Reseñamos el documental de Dorian – Justicia Universal (en directo)

A la alegría de poder disfrutar ya en Spotify de toda la discografía de My Bloody Valentine se une esta semana la contemplación y disfrute de este majestuoso documental que recoge la gira de Dorian por tierras hispanas y latinoamericanas allende por 2019, sin que nadie supiese lo que es la maldita pandemia. ¡Qué envidia ver a tanta gente junta! ¡Qué envidia ver a gente bailar! ¡Qué suerte verlos a ellos tan pletóricos y con esa euforia!

La gira de Justicia Universal es de la que han bebido para llevar a cabo este documental, que duró 18 meses y tal como dije antes, pasearon palmito pinturero por España, Estados Unidos, México, Colombia, Perú, Ecuador, Argentina y Chile y me parece que no me dejo a ningún país atrás. Lo primero que hay que decir; ¡Madre, la energía que transmiten! Hasta yo, arrítmico total, terminé bailando en my room antes de escribir esta columna. Invitan a ello y no de callada manera. Una de las cosas que dice Marc es que “no hay pasado, no hay futuro, solo aquí, nosotros y nada más”. Y eso se nota, porque lo dan todo como si no hubiese un mañana. Cada jornada que suben las escalerillas para el escenario lo dan todo como si fuese a acabase el mundo al apagarse la última luz. Por suerte no pasa, pero es lo de menos. El público acaba de ver una aparición; ellos, Dorian.

Hasta el calentamiento de voces lo hacen acompasados. Así sale bien todon claro. El repertorio que podemos ver en este documental-concierto es de traca; «La Isla», «Noches blancas», «Cualquier otra parte», «Los amigos que perdí», «Cometas», «Hasta que caiga el sol», «Vicios y defectos», «Buenas Intenciones» con Nita de Fuel Fandango, «Duele» y «La Tormenta» de arena como colofón. Y no, no critiquen el cambio de vestuario tan variado que tiene cada una de las canciones, porque no es un fallo de raccord; por si os lo preguntáis tiene su encaje; es que han insertado un poquito de aquí otro de acullá y hete aquí la explicación. Este detallete se nota, sobre todo, en el vestuario de Belly Hernández, que lo mismo va de rojo intenso, que de negro pletórico, rasé, o de traje majestuoso con mucho brilli-brilli.

En un pasaje del documental sostiene Belly, la de los multiversos rasé, que cada ciudad es un nuevo reto. Y se nota, porque parece que todos los sitios son una nueva experiencia. Nacen en cada escenario que suben. Hacen el amor con su público y eso sí que es un delirio. El espectáculo que dan es tan variado que el disfrute de la plebe es considerable al de ellos sobre el escenario. Ves a la concurrencia disfrutar como perretes en una piscina de bolas, pero ellos no se quedan atrás; aunque no son de mostrar muchas emociones. Pero no lo pueden disimular.

La luminotecnia y el sonido que llevan es de primer nivel, más Depeche Mode que los propios Depeche y sin llevar las uñas pintadas como el Gahan y el Gore. Todo encaja como una perfecta maquinaria, nunca mejor dicho. El sonido del sintetizador es tan magnético como el de la batería, las guitarras y, por supuesto, la voz de Marc con su coros chulos. Me gusta mucho cuando hacen eso de la voz robótica a lo Kraftwerk.

El documental ha sido dirigido por ellos mismos con la realización de Bart Sánz en concatenar los vídeos para que apenas se note que están de un sitio a otro. Cuando llegan al final la satisfacción de sus caras lo dice todo. Es este un proyecto tan emocionante de ver y digerir que se hace corto. Este que os habla lo tuvo que ver dos veces y no por perderme detalles, sino por disfrutarlo aún más. Soy así de quererlo todo con ansias.

Cuando al final Marc Gili se arrodilla ante el público sólo te sale decirle; No, Marc, no; quiénes debemos rendir pleitesía somos nosotros. Ya podemos decirlo; Santificados seáis Dorian, que estáis en el pódium de los grandes por méritos propios.

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