La verdadera historia de Frank Zappa. Analizamos la biografía del legendario músico editada por Malpaso

En el mundo de la música, además de grabar discos, dejar por escrito la propia experiencia vivida en conciertos, salas de grabación y en la propia vida, representa casi un género literario por derecho propio. De Johnny Cash a Michael Jackson, pasando por Bob Dylan, Keith Richards, Ray Charles o Sting, son muchos los músicos que han tratado de fijar en letras autobiográficas lo mucho vivido, una buena fórmula para evitar la llegada de hipotéticos biógrafos interesados en rescatar cadáveres ocultos en armarios empotrados. En 1989, en la cima de su carrera, Frank Zappa decidía poner por escrito y en (des)orden sus recuerdos como veterano del rock. El bigote más famoso de la música del siglo XX, con permiso de Freddie Mercury, lanzaba, con la colaboración de Peter Occhiogrosso, una autobiografía que ve por fin la luz en nuestro idioma bajo el título «La verdadera historia de Frank Zappa. Memorias», editada por Malpaso.

Por fin salen a la luz las sinceras, jugosas y divertidas memorias que el músico escribió, en las que recorre su carrera, sus matrimonios y sus problemas con los políticos y la Justicia. En este ameno libro, maravillosamente ilustrado por dibujos del propio Zappa, se nos introduce a modo de reflexión y relato continuo, en el loco mundo de este artista, adelantado a su tiempo tanto por su música como por sus reflexiones.

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Por este libro, sabemos que Zappa empezó a interesarse por la música a los doce años, tocando la batería, recordando que «al acabar el curso supliqué a mis padres que me alquilaran un tambor con bordonera y enseguida me puse a ensayar en el garaje. Cuando se acabó el dinero para alquilarlo, empecé a tocar sobre los muebles, con notables desperfectos en la pintura de la cómoda». Luego vino la compra de los primeros discos, iniciándose con el revolucionario sonido del compositor Edgar Varèse, que tanto influyó en Zappa: «Subí el volumen al máximo (para conseguir sacarle al tocadiscos la mayor «fidelidad» posible) y puse con mucho cuidado la aguja polivalente con punta de osmio al principio de la espiral de «Ionisation». Mi madre es una buena mujer católica a la que le gusta ver partidos de roller derby. Cuando escuchó lo que salía de aquel pequeño altavoz situado debajo del tocadiscos, pensó que yo estaba mal de la chola».

La memoria del músico no es nada selectiva, y en su libro cuenta casi de todo, desde sus trabajos musicales a sus dos matrimonios, sin olvidar su breve paso por la cárcel o diferentes problemas judiciales. Una mención aparte merece la comparecencia de Frank Zappa ante el comité del Senado de Estados Unidos dedicado al comercio, tecnología y transporte, todo ello consecuencia de las quejas y reprimendas que realizaba el Centro de Recursos Musicales para Padres (PMRC), una controvertida entidad creada, entre otras voces, por Tippi Gore, esposa del entonces senador Al Gore, luego vicepresidente con Bill Clinton. La asociación quería controlar los contenidos de los discos, especialmente las referencias sexuales y satánicas. Zappa quiso defender su trabajo y su profesión de manera clara. Es lo que llama «las guerras del porno».

De aquella experiencia surgió un encendido respaldo a la libertad de expresión, luchando contra censores, productores y casas de discos, más interesadas en la moralidad y la apariencia que en la calidad musical. Con amargura, el rockero reconocía que «si haces un disco, no te aseguran automáticamente que la canción que has escrito y grabado llegue al mercado, porque algún pusilánime de la compañía discográfica puede decir que no lo permite por razones «morales». Se engaña al artista si éste no puede cantar la canción que quiere cantar, sacar el disco que quiere sacar y ganarse la vida haciendo lo que le gusta. Pero también se engaña al público que no puede escuchar el trabajo del artista, sino sólo lo que se le ha permitido publicar. ¿Conseguirán los artistas recuperar el mando? Sintonizaremos de nuevo mañana».

En una segunda parte del libro observamos, ya sin ningún tipo de orden cronológico, aunque hasta ahora tampoco lo haya hecho de una forma muy respetuosa, toda una serie de reflexiones sobre infinidad de temas. Tienen cabida desde temas relacionados con la paternidad, la evolución que ha seguido la música «popular», ya sea en su relación con la propia industria o con los medios, el tema de las drogas posicionándose siempre como enemigo acérrimo de ellas, y cómo no, la política en su representación institucional, con dardos muy orientados al sector republicano, la iglesia o cualquier estamento que lleve al adoctrinamiento y en general alegatos contra la estupidez humana en sus diversas manifestaciones.

Nos lo encontramos convertido en gestor de su propio trabajo, controlando al detalle su discografía y cada una de sus grabaciones. Y si alguien quiere dedicarse a ese negocio, el músico le avisa de que » no tengo «amigos». Cualquiera que sea «jefe» de un negocio no llega a tener «amigos», sino empleados y/o conocidos. No importa lo que haga, siempre habrá algo que les parecerá mal porque tiene la osadía de firmar las nóminas (a ver si algún médico famoso nos explica por qué pasa eso.) No tengo tiempo para «actividades sociales». Tengo, sin embargo, una esposa maravillosa y cuatro hijos absolutamente increíbles, y sabed que eso es mucho mejor».

Se fue a la tumba en 1993 odiando a Reino Unido, al que consideraba «un país del Tercer Mundo» por su sistema judicial y su prensa sensacionalista. Frank Zappa fue mucho más que el autor de unas cuantas frases ingeniosas y casi siempre envenenadas. Por encima de todo fue un músico descomunal, que destruyó cualquier barrera existente entre géneros, e incluso entre tipos de música (popular y culta), para construir un discurso tan irónico y gamberro como atinado.

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