Los Estanques (Ambigú Axerquía) Córdoba 18/03/22
Títulos como “Opium”, “Juan El Largo” o “Soy español pero tengo un kebab” podrían ser obra, tal y como está la cosa de los prejuicios y la superficialidad entre el respetable, de un grupo de músicos entregado a la despreocupación kalimotxera (así, acentuando los fonemas que puedan sonar más radicales) y al concepto de la música como mera vía de expresión de unos sentimientos poco trascendentes. Ya mil veces manoseados, habría que añadir. Sin embargo, por contradictorio que parezca, esas y otras piezas de corte similar salen de la cabeza pensante y las manos sonantes de una banda cántabra, asentada en Madrid por los menesteres pertinentes, que además entienden la psicodelia como base fundamental de su educación musical, con todo lo que de smooth jazz, soul, funk y otros derivados de la negritud sonora pueda llevar incluida su receta. ¿Se entiende ahora la necesidad de escuchar con pausa a gente como ellos, sin dejarse mal aconsejar por sus pintas o por los intencionadamente provocadores nombres de sus creaciones? A esas me remitiré, que a fin de cuentas es lo que importa.
Para Iñigo Bregel (vocalista, guitarrista, teclista y líder escénico para lo que haga falta), Germán Herrero (guitarra preeminente y prominente), Diego Pozo (bajista ubicuo donde los haya) y Andrea Conti (batería de postín y dueño de la estética más cool del momento), la actitud es la más valiosa moneda de cambio. Saben que su música no entra, ni mucho menos sale, por cualquier oído lastrado por la mediocridad reinante, y por eso saben sonar mejor en directo que en el estudio. Y es esta una afirmación refrendada por un amplio porcentaje de asistentes a sus cada vez más abundantes bolos. Pasan de la falsa seda de “Sentado al son” a la adscripción setentera de los acordes de “Clamando al error” sin despeinarse ni olvidar espontáneas demostraciones de virtuosismo bien entendido, o aceptando las limitaciones –por el momento, un mal absolutamente menor- de una propuesta que se erige ganadora en “Percal” “Hard rock”, “¡Joder!”, “Flor de limón”, “La aguja”, “Efeméride” o “La loa que añoré”, todos ellos ejemplos destacados de cómo se puede tener un bagaje tan importante a tan corta edad. Como si llevaran tocando desde los tiempos en que las bandas que ellos adoran llenaban recintos, algo a lo que ellos ni aspiran ni están llamados a lograr. Tampoco les va la vida en ello, cuando se trata de implicar a un público que en su mayoría apenas había escuchado un par o tres de temas seleccionados al azar por un algoritmo diabólico que de vez en cuando decide insertar cosas algo alejadas del teórico radar sonoro que lo orienta.
Lo logran, retorciendo las estrofas grabadas y culminando la chicha que hay detrás de “Emilio El Busagre”, “Rosario” y “Mr. Crack” (lo suyo con los patronímicos parece ser algo digno de estudio) para regodearse en la traca final, la esperada por todos y todas, sobre todo por tratarse de la producción más reciente y la invitada a la breve fiesta: Anni B Sweet y su trémula voz metiéndose de pleno derecho en la intro de “He bebido tanto que estoy muerto de sed” justo antes de reproducirse en el efecto dominó de un crescendo explosivo que rubrica el esfuerzo y, por encima de todo, el talento de unos músicos humildes pero conscientes de sus posibilidades. Por si hasta ahora no ha quedado claro, hablamos y desarrollamos las virtudes de Los Estanques, y por si aún hay algún no converso a causas adyacentes al rock and roll, que beben y viven de aguas procedentes del mismo manantial, debería saber que sigue siendo válida esa máxima que afirma que a los grupos hay que verlos y escucharlos tocar cara a cara, con cuantos menos filtros mejor, y si hace falta, ignorando la mayoría de su repertorio. Así es como se descubren las cosas que realmente te hacen felices, sin saberlo y sin esperarlo. Hay pocos actos en la vida más placenteros, han de creerme.