Manta Ray – Sala Salvation (Sevilla)

Es dificil encarar un directo de Manta ray sin que tus propios prejuicios o los de las ciento y pico personas que allí se puedan encontrar modifiquen en modo alguno la objetividad que se le puede exigir a una cronica/crítica/reseña/estudio. Manta Ray están en ese lugar en el que ya nadie les tose, que más que buscarles referencias trilladas en su acervo discográfico, nos lanzamos al »suenan a Manta Ray». Están en ese espacio del tiempo en el que la nostalgia, mal que nos pese, duele más que beneficia: un páramo yermo en el que todo se ejecuta a la perfección, pero que adolece del nervio de lo espontáneo, la belleza de la fisura y el placer de la inexperiencia.

Es por ello dificil de encarar el directo y la crónica, máxime cuando el que esto suscribe se apuntó al carro mantarayniano en su álbum Estratexa. Esto podría suponer un handicap a la hora de trazar y valorar lo que para algunos de los presentes fue un ‘destrozar la canción’, haciendo referencia a ‘Sol’, tema que compusieron junto a los míticos Diabologum, pero a la vez te permite afrontarlos como lo que son en la actualidad, sin tener que mirar los rostros desencajados y babeantes de la muchachada fans que se apropió de las primeras filas, ni las caras de recelo y frunción del sector indie patrio de la retaguardia.

Con una sala a medio aforo y un sonido más plano que la quinta avenida, Nacho Álvarez, José Luis García, Frank Rudow y Xabel Vegas comenzaron a soltar su archisabido tratado de electricidad rabiosa, con puntuales escarceos electrónicos y concretismo a la neubauten: todo pulcramente ejecutado, se les nota a tres mil leguas el carrete que tienen. Formularon una vez más la enigmática sinrazón del atractivo singular del krautrock, con esos ritmos tribales y enloquecidos que intentan conectar con el atavismo germánico de la psicodelia, apuntalando cada golpe con riffs marciales y repetidos hasta el paroxismo, lanzando consignas con maneras de haiku tembloroso…pero encerrándose tanto en ellos mismos, asumiendo tan a las bravas sus maneras sintacha, que acabó sumiendo al personal en una embolia creativa, un asfixiante espectaculo de fuegos artificiales sin lágrimas con las que acompañar la visión. Cierto es que la sala adolecía de graves problemas sonoros: una banda de tales características precisa de un sonido con más cuerpo y menos luces »a lo operación triunfo» como acertadamente dijo Nacho Alvarez, pero eso no da lugar a una encerrona de ideas con menos vueltas que un cubo de rubick, por muchos colores que éste tenga.

Al terminar el segundo bis, volvieron a bajar para hacer, sencilla y directamente, el cafre. Evidenciaban una ligera (por ser benevolentes) embriaguez, levantaron sus instrumentos al público, y este lo tomo para conformar una pseudo-jam sesion de barrio en el que Jose Luis García parecía un sosias de Fermin Muguruza, Xabel Vegas golpeaba los platillos con el rostro ojeroso y desencajado, Frank martilleaba el teclado literalmente, y Nacho se retorcía entre el público, haciéndoles cantar, enarbolando ventilador en mano y acercándolo peligrosamente a la cara de Vegas, subiendose a lomos de uno de los guitarristas improvisados, y convirtiendo la Sala Salvation, por unos minutos, en una congregación freak en la que todo valía. ¿Acto de transgresión o pasada de rosca? Yo lo tengo bastante claro.

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