Max Richter – The Four Seasons Recomposed (Deutsche Grammophon)

Después de haber sido reconocido como unos de los grandes músicos neo-clásicos actuales, especialmente a merced de dos trabajos suyos de principios de la década pasada, «Memoryhouse (2003) y «The Blue Notebook» (2004), así como por la composición de bandas sonoras tan celebradas como «Waltz con Bashir» (2007), el alemán Max Richter ha aceptado la invitación de la legendaria institución Deutsche Grammophon para continuar con su interesante serie donde artistas contemporáneos (Carl Craig, Jimi Tenor o Matthew Herbert entre otros), reinterpretan algunas de la composiciones de música clásica más legendarias que la veterana casa discográfica alemana haya grabado. En esta ocasión Max Richter se ha atrevido con una peculiar versión de la archiconocida «Le Quattro Stagioni» del músico barroco Antonio Vivaldi. Una obra, que en palabras del propio Richter, se ha transformado en una presencia perenne en la involuntaria banda sonora diaria de cada uno.

Quizás fuera Oscar Wilde o quizás Mark Twain, autores ambos del noventa por ciento de las citas conocidas por la humanidad, o simplemente el acervo común, quien dijo que el genio roba y el talento imita. En este caso particular Max Richter hace un poco de cada cosa. Ha creado una obra totalmente nueva aún siguiendo escrupulosamente las partituras, aunque reduciendo considerablemente su extensión, de su compositor original. Lógicamente grabado con orquestra clásica, dirigida por André de Ridder, y con la presencia destacada del violín a manos de Daniel Hope, Richter moldea una obra de carácter profundamente moderno manteniendo intacta la sensibilidad de la obra original. Una conclusión rápida nos llevaría a la idea que simplemente ha adaptado a los gustos actuales, en brevedad, concisión y formalismo, una obra de la cual la mayoría solo podemos escuchar con genuino divertimiento sus más conocidos adagios. Sin embargo, una comparativa entre ambas obras, no me atrevo a llamarlas versiones, advertirá al oyente la enorme personalidad que exhiben ambas, y de cómo éstas, más allá de complementarse, defienden su valía blandiendo armas muy diferentes.

Supongo que habrá alguien quien se atreva a aventurar que el propio Vivaldi, un músico revolucionario en su época, vería con buenos ojos esta exótica conjugación de su propio verbo. Más allá que desde lo alto del atril tres siglos contemplan al uno y al otro, uno cree más probable que el italiano abominara de esta versión que encontraría mutilada y pervertida. No sería para culparle. Él éxito de Max Richter en este trabajo no solo pasa por haber alzado la belleza intrínseca de sus notas hacia una nueva dimensión, si no en hacer un maravilloso homenaje a la música clásica moderna, valga el oximorón, que desmiente la atrevida e ignorante afirmación que nunca volverán los grandes genios del clasicismo europeo. Richter se pone ante un dinosaurio del barroco y desde el respeto y la reverencia se pone a bailar sobre su tumba. Reivindica la vigencia de todo un género musical del que hoy, lamentablemente, muchos solo conocemos por sus sombras. Redondo, concluyente, valiente, una hora larga por algunos pasajes realmente bellos, tiene todo lo que no se atrevió hacer Madlib a los grandes tótems del jazz en su «Shades of Blue» (2003).

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