecen acreditados en un par de canciones, Granduciel le acompaña en alguna más y hay otras donde el mismo Kurt Vile en solitario toca todos los instrumentos de la canción.

El disco en conjunto resulta bastante irregular, más en el sentido de falto de coherencia que de calidad, con algunas canciones de folk íntimo («The Blackberry Song»), otras lisérgicas («Overnite Religion») e incluso las que más se asemejan al Kurt Vile que hemos podido ver en directo por aquí, el rock crudo presente en Hunchback. A su conclusión nos queda la sensación de un disco hecho a partir de retazos muy diferentes donde se dejan sentir con fuerza los ecos de sus proyectos paralelos. Con frecuencia nos encontramos el aire dylaniano presente en los The War on Drugs. Tras haberle dado el tiempo suficiente para que madure, nos queda un disco con evidente gusto al rock clásico, espíritu lo-fi que detesta una producción edulcorada y que pese a superar los tres cuartos de hora resulta de digestión ligera y sobretodo gratificante. Un avance interesante para alguien que todavía le falta ese disco redondo pero que ya acumula grandes canciones y que pocas veces decepciona.

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